Felices por Siempre

Capítulo 16

Un lametazo en la cara me despierta seguido de un ronroneo mientras restriega su carita en mi nariz. Sabe que ya es la hora, pero me cuesta más que de costumbre despertarme.

—Okay, bomboncito, necesitaré mucho más que eso para que puedas sacarme de la cama hoy—me quejo con el gatito mientras arrastro mi mano hasta la mesita de noche para ver la hora y cancelar la alarma unos segundos antes de que suene.

Tomo al gatito, lo abrazo y lo meto bajo la frazada conmigo, pero se desliza por debajo y sube desde mi costado hasta llegar a mi cuello y se sigue restregando conmigo.

Prrruuummm, prrruuummmm sigue con su insistencia para recordarme que debo levantarme para ir a ganarme el dinero con el que le he de comprar sus croquetas y alimentitos.

Mi amor, si supieras que no lo hago de floja, sino que anoche bebí alcohol, llegué tarde, dejé a mi hija a cargo de la vecina y ahora estoy pagando las consecuencias de tener que empezar una nueva jornada que consiste en defender mi trabajo.

Suelto un resoplido, me levanto de la cama, beso a mis gatitos y a mi hija para luego seguir adelante con la rutina: ducha, vestidor, niñera y pedido de café por el camino.

Tras buscar el café a mi jefe, me meto en las oficinas del piso superior y saludo a la gente que ya ha llegado, pero es muy poca. ¿A qué hora entran todos acá? Ahora que lo pienso, ayer llegaban en cualquier horario y de manera esporádica, ¿es que no tienen horarios? Si cumplen con objetivos, quizás está toda la tarea. Sus objetivos se traducen directamente en dólares y cuentas de muchos ceros.

—¿Te caíste de la cama?

Casi me doy un susto que me obliga a sacar volando los cafés que tengo en manos, pero como ya estoy entrenada en el asunto, mantengo la cordura y me vuelvo hacia atrás, a la voz que acaba de hablarme.

—Para que sepas, tuve una pesada mañana, pero aún así consideré lo que anoche me dijiste y… Madre mía.

Trago grueso al tener que mirar hacia arriba.

Muy arriba.

Es alto, con el cuello esbelto, usa camiseta tipo polo con los botones desprendidos y una cadenita evidentemente de oro le adorna el nacimiento del vello.

Es Natan.

Su cabello dorado está rapado, su barba un poco más frondosa, pero recortada y sus ojos verdes me examinan.

—¿Por qué me estás hablando tú a mi?—le digo, casi sin poder contener las palabras que escapan desde mi garganta.

Una risita aparece por su boca, lo cual me hace recordar sus colmillos muy blancos y marcados que me traen recuerdos intensos que invaden mis pensamientos. Es tan sexy, por todos los cielos, quién me manda a encontrarlo nuevamente en mi vida. Que alguien lo saque cuanto antes de aquí.

—¿Acaso no puedo hablarte? Trabajas para mi empresa—agrega, con interés notorio en buscar una reacción de mi parte.

—Yo trabajo para esta empresa desde mucho antes.

—Yo soy la empresa.

Caramba.

Me llamo al silencio antes de meter la pata hasta el fondo.

—¿Dónde está Gabriel?—intento salir de ese punto viciado de la conversación. Él levanta un ceja, con suspicacia:

—Le llamas por su nombre de pila además de insinuar que anoche estuvieron al hablar, ¿es esto una relación profesional?

—No tengo que darte explicaciones a ti, muévete.

Intento evadirlo desde la derecha, pero se mueve y provoca que los cafés en mis manos se tambaleen.

Me está bloqueando el paso intencionadamente.

Levanto mi cara y le miro, estupefacta.

—Quiero hablar contigo—advierte con seriedad.

No me agrada en absoluto que mantenga ese gesto, menos aún luego de lo que ha sucedido en el pasado.

De hecho, lo que ha sucedido en el pasado más inmediato también que me estuvo evitando dejándome como una estúpida.

—No tengo nada para hablar contigo, Natan. Ahora hazte a un lado que tengo cosas por hacer, ¿sí?

Consigo dar un paso hacia adelante que sí lo sobrepasa, pero su voz consigue detenerme cuando me habla:

—Claro que tenemos algo que hablar. Mucho en común, de hecho, empezando por Alexia.

¿Qué?

Parpadeo y me vuelvo a él, furiosa.

—No te atrevas a mencionar su nombre de nuevo—sentencio, tajante.

—Créeme que no sabía que tú trabajabas aquí.

—Créeme que no sabía que tú vendrías.

“O renunciaba antes de que tú intentes echarme” es lo que pienso, pero detengo la frase ya que no quiero quemar a Gabriel.

—Necesito una oportunidad para que hablemos, Sophie, aprovechemos la ocasión y no le demos más vueltas sino será una compleja convivencia el tiempo que nos quede para compartir.

—Ya es lo suficientemente complejo, pero prefiero seguir así—busco cortarle directamente, pero él se pone tan ácido que me quema:

—Sophie, seré directo y no te pediré una opinión: Quiero conocer a Alexia. Ella debe saber quién es su padre.

 



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En el texto hay: humor y romance, madre soltera, jefe y empleada

Editado: 30.10.2023

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