Hacía ya tres años que Nahia estaba viviendo junto a su marido en medio del bosque, ellos tenían una pequeña cabaña en la que entraban perfectamente. Nahia no estaba convencida del todo cuando su marido le propuso ir allí, pues estaría lejos de su familia, pero con esa actitud sumisa que la caracterizaba no costó mucho convencerla.
Para celebrar sus tres años de matrimonio, él le regaló flores, y como cada mañana le dijo cuanto la amaba y lo feliz que era a su lado; ella no tenía duda de eso, su marido no mentiría, jamás lo haría. Con una gran variedad de comida sobre la mesa, festejaron todo el día hasta que cayó la noche y con ello vino el cansancio de el cónyuge, que terminó rendido en la cama por el agotamiento.
Mientras Nahia terminaba de lavar me senté a observarla, ella no me veía, o tal vez me ignoraba, quién sabe. Cuando dio la vuelta me miró con algo de miedo por mi figura opaca y confusa, mi aspecto era igual al de una mancha: sin rasgos definidos.
–¿Quién eres? –preguntó temerosa.
–¿No lo sabes? Bueno, no importa, yo te conozco.
–¿Qué haces en mi casa?
–Estoy aquí desde hace tres años ¿No lo notaste?
–Fuera de mi casa, llamaré a mi marido.
–¿Me temes a mí? como si yo fuese a quien deberías temerle...
–¿De qué hablas?
–Lo sabes, no lo ignores. No te quitaré más tiempo, te veré luego –finalmente desaparecí de su vista y ella, un tanto paranoica, se fue a dormir.
La mañana transcurrió con prisa y el cónyuge ya se había ido a trabajar; ella quedó sola como de rutina, con su mirada perdida en los platos recién lavados.
–¿Estás cansada? –pregunté con la vista fija en su rostro joven, que se notaba demacrado.
–¿Qué haces aquí de nuevo?
–Siempre estaré aquí, recuérdalo, mi hogar es éste. Ahora dime ¿Por qué no sales afuera? Necesitas respirar un poco.
–No lo sé, hace mucho no salgo, tal vez debería caminar un rato.
–Te acompaño.
Ella asintió y en silencio paseamos por el bosque. Para ella era realmente reconfortante respirar aire fresco, incluso puedo asegurar de que está feliz por esto, algo que no tenía desde hace mucho.
–Aún no lo comprendo, ¿Quién eres realmente y por qué tu silueta es borrosa y oscura?
–Soy tu anhelo, algo que esperabas. Y mi apariencia no tiene importancia.
–¿Cómo puedes ser mi anhelo si jamás te he visto antes?
–Exactamente, no me has visto pero sabes que me esperabas. Aún no lo comprendes pero te haré muy feliz, es una promesa.
La luna ya estaba asomándose y decidimos volver antes de que oscurezca de más. Las luces de la cabaña estaban encendidas cuando llegamos, lo que solamente indicaba una cosa, él ya estaba aquí.
Nahia aún se notaba feliz, sus ojos desbordaban alegría y entró corriendo a contarle a su marido sobre su paseo:
–¡Esposo, ya llegaste! He salido a dar un paseo y el clima era realmente maravilloso, las mariposas rodeaban las flores y los pájaros...
–¡¿Qué hacías afuera?! –él la calló con un grito y ella se frenó mientras bajaba la mirada– ¿Dónde está la comida? Voy a trabajar todos los días y no te preocupo en lo absoluto, prefieres matarme de hambre, sólo eres una malagradecida. ¿Y a dónde estabas? ¿Ahora ves a otros hombres?
–¿Pero qué dices? –me duele verla al borde del llanto, él sólo pisotea sus emociones como siempre.
–¿Cuántas veces te lo tengo que repetir? Yo soy tu marido, sólo debes estar para mí y todo lo que necesite, ése es tu único trabajo como mujer y ni aun así lo puedes hacer, que inútil.
–Yo sólo he salido a caminar, te lo juro –incluso se ha arrodillado a suplicar para que la comprenda, él solo la ignora.
–¿Piensas que soy un imbécil? ¿Tan superior te crees? No eres nada sin mí. ¿Otra vez te tendré que castigar como a un niño? ¿Acaso no entiendes nada? de nuevo tendré que golpearte una... –a medida que hablaba la golpeaba, y así se fueron añadiendo incontables cachetadas (incluso una patada) a las cuales ella recibió sin contradecir.
–¿Por qué de día dices amarme pero de noche sólo me lastimas?
Nahia huyó a esconderse de su marido en la habitación, él venía como loco por detrás, intentado abrir la puerta pero ésta tenía llave.
–Por favor, sálvame –su voz sonaba débil, temblorosa.
En el momento en que la puerta se abrió finalmente lo enfrenté, y con mis manos le quité la capacidad de respirar, su rostro se tornó morado, del mismo tono de morado con el que había demostrado su masculinidad al golpear. Él suplicaba, me estaba rogando, al fin lloraba por su vida que ni siquiera valía la pena, sólo era peligro para los demás. Sus ojos se cerraron poco a poco y su voz se fue callando; pero ese no fue el final, lo golpeé tantas veces hasta que su cara se hizo irreconocible, estaba deformado totalmente, al fin su verdadera naturaleza se demostró en su físico.
–Te he matado y te mataría mil veces más, porque a nosotras nos mataste estando vivas y no te importó.
Corrí hacia donde estaba Nahia y le di un beso que le abriría los ojos, ahora ella podía reconocerme y cuando lo logró vio su rostro en mi figura, al fin lo comprendió.
–Nahia, para poder sobrevivir tendrás que morir –expliqué mientras la miraba fijamente a los ojos.
–No te preocupes. Gracias por cumplir tu promesa, finalmente soy feliz.
–Te quiero, Nahia –le dije antes de que empezara a faltarle el aire debido a la asfixia que le estaba provocando.
–Yo también te quiero, Nahia –me susurró con su último aliento.
Al fin, lo he matado a él y también la he matado a ella, esa parte de mí que era débil.