Sala de conferencias, Academia Militar "Base Arrow", Planeta Centurion II.
26:30 hrs.
—¿Qué fue lo que ocurrió, señora? —Patrick estaba muy asustado, seguía sin saber qué había ocurrido o por qué los habían atacado de nuevo, ni siquiera cómo se habían enterado de que había supervivientes en la academia.
—No lo sé niño, vuelve a dormir —respondió Dina sin abrir los ojos. Era media noche, o lo que cuenta como media noche en Centurion II (con un día de 26 horas) y Dina hacía el intento de dormir sobre una butaca de la semi destruida sala de conferencias, el dolor de la herida no le dejaba descansar como ella hubiera querido. Ya había salido a dar un rondín por el patio, más para despejar la mente que para vigilar, se sentía sumamente estresada. Luego de la pelea no paró de pensar en cómo la vería su equipo en adelante, ni qué reputación se ganaría dentro del Ra.
—Hey niño, vuelve con tus amigos y deja a la dama en paz —le espetó Mason entre susurros, quien estaba tendido por completo en la butaca de al lado.
—Pero señor, tengo muchas preguntas... —replicó el cadete.
—De acuerdo, de acuerdo —cedió Dina sentándose erguida en su asiento —¿Cuáles son tus preguntas? Siempre y cuando pueda responder, lo haré.
—Yo también quiero escuchar —susurró Dylan acercándose con los demás spartans detrás suyo.
Dina suspiró y en su rostro se dibujó una leve sonrisa. Su equipo parecía estar adherido a ella con pegamento industrial. Así que aceptando que no iba a poder dormir por lo menos en un par de horas se dispuso a dar todas las explicaciones que le pidieran.
—¿Quién es, sargento? —preguntó Mason.
Dina lo pensó por un segundo. Saira no puso objeción alguna así que procedió a hablar.
—Dependiendo a qué te refieres. Me llamo Dina, al menos eso creo. No recuerdo mi apellido. Mi número de identificación es 114. No recuerdo en dónde nací ni quiénes fueron mis padres. Biológicamente tengo 19 años, cronológicamente son 42. Para el UNSC soy un número más en sus listas de experimentos secretos, ni siquiera figuro en ningún documento oficial o en reportes de misión, en nada, soy un fantasma, el mérito de mis misiones siempre pasa a otras personas. Para la humanidad yo ni siquiera existo, soy un fantasma, no saben quién soy y posiblemente no me nombren jamás. Para el Pacto solo soy el enemigo, un soldado enfundado en un traje, un objetivo, un tiro al blanco, una diana a la que deben disparar sin miramientos.
—Vaya... Jamás lo vi de esa manera —Jackson había permanecido en las sombras y en silencio todo ese tiempo detrás de los spartans que estaban sentados en el suelo, y cuando habló todos se sobresaltaron. Riendo nerviosamente le dieron "ligeros" golpes entre juego y reprimenda. Tomó asiento sobre la alfombra y se dispuso a seguir escuchando.
—¿Qué clase de experimentos? —preguntó Dylan.
Nuevamente, Saira no se opuso.
—Bien... No puedo dar muchos detalles, así que omitiré bastantes datos y nombres. ¿De acuerdo? El proyecto al que yo pertenezco (o pertenecí) se llama Black Alpha —respondió Dina recostándose sobre el respaldo de su butaca, mirando al techo y recordando lo que hacía muchos años había vivido —. No recuerdo nada de mi vida pre-proyecto, sólo muy vagos fragmentos que ni siquiera tienen sentido. El proyecto solo me incluía a mí —explicó Dina sin querer hacerlo, era un trago amargo rememorar los primeros años que estuvo en el UNSC —. Incluía las mejoras y procesos de aumento que cualquier spartan lleva, pero había algo secreto que nadie más debía saber. Me sometieron a procesos más dolorosos y peligrosos a una edad más temprana que a cualquier otro spartan. Mejoraron mi capacidad visual al punto de poder ver con total claridad en la oscuridad, mis receptores olfativos captan esencias a largas distancias o incluso puedo seguir rastros durante horas, escucho hasta el más mínimo ruido aún con los motores de un warthog cerca. Mis sentidos son muy superiores a los de cualquier humano.
»El proyecto Black Alpha incluía mejoras genéticas. Mezclaron mis genes con los de algunos animales, principalmente felinos y cánidos para darme ciertas capacidades aumentadas que no tienen otros spartans: fuerza, velocidad, agilidad, resistencia, regeneración más allá de lo humano... Y una casi total pérdida de la conciencia cuando entro en combate. Es un efecto secundario del proceso, es como un instinto asesino que domina mi mente. El doctor a cargo de mí me había explicado que es debido a los genes que me insertaron, ciertos patrones de conducta pasaron de las especies de las que extrajeron el material genético.
»Fueron años muy duros. Me entrenaron desde que tengo memoria, me llevaban a espesos bosques, selvas o montañas sin armadura ni armas en busca de objetivos para probar mis sentidos altamente desarrollados. Me hacían pelear cuerpo a cuerpo con marines que triplicaban mi edad. Estuve confinada en una celda durante meses, como parte de sus pruebas. Me sacaron sangre para analizarla, como si fuese una fruta exprimida para hacer jugo. Me desaparecieron del mundo... Todo lo que soy consiste en un nombre y un número que no figuran en los archivos.
»Black Alpha fue un éxito conmigo, era viable aunque muy costoso, pero a la larga le ayudaría al UNSC a inclinar la balanza a su favor. Claro que, el proyecto Spartan-II (donde se incluye el Black Alpha) se realizó a espaldas del UNSC pues fue la ONI quien lo financió y apoyó, como ha sido con todas las generaciones de spartans. Decidieron lanzar entonces un nuevo proyecto: el proyecto Gray Omega, para producir en grandes cantidades spartans súper mejorados. Desde mi punto de vista, fue un error el programa que le siguió a mi proyecto. Se supone que debo guardar silencio al respecto, pero es algo que si se olvida volverá a repetirse. El nuevo proyecto acabó con la desaparición, asesinato o suicidio de cada uno de los candidatos. Los elegidos para los procesos de mejora (a mis procesos se les llama así en lugar de procesos de aumento) resultaron aptos para soportarlo físicamente, no psicológicamente. Solían inyectarles una droga que incrementaba más que nada la capacidad visual, pero provocaba otros daños. La droga era conocida como Firework, porque era el equivalente a recibir más de diez dosis de adrenalina al mismo tiempo, idéntico a un petardo dentro de uno mismo. La droga provocaba desde la primera dosis alucinaciones, esquizofrenia, conductas asesinas y destructivas. Si no se atacaban entre ellos, atacaban a otros soldados y destruían vehículos o lo que tuvieran al alcance. La mitad de los candidatos, sin entrar en combate, falleció de diversas formas al final del segundo mes de estar activos. La otra mitad les siguió tan solo una semana después.