—¿El duque estuvo aquí la pasada noche? —El hombre de los anillos saludó a Jazmín sin preámbulos. Cuando esta asintió, aquel frunció el ceño, dos líneas se formaron en el centro de su frente —. ¿Cuál era el estado de ánimo del duque?
—Increíble —ironizó Jazmín.
El hombre de los anillos le dio una dura mirada. Y después se apartó para dar una breve orden a la sirvienta que estaba limpiando los restos de la comida de Jazmín. Luego volvió a hablar con esta.
—Mi nombre es Harper, soy el supervisor. Solo tengo una cosa que explicarte. Dicen que trataste de escaparte. Si haces eso aquí, tendré que drogarte como lo hicieron antes ¿Entiendes?
—Si.
Otra mirada, como si esta respuesta fuera de alguna manera sospechosa.
—Es un honor haberte unido a la casa del duque. Muchos desean estar en tu posición. Sea cual sea la desgracia por la cual estás aquí, el duque te ha puesto en un sitio privilegiado. Deberías inclinarte sobre tus rodillas en agradecimiento. Deberías dejar tu orgullo a un lado y olvidarte de tu vida pasada antes de llegar aquí. Existes solo para complacer al duque del que dependemos todos en este condado.
—Si —aceptó Jazmín e hizo su mejor esfuerzo por parecer agradecida y mostrarse de acuerdo.
Al despertar, no había sentido ninguna confusión de donde estaba y el por qué. Sus recuerdos estaban muy claros ahora. Sus muñecas y cuello dolían, pero sentía que sus heridas no eran peores que como estaban cuando fue llevada la primera vez, por lo que dejó el asunto al lado.
Cuando Harper terminó de hablar, escuchó el lejano sonido de una pipa tocando una melodía. El sonido viajaba a través de esas puertas y ventanas con sus muchas y pequeñas aberturas.
La ironía era que, en algunos aspectos, la descripción de Harper sobre la situación privilegiada era correcta. Esta no era ningún tipo de celda que se había imaginado, no estaba drogada, ni se sentía confinada, era alimentada con regularidad en un plato dorado y siempre tenía agua a la mano. En la brisa nocturna llegó el delicado aroma de Lavanda y Frangipani.
Exceptuando que era una prisión. Exceptuando que tenía un collar y una cadena alrededor de su cuello y que se encontraba sola, rodeada de desconocidos a kilómetros de su hogar.
Su primer privilegio fue ser vendada y llevada, con una escolta completa, para ser bañada y preparada en un ritual que ya conocía. La casa, fuera de su habitación seguía siendo un misterio debido a sus ojos vendados. El sonido de la pipa se volvió más fuerte durante un instante, y luego se desvaneció en un eco poco entusiasta. Una o dos veces escuchó el bajo sonido melodioso de unas voces. En otra ocasión una suave risa.
Mientras era llevada a través de las estancias de los esclavos, Jazmín recordó que no era la única que había sido obsequiada al duque, y sintió un ramalazo de preocupación por los otros. Los protegidos esclavos del duque podrían estar desorientados y vulnerables al no haber aprendido nunca las habilidades para valerse por sí mismos. ¿Podrían siquiera comunicarse? Después de todo no todos los esclavos eran de Georgia, otros venían de otros reinos como Alta o Candia, este último estaba en guerra con Georgia así podría haber muchos esclavos de guerra.
La venda fue quitada.
Nunca se acostumbraría a la ornamentación. Desde el techo abovedado a la cuneta que contenía el agua que circulaba alrededor de los baños, la habitación estaba cubierta de diminutas mayólicas pintadas, brillando en diferentes verdes, azules y dorados. Todo el sonido se reducía al eco entre el vapor. Una serie de nichos (actualmente vacíos) rodeaban entre las paredes del baño; en cada uno había braseros de formas fantásticas que sostenían las antorchas. La puerta adornada, no era de madera, sino de metal. El único instrumento de sujeción era un incongruente armazón de tablas pesadas. No coincidía con el resto de la decoración en absoluto. Jazmín no pudo evitar pensar en su situación una vez más. Evitando poner sus ojos sobre ella, se encontró mirando las estatuas con sus posturas bastante explícitas.
—Son aguas termales naturales —le explicó Harper con orgullo en su voz —. El agua proviene de un río subterráneo que está caliente.
—En lugar donde provengo, usamos el mismo sistema para los cultivos y se logra el mismo efecto.
Harper frunció el ceño.
—Supongo que piensas que eso es muy inteligente —Estaba haciendo señas a uno de las sirvientas.
La desnudaron y la lavaron sin atarla; Jazmín se comportó con docilidad admirable, había decidido demostrar que le podían confiar pequeñas libertades. Tal vez funcionara, o tal vez Harper estaba acostumbrado a esclavos obedientes, era un supervisor después de todo.
—Te remojarás cinco minutos.
Con pasos vacilantes se acercó al agua. Su escolta se retiró; el cuello le fue liberado de la cadena.
Jazmín se sumergió en el agua, disfrutando de la breve e inesperada libertad. El agua estaba tan caliente que apenas y bordeaba con lo tolerable; sin embargo, se sentía bien. El calor se filtró en ella, fundiendo el dolor de sus articulaciones y músculos por la tensión.
Harper lanzó algún objeto en los braseros al alejarse, así que humearon al ser encendidos más tarde. Casi de inmediato, el recinto se llenó de un aroma dulce que se mezcló con el vapor. Eso hizo que Jazmín se relajara aún más.