Feliz Divorcio

Capítulo 03: La vieja gárgola

—¡No! —exclamó Ivette despegando su mirada de los binoculares. Se tranquilizó un poco y continuó hablando —No, no hay nada interesante, es solo que no estamos aquí para chismorrear a los vecinos —afirmó con nerviosismo.

Lo último que deseaba hacer era lastimar a su amiga, darle esa noticia en ese momento no era lo mejor que podría llegar a hacerse; lo harían, eso sí, ellas jamás permitirían que una de las suyas estuviera atada a una relación desfavorable; sin embargo, lo primero era dejar que Nathalie se olvidara de lo que sucedió.

—¿No? ¿Qué sucedió? —preguntó Elaine con una sonrisa confundida. 

Con su mirada, Ivette le indicó que debería ver mejor a su amiga, pues, su nariz estaba enrojecida, así como sus ojos y mejillas. Era notable que ella había llorado por un largo tiempo. 

—¿A quién debemos amordazar? —Indagó con un gesto de preocupación, mientras acunaba el rostro de Nathalie, apretó tanto sus cachetes que lucía como un pez fuera del agua.

Nathalie intentó decir qué era lo que había sucedido, mas Elaine no podía comprenderla por tener aún sus manos aprisionando su rostro. 

»No entiendo nada de lo que dices, habla claro, por favor —exigió elevando una de sus cejas.

—Suelta su rostro, cerebrito. De esa manera no puede hablar. 

Así como un par de minutos atrás, en casa de Ivette, Nathalie relató cada una de las cosas que habían sucedido esa noche. A pesar de que Elaine hubiera visto a Anne en su casa, no vio cuando Leonard llegó a su casa, ni cómo esta se abalanzaba sobre él con bastante desespero.

Esa noche fue centrada en hacer que su amiga olvidara ese mal momento, ellas eran su hogar, ese lugar seguro que Nathalie tanto necesitaba; por eso mismo, no dejarían que nada ni nadie se metiera con alguna de ellas. Ivette no se quedaría con las manos cruzadas, y usaría a Elaine como una de sus secuaces.

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La mañana llegó, por lo que cada una regresó a su casa.

Nathalie estaba a las afueras de su hogar, se detuvo un momento al ver que el auto de su suegra permanecía en el mismo lugar que antes; cosa que le desagradó por completo. 

Fue lo suficientemente clara con su esposo, con el hecho de que no deseaba ver a su madre cuando regresara, y él… no tomó en cuenta sus deseos ni decisiones, sino que continuó haciendo lo que su «mami» le decía.

Tomó una gran bocanada de aire, necesitaba encontrar todo el valor que tuviera, no podría continuar todo de la misma manera, ella no lo deseaba y no lo permitiría.

—Ya estoy en casa —dijo apenas entró, con su mirada recorría cada uno de los rincones del recinto, en busca de alguna señal de su suegra, pues fue bastante clara cuando habló con su esposo el día anterior.

No deseaba verla, y si se encontraba en casa, no se haría responsable de lo que sucedería a continuación. Se dirigió a la cocina, pues escuchaba ruidos provenientes de ese lugar, punto en el que su suegra acostumbraba a estar. 

—Natha, regresaste —saludó su esposo con una sonrisa, mientras probaba lo que se encontraba en la olla.

Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de su esposa. Cualquier mujer se alegraría al llegar a casa y ver a su marido cocinando para ella, pero no Nathalie, jamás en su vida, Leo llegó a entrar a la cocina con la intención de cocinar. 

—¿Por qué la escondes? —indagó la chica cruzándose de brazos.

Estaba de pie en la entrada de la cocina, su cuerpo abarcaba todo el espacio. No permitiría que esa mujer estuviera ahí dentro, mucho menos que su esposo la ocultara como si fuera una prófuga de la justicia. 

—¿A quién? —se hizo el desentendido para dar tiempo de que su madre encontrara un mejor escondite. 

No contaba con el hecho de que, una vez más, ella le llevaría la contraria a lo que él había determinado. ¿Estaba escondiéndose? ¡No! Estaba recostada en la cama de los esposos, mientras dibujaba sobre la cara de Nathalie en su álbum de fotos.

—A la vieja gárgola de tu madre.

—¡Oye! —exclamó ofendido dejando caer la cuchara de su mano. —¡No le digas así! 

—Ella se ganó su apodo, solo con la diferencia de que ella no ha hecho nada bueno, ni siquiera a su hijo. —Sentenció cruzándose de brazos y yendo en busca de esa gárgola. 

Recorrió cada una de las habitaciones, hasta que la encontró en su propia cama, estaba arruinando por completo las fotografías de boda; ahora, Nathalie contaba con cuernos y cola. 

—Oh, querida nuera, me alegra que hayas regresado —saludo de manera irónica. 

Sus ojos se abrieron con amplitud en el momento en que sintió cómo Nathalie la arrastraba a las afueras de casa, se quejaba, manoteaba y gritaba, pero era como si Nath fuera un muro impenetrable, la cual no escuchaba ni se inmutaba a sus múltiples insultos.

Leo corría detrás de ellas, observaba a su esposa, a la cual, le costaba trabajo reconocer. 

—Fui clara al decirle que cuando llegara no deseaba que estuviera aquí. La culpa es de su hijo por no echarla antes. 




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