Fatum

CAPÍTULO ONCE (Parte dos)- Todos pueden ser amados, ¿pero pueden ser dignos de ese amor?

Todas las personas han llegado a pensar en el suicidio, aunque sea solo un momento. Yo comencé demasiado pronto, y lo intenté tres veces. Hasta la última ocasión, cuando tenía trece años, y por primera vez en mi vida, pelee.

Pelee por mí.

Vivíamos en un departamento, justo enfrente de la playa. A unos pasos de la arena. Ese día, el sol apenas se asomaba en la franja del horizonte, la línea anaranjada iluminaba el color azul oscuro del cielo, cuando salí del departamento directo a la playa. Era invierno, y en esta zona ya se sentía el aire helado por las tardes, pero por las mañanas, solo era una brisa refrescante.

Me detuve un momento para observar el guiño del sol y la calma de las olas, entonces me quité los Chuck y el suéter que llevaba puesto, dejándolos en la arena, y caminé hacia el agua. ¡Feliz maldito cumpleaños para mí!, recuerdo haber pensado.

Mientras caminaba descalza por la arena, mi mirada estaba fija en el mar. Con cada paso, más cerca. Estaba tan cansada, tan harta de todo. Solo quería descansar un poco, quería detener el dolor. Cuando el agua fría tocó mis pies, la desesperación invadió mi mente, pero, aun así, me sentía, concentrada, con un objetivo en la mira.

Mi corazón miserable susurraba, “solo hazlo”, y comencé a caminar, el agua me llegó a las rodillas y seguí avanzando, a la cadera, a la cintura, al pecho, “solo hazlo”, y seguía avanzando, ya no sentía frio por el impacto del agua, solo necesitaba, con una gran desesperación, avanzar, tan profundo que no hubiera forma de regresar, así que continué avanzando, el agua llegaba a mi barbilla, no tenía miedo, solo quería continuar. Terminarlo. Avanzaba y avanzaba incluso cuando mis pies ya no tocaban el suelo, y entonces, me sentí en calma. Hubiese pensando que podría darme miedo, pero solo quería que sucediera, que el océano me tragara y no me regresara.

Entonces, justo cuando estaba a punto de rendirme y dejarme sumergir, una chispa, me hizo detenerme. Una sensación de cuando estas a oscuras en una habitación y se prende de repente la luz, ese sentimiento me invadió.

Y con el llegaron los por qué. ¿Por qué iba a desperdiciar mi vida así? ¿Por qué me castigo por no ser amada o cuidada? ¿Por qué les daría el gusto de verme caer?

Una voz en mi cerebro, que se sentía dormida, despertó, impulsiva, con energía. “Tienes que ser fuerte”. Y así, con una renovada fuerza, con más vigor y convicción que cuando entré, salí.

Cuando llegué a la orilla, me dejé caer en la arena, las lágrimas brotaban sin parar, el cuerpo me dolía y temblaba por el esfuerzo. Pero tenía algo por que sobrevivir.

Algo porque luchar.

Yo.

Y nadie iba a ganarme. Los vencería, sobreviviría. Iba a doler, pero no me daría por vencida. Jamás volvería a atacar mi vida de esa manera, porque si no soy suficiente o necesaria para ellos, lo sería para mí. Recuerdo haber pensado, que era el mejor cumpleaños que había tenido.  Ahí fue que comenzó mi plan de cinco años.

Me había perdido en el recuerdo mientras lo relataba, que no me di cuenta cuando dejó de acariciar mi mano. Sus manos apretaban mi cintura sin lastimarme. Cuando levanté mi rostro para verlo, no pude identificar nada. Estaba en blanco, pero entonces rodeó mi cuerpo con sus brazos. Su cabeza se enterró entre mi cabello y mi cuello. Hizo un movimiento con su cabeza para que continuara.

—Ese día, regresé a casa mojada, pero nadie me notó. Y comencé a fingir. Comencé a agachar la cabeza, a esconderme mejor para evitar los conflictos, pero con cada grito, con cada golpe, me entumecía, muchas veces no estaba en el momento, mi mente pensaba en otras cosas. Tal fue mi actuación, que todos pensaron que él había ganado, que me tenía sometida. Aunque por dentro estaba luchando con todo lo que podía dar. Cada vez que me gritaban inútil, me decía a mí misma lo lista que era, cuando insultaban mi cuerpo, me veía al espejo y admiraba cada centímetro de él, me ofendían con decirme inútil, basura, entonces soñaba con mis planes y lo que lograría. Un verano, cuando estaba en casa de mis tíos, escuché una conversación sobre unas cuentas que nadie podía detectar. Así que cuando cumplí catorce años, y mi tío me preguntó qué quería de regalo, le pedí que me hiciera una cuenta a la que solo yo pudiera acceder pero que nadie supiera de ella, solo él y yo. Y lo hizo. Cada vez que he tenido un poco de dinero, lo he puesto en esa cuenta. Llevo ahorrando tres años. Y sé que con lo que tengo no me alcanzará para algo grande, pero será suficiente para comprar un boleto para Chicago, para rentar una habitación y sostenerme en lo que encuentro un trabajo. Podré agregarle un poco más ahora que Tati… —me interrumpí, tal vez él no sepa de eso, y Tatiana me pidió que no lo comentara—, en fin, la noche que den las doce anunciando mi mayoría de edad, me estaré yendo, justo en ese momento.

Nos quedamos unos minutos en silencio. Esperé para que el dijera algo. Es la primera vez que me incomodaba el silencio a su lado, pero era más por mis propias dudas e inseguridades que por el silencio.

—Puedes preguntar, lo más difícil ya te lo he dicho, solo asegúrate de no quedarte con ninguna duda, porque quiero dejar esto atrás, donde pertenece.

Lo sentí a través de mi cabello, y después de una pausa, elevó su rostro, sus ojos no mostraban compasión o rechazo, me veían igual que siempre, quizás con un poco de desesperación.



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En el texto hay: drama, primer amor, youngadult

Editado: 01.04.2024

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