—¡Brecha desliespacial detectada, Maestro! Intentan escapar, no debe permitirlo —se oyó a través del comunicador de la nave phantom de Zameer.
—Entendido, Nazusruee —respondió Zameer antes de acelerar al máximo para alcanzar al Black Lightning of Ra, pues él era el piloto. Era una peculiaridad de Zameer el hacer las cosas por sí mismo: en la Imminent Darkness no dejaba que alguien se encargara de pilotar, trazar los rumbos, usar el armamento pesado de la nave, asegurar las celdas, llevarlo a algún lugar en un vehículo menor, transportar a las tropas que debían acompañarlo, o... La lista era enorme, ya que pensaba que suficiente hacían sus tropas con estar bajo su mando como para encima hacer de sirvientes. De por sí pensaba que ya tenían bastante con ser parte del Pacto, aunque jamás lo dijo de forma abierta.
La nave se acercó velozmente al Ra. Cada segundo era vital si no querían perder al crucero, lo que quizás sería para siempre.
El portal del salto se abrió justo cuando el phantom alcanzaba al Ra. Pero debido a que se había desviado la energía a los motores el escudo del hangar estaba desactivado, todo estaba desocupado por el peligro que representaba estar expuesto al vacío del espacio. Fue realmente fácil abordar el crucero, y sólo faltaba abrirse paso hasta la sala de mando. Tuvieron que activar manualmente el escudo del hangar, de otro lodo habrían sido succionados por la abertura. Los cinco élites que acompañaban a Zameer eran de reciente ingreso a las filas del Pacto, pero fieros combatientes con afán de hacerse notar entre los suyos. Zameer solía elegir a novatos para sus misiones, tenía la idea de que era la mejor forma de probar su capacidad y de alentarlos a mejorar; además, los novatos resultaban los más animosos durante los combates buscando gloria y reconocimiento, a diferencia de los veteranos que ya no tenían las ganas de servir a su propósito. Con el camuflaje activo, se adentraron a través de los pasillos de mantenimiento sin llamar la atención del personal del crucero. Llegado el momento tendrían que salir del túnel de mantenimiento para ingresar al puente pero esa ya era otra cuestión.
—Esperen aquí —ordenó Zameer deteniéndose en una de las entradas del túnel —. Iré primero a verificar los pasillos. Si es seguro regresaré para iniciar con el asalto. Si no vuelvo, salgan del crucero.
Sin desactivar el camuflaje, Zameer respiró profundo antes de abandonar la seguridad del túnel para atravesar los pasillos que conducían a la sala de mando, teniendo buen cuidado de no colocarse en donde las luces artificiales le apuntaran de lleno para evitar que alguien que pusiera mucha atención distinguiera algún reflejo o distorsión de la luz que le delatara.
Pasó por enfrente de la puerta del comedor, donde algunos marines contaban viejos chistes mientras sus amigos reían, otros hacían concursos de vencidas y otros más jóvenes disfrutaban de sus alimentos mientras con los ojos llenos de asombro oían historias de las grandes batallas que evocaban los veteranos desde sus bastos recuerdos. Había uno que otro idiota molestando a los novatos, como en todo lugar, pero aun así era especial. Todo el lugar estaba lleno de algo que a Zameer le provocaba pequeñas cosquillas en el estómago, se veían tan alegres, tan vivos. Nunca había estado al interior de una nave humana, todas las misiones anteriores nunca pasaron de hacer saltar en miles de piezas al crucero que tuviera frente a su carguero de asalto (y hay que ver qué tamaño tienen esas naves del Pacto...), por lo que sintió curiosidad al ver la vida de aquellos soldados fuera del campo de batalla, tan cerca de ellos y sin la sed de sangre de por medio.
Se veía como cualquier nave del pacto o del UNSC, todo estaba hecho de frío metal con un estilo formal y serio, pero las personas a bordo eran el elemento que definía el ambiente, ellos le daban ese toque de energía que Zameer comenzó a sentir que a la Imminent Darkness le hacía falta. Zameer había llegado a pensar que los humanos eran, hasta cierto punto, indisciplinados, pero al verlos juntos se percató de que no era falta de organización, era algo mucho más importante que no podría hallar en el Pacto: todos se trataban como iguales. Por supuesto que no faltaba el gracioso que molestaba a sus compañeros, o el grupo de los típicos golpeadores, que a pesar de ser una espina en el trasero no cambiaban el curso del resto. Los que distinguió como oficiales hablaban de forma amena con los cabos, los más experimentados transmitían sus conocimientos a los más jóvenes e inexpertos con sus anécdotas, los de más alto rango aconsejaban a los rasos, los más afectos exclamaban «¡Hey, amigo! Te aparté un lugar aquí» cuando veían a algún conocido pasar junto a su mesa. ¿Cuándo en el Pacto se habría visto a un zealot charlando con un jackal o un grunt de esa forma? Mucho menos guardándole un asiento a la hora del almuerzo. Para empezar, ¿había hora del almuerzo en el Pacto?
Solo habían pasado cinco segundos desde que Zameer se detuviera frente a la puerta del comedor, cinco segundos que bastaron para apreciar todo lo anteriormente descrito. Pero que también fueron suficientes para perder la concentración y no advertir que estaba justo en medio de la entrada. Un par de marines que iban por el pasillo giraron a su izquierda para entrar. El primero lo hizo sin problemas, pero el segundo chocó contra Zameer de manera tan brusca que fue como toparse con una pared (obviamente el sangheili era más alto y corpulento que él). El soldado perdió el equilibrio y cayó sentado. Zameer volteó a sus espaldas y vio en el suelo al marine que le había empujado, y lo primero en que pensó fue en salir huyendo de ahí. Sigilosamente, sin apenas respirar y extremando precauciones para no tocar a ningún otro humano, se deslizó velozmente hasta adentrarse en el pasillo y perderse lejos. Ante su desconcierto, el soldado que cayó se levantó con los brazos extendidos al frente para tratar de encontrar lo que fuera que había obstaculizado su paso.