Mientras todo esto sucedía abajo, los pacientes viajaban sedados para evitar que fuesen conscientes de su traslado. Los médicos, enfermeras, auxiliares, soldados... llegaron sin problema a la plataforma marítima donde los recogió un barco que los condujo a su siguiente destino. Excepto dos médicos y dos enfermeras, el resto del personal de la unidad hospitalaria se había hecho pasar por lo que en realidad no era.
Eran expertos informáticos que trabajaban bajo las órdenes de la empresa. De esta forma, habían manejado libremente los resultados de las pruebas en humanos. Los promotores del proyecto sabían que un informático, por sí solo, no podía realizar toda esa compleja labor de espionaje, pero también sabían que era absolutamente necesario tener un espía informático trabajando directamente con los científicos.
Y todo había funcionado a la perfección hasta que Petre, por casualidad, descubrió parte de la trama. Un descuido absurdo, de una de las falsas enfermeras, le dio acceso a una conversación en la que se explicaba cómo ninguno de los científicos, incluido él, saldría con vida del laboratorio central.
Los supervisores del proyecto, ante esta situación, decidieron eliminarle.
Por otro lado, el personal militar también formaba parte de la farsa. Los supuestos militares pertenecían a la plantilla de la empresa y habían bajado al laboratorio central para controlar la situación de tensión generada a raíz de la muerte del informático, además de para encargarse del traslado de los pacientes.
Ante los problemas surgidos, el consejo de administración de la I&BS Corporation decidió continuar las pruebas y los tratamientos con el Farmachip en otro laboratorio que la empresa tenía oculto en un lugar recóndito de la selva amazónica.
El laboratorio al que se dirigían era una copia idéntica del laboratorio central. Los responsables del proyecto no querían que los pacientes percibiesen que algo había cambiado en su entorno por si esto influía en los resultados. Lo que sí tenían claro era que en el laboratorio central, con la tensión en la que se encontraban los científicos, no era posible continuar la investigación. Confiaban en que los pacientes no se viesen afectados por el traslado, el equipo de médicos y de enfermeras iba a ser el mismo. Y cuando los pacientes preguntasen por los científicos, se les explicaría que la primera fase del proyecto había finalizado con éxito y se les había dado un tiempo de descanso.
Aunque los pacientes eran ajenos a todo lo que estaba pasando a su alrededor, en el nuevo laboratorio, ya les estaba esperando otro equipo de científicos, reclutados con los mismos métodos que a los anteriores.
Los promotores de la investigación estaban muy disgustados por haber tenido que cerrar de la noche a la mañana las oficinas de la I&BS Corporation en Nueva York, pero el revuelo organizado por el novio de una de los científicos había dado un giro brusco a la situación. Todas las huellas informáticas y registrales de la empresa acababan de ser escrupulosamente borradas, con lo que nadie en el mundo tenía una prueba tangible de que en algún momento hubiese existido.
La I&BS Corporation era una tapadera de un grupo de poder. Hablando con propiedad, no se trataba de ninguna empresa farmacéutica, ni tecnológica, ni estaba vinculada con ningún organismo gubernamental.
Lo formaban una serie de personas que pretendían manejar el mundo a su antojo. Personas que en este caso concreto querían adelantarse a los avances que se estaban produciendo en el campo de la nanotecnología y que habían decidido ser ellos los que obtuviesen el primer infofármaco. Su objetivo era muy claro: tenían que impedir que cualquier otro se les adelantase y lo diseñase antes. Y no porque pensasen suministrarlo a los enfermos. Eran conscientes de que un descubrimiento como este sería catastrófico para sus múltiples intereses económicos.
En Madrid, Mario y Miguel habían ido a desayunar a un bar cercano a la Jefatura de policía. Los dos esperaban con impaciencia hablar con la inspectora Ramírez. Estaban tomando un café, y viendo las noticias matinales por el televisor, cuando el conductor del informativo comenzó a explicar cómo el director financiero de una empresa que estaba siendo investigada por la policía, había muerto durante la noche.
—David Nolan, director financiero de la empresa I&BS Corporation, ha muerto esta noche en un fatal accidente de tráfico...
Mario, al oírlo, gritó:
—¡Dios mío! Se lo han cargado. ¿Qué hacemos ahora?
—Ir corriendo a la jefatura —contestó Miguel sin dudar.
Una vez allí, la inspectora Ramírez los recibió con cara preocupada.
—Pasen, por favor —dijo mirando a Mario apenada—, la verdad es que no tengo buenas noticias que darles. Me imagino que están al corriente de la muerte del señor Nolan.
—Lo acabamos de ver en la televisión —contestó Mario derrumbado—. ¿Ha podido averiguar algo?
La inspectora movió nerviosa los papeles de la mesa, mientras lo miraba de reojo. La verdad era que le daba mucha pena el joven médico. Era tan joven y tan guapo. Con toda una vida por delante y, sin embargo...
—Pues verán —comenzó a explicarles—, el FBI se ha personado en el domicilio social de la empresa en Nueva York y se ha encontrado con la sorpresa de que allí no queda nada, y cuando digo nada, es nada. No queda ni una mesa, ni un ordenador, ni un papel. Nada. De momento, y por la información que me han dado, el FBI no tiene ningún rastro que seguir. Es como si la I&BS Corporation se hubiese esfumado de la faz de la tierra.
—Y ahora ¿qué vamos a hacer? —gritó Mario.
—Por favor, señor Abascal, tranquilícese. Perdiendo los nervios, no vamos a ningún lado. Por mi parte, y a la espera de las noticias que me pueda enviar el FBI, o cualquier otro organismo policial, voy a volver a interrogar al doctor Félix Pereira, por si me puede aportar algún detalle que me dé una pista de cómo seguir esta investigación.