“No puedo morir aquí. Pude soportar el Agua, mi destino está por fin al alcance de mi mano. ¡Definitivamente no moriré aquí!!”, Fahima se dijo para sus adentros. Iris se colocó a su costado. Entonces Fahima lo entendió; tendría que resignarse a pelear al lado de aquella muchacha. Sabía que sola no tendría ninguna oportunidad contra el terrible Scailman.
El enorme efrit elevó su mano derecha y en esta apareció un enorme hachón de doble hoja y hecho de magma. Cuando el primer golpe fue descargado sobre el suelo, el desierto se abrió y dejó al descubierto un abismo del que salían llamas y humo. Iris y Fahima por poco consiguieron evitar el mortal embate. Scailman entonces clavó sus chispeantes ojos en las dos jóvenes. No necesitó pronunciar palabra alguna para proclamarles su sentencia de muerte. Elevó su mano libre, y en el acto del abismo emergieron brazos negros y cadavéricos que fueron en pos de las mujeres.
Las nubes en el cielo nocturno se despejaron, dejando a la vista la luna llena. Bajo sus pálidos rayos los brazos surgidos del abismo se abalanzaron sobre Iris y Fahima. Con horror ellas contemplaron como todo lo que era tocado por aquellos dedos putrefactos se desintegraba hasta volverse cenizas. Y por si los brazos no fueran suficiente, las jóvenes también debían cuidarse del efrit. Scailman se abalanzó sobre ellas con su enorme hachón en alto.
Tan desesperada terminó siendo la situación de las dos muchachas, que Iris tomó una radical decisión. Ella se dirigió a Fahima y le gritó: “¡Huye lo más lejos que puedas con Sharazina! ¡Me sacaré el otro brazalete, de modo que mi poder de dragón será liberado en su totalidad! ¡En este estado pierdo por completo la razón, por lo que atacaré a todo lo que se me ponga al alcance! ¡Huyan y sálvense, en tanto yo me resarciré aquí por lo que te hice!”. Fahima no podía creer lo que le acababa de decir aquella jovencita que apenas era una adolescente. “Cuanta determinación. Tal vez ella sí sea digna de…”, Fahima no pudo terminar su pensamiento, pues una explosión de viento sacudió todo aquel sector del desierto apenas Iris se quitó el segundo brazalete. De entre el tornado que se elevó hacia la luna emergió una figura espeluznante, un dragón blanco tan grande como una torre. La gigantesca criatura desplegó sus alas y lanzó un rugido que remeció todo el desierto.
Las manos negras se abalanzaron sobre el dragón, pero todas fueron repelidas y destruidas por un poderoso viento plateado que salió de las fauces del dragón. El efrit Scailman no se lo podía creer. Sin embargo, pronto su desconcierto cedió ante la rabia. Sus ojos chispearon más que nunca, y él pronunció un conjuro en el viejo dialecto de los primeros nacidos. En el tiempo de un parpadeo el efrit se volvió un gigante. Para ese entonces Fahima ya se encontraba muy lejos y oculta detrás de unas formaciones rocosas. A su lado yacía tendida sobre el lomo de un camello una inconsciente Sharazina. Resulta que la bella hija del jeique había perdido el conocimiento ante tan espantosas apariciones. Por un instante Fahima se vio tentada a matarla y a huir, pero pronto entendió que a esas alturas su juramento ya no tenía ninguna relevancia. Ahora su mente solo tenía espacio para una única preocupación: salvar a Iris de la muerte. Y es que un sentimiento que ella no sentía desde hace mucho acababa de despertar en su interior: Profunda admiración.
Por un momento Fahima tuvo fe en que Iris podría ganar el encuentro, pero pronto la cruda realidad se encargó de desbaratar su esperanza. El efrit Scailman era demasiado poderoso. Fahima recordó lo que le había contado su madre, de cómo el clan tuvo que hacer gala de todos sus conocimientos mágicos y del desierto profundo para poder repeler a aquel monstruo inhumano durante su enfrentamiento en el lago. A pesar de que ellos eran muchos y muy fuertes, las bajas que dejó aquel enfrentamiento en el clan fueron más que considerables.
“Debo ir”, Fahima miró por un instante a Sharazina. “Ella estará bien aquí”, se dijo, y sin más demora partió hacia el campo de batalla.
Enormes explosiones de arena se elevaban continuamente. Las producían tanto los soplidos del dragón como los hachazos del efrit. Fahima analizó el combate. Buscó su oportunidad para intervenir. Al final solo se le ocurrió una estratagema con demasiados riesgos como para ser tomada en cuenta. Sin embargo, el tiempo comenzaba a agotársele. El dragón no resistiría mucho más.
“¡Es ahora o nunca! ¡Que el Altísimo me proteja!”, Fahima se lanzó al tornado escupido por el dragón. Sintió como su cuerpo era brutalmente azotado por el salvaje viento, pero se tragó su dolor y siguió adelante. En el momento en el que Scailman se dispuso a colocar su hachón en su delante para así protegerse del tornado, Fahima volvió a clavar sus dedos en las agujas de sus dagas. Una descarga sacudió todo su cuerpo. Nunca antes había hecho algo como aquello, pero intuía que si volvía a absorber más del Agua su fuerza se haría aún más grande. Tuvo razón. De un pisotón fue capaz de impulsarse en medio del tornado. Cual una flecha a toda potencia ella atravesó el hachón con sus dagas y lo partió en dos. Siguió de largo y llegó a hundir sus armas en la dura piel del efrit, aunque para su mala suerte no lo suficiente. Scailman se la apartó de un manotazo. Aunque felizmente para Fahima esto fue lo último que él pudo hacer antes de ser destrozado por el siguiente torbellino que lanzó el dragón blanco, pues sin su hachón y con una herida de considerable profundidad en su pecho el efrit no fue capaz de hacerle frente.
“Y yo que pensé que no iba a morir aquí. El Agua a resentido tanto mi cuerpo que no puedo mover ni un dedo. Y ese manotazo me ha roto varios huesos. En fin, les he fallado, queridos antepasado, pero al menos pude salvar a una amiga…”, Fahima se dijo para sus adentros. Al poco rato ella terminó perdiendo el conocimiento.