Cuando llegó al reino, su garganta pedía a gritos un vaso de agua, sus piernas temblaban, su ropa llena de sudor desde hace horas dejando en ella un mal olor.
Provocando que todos se alejaran.
Todo en ese reino era hermoso, pero mortal, se vio registrada en la zona más rica de aquella nación.
Donde todos los nobles juzgan con la mirada mentiras presumen su riqueza, no quería seguir con eso, deseaba sacar el dinero del banco pero al llegar se vio con la desgracia de que estaba cerrado.
Soltó un suspiro de desánimo, sentándose en las escaleras de mármol de ese enorme edificio.
Agachó su cabeza mientras estiraba sus piernas, era doloroso, sentía como si cuchillos clavaran la planta de sus pies.
Era agobiante, además del hambre, la sed, el frío y el cansancio.
No estaba segura que más podía soportar.
Cerró los ojos por unos instantes, ya no tenía puesta la pañoleta por lo que su cabello cubrió su rostro.
Encogió sus piernas y su rostro lo puso contra sus rodillas.
Trató de relajarse, pero le era imposible despejar su mente de todo lo sucedido. Le era imposible ignorar a las personas, las miradas, las miserias.
Se encogió bajo la oscuridad de su mente.
Hasta que un balde de agua fría fue lanzado contra su cuerpo, por la parte trasera.
—¡Vete de aquí pedazo de mierda! ¡¿No sabes que esta es la ciudad dorada?! ¡Aquí odiamos a los burócratas como tú! —un hombre robusto le gritó con fuerza
No se movió en ningún momento, el agua que se escurría de su rostro la obligó a sacar la lengua y lamerse el labio superior.
No era mucho lo que le brindaba, pero de algo a nada, prefería eso.
El hombre lleno de ira la patio por la espalda con fuerza, resbalando por las escaleras golpeándose en distintas partes de su cuerpo hasta llegar al último escalón.
Se apoyó con sus manos y su espalda fue pisada por aquel hombre.
—Así es como me gusta ver a las cucarachas como tú —siguió haciendo presión contra su cuerpo
Un gemido de dolor se escapó de sus labios y él sólo rió, quitó su pie de su espalda y cuando vio que Alysa se estaba levantando la patio en el estómago con fuerza.
—Sí estás embarazada, espero que mi patada haya servido de algo, perra —se fue entre risas dejándola con un fuerte dolor en el estómago
Sostenía su barriga y sus ojos se aguaron por la brutalidad de aquella nación, se levantó con dificultad y dolor.
Una brisa helada se apoderó del lugar, todos empezaron a caminar hacia sus casas, llevaban bastones de madera, elegantes vestidos y sombrilla para cubrirse de la lluvia.
El cielo estaba naranja, los truenos y relámpagos se apoderaban de la nación y en poco tiempo empezó a llover.
Su cuerpo fue cubierto por más agua, agua pura.
Estaba arrodillada bajo la lluvia, con el rostro observando al cielo, con el ceño fruncido y unas ligeras lágrimas en el rostro.
Era tanto su deseo de beber, que abrió ligeramente la boca, bebiendo del agua de la lluvia que mojaba su cuerpo.
Cuando tuvo fuerza suficiente, cuando no había nadie en el banco, decidió pasar la noche en una de las esquinas del gran edificio para que la lluvia no la tocara.
Aún no había querido dormir, era imposible, el collar de Adrián mantenía seco el cheque y no podía permitir que se mojara.
Las lámparas de gas mantenían algo de luz cerca de ella, solo podía observar mientras la lluvia caía, esperando que cesará.
Se acurruco pegando su cabeza contra la pared del edificio, abrazando su cuerpo, su piel estaba erizada por el frío.
Un hombre con capucha negra, sombrero elegante y un aura misteriosa se acerca a ella.
Alysa tenía los ojos cerrados.
Él se acercó a ella con sigilo.
Un túnel ilumina el lugar y al abrir los ojos la figura de este hombre se hace visible a sus ojos.
—¿Emperatriz Alysa? —inquirió en voz alta
Las gotas de agua no le permitirían escucharlo.
—Alysa, solamente —lo observó detalladamente y ni siquiera su rostro logró distinguir
Su voz era completamente desconocida.
—¿Quién es usted? —preguntó con desconfianza
Él rió mientras un relámpago caía dando más luz, pero no por mucho tiempo.
De su chaqueta sacó una gran daga con un mango de oro, con esmeraldas incrustadas y una hoja fina.
La tomó del cabello con fuerza, clavando el cuchillo en uno de sus senos, lo sacó y el chorro de sangre fue expulsado.
Escupió sangre para luego sentir aquella hoja en su cuello degollandolo con rapidez.
Lanzó su cuerpo moribundo contra la pared en la que estaba parada, la sangre salpicó los pisos, la ropa y la pared.
Su cadáver tenía la mirada perdida, mientras la sangre aún salía de su cuello manchando más el lugar, la herida que impactó contra su pecho era tan profunda que el daño que le hizo provocó que uno de sus pulmones estallará.
La sangre se derramó de su boca, como parte de expulsar la hemorragia interna.
Él hombre observó el cadáver, llevó su mano hasta el muslo de Alysa donde estaba el cheque y el collar.
Observó la joya preciosa y la guardó en uno de los tantos bolsillos de su chaqueta, donde tenía varias armas.
Por último miró el cadáver y pasando su mano por los ojos de Alysa los cerró.
—Con esto termina mi trabajo, Eileen —dijo para irse como llegó
De manera misteriosa.
***
Aunque en el libro no lo mencione, Alysa falleció el 24 de diciembre a las 11:59 p. m. Osea finalizando la víspera navideña
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Editado: 24.01.2024