—No te preocupes, no todo es para la sanguijuela —respondió con una sonrisa que le hacía entrecerrar sus ojos. —Oh, esto sí —afirmó tomando un recipiente lleno de gusanos de goma.
—Esto no pinta para nada bien… Tendré que conseguir un botiquín, por si las cosas se salen de control… como siempre.
Ambas se dispusieron a salir del centro comercial, se encaminaron a la casa de Elaine a comer algo, y a planear su siguiente movimiento. En cuanto a Ivette, se mantenía en silencio observando detenidamente cada uno de los movimientos de su amiga, la cual estaba sacando objetos extraños de otra caja fuerte.
«No me digas que le vas a poner una cámara a ese oso —cuestionó frunciendo el ceño.
Respecto a eso, Elaine apretó sus labios con fuerza, si ella no quería saber cuál era su plan, entonces no lo sabría. No solamente pondría una cámara, sino también un micrófono, cosas que le permitirían saber qué cosas planean las dos sanguijuelas; del caso contrario, sus planes podrían afectar a la pareja.
Los minutos pasaron y el «obsequio» de «Leonardo» estaba preparado. Si Elaine había escuchado bien, Anne se estaba quejando porque su amigo la dejó a un lado para irse al lado de su amada esposa, así que, este sería un obsequio de disculpas.
—Está mal escrito —dijo Ivette observando la ortografía de su amiga. —Se llama Leonard, no Leonardo, y, hasta dónde sé, esa sanguijuela le dice «León» —a pesar de que las palabras y el gesto de Ivette demostraran seriedad, ella estaba curiosa por lo que esas cámaras captarían.
Estaba mal, ambas lo sabían, pero no le haría nada de daño a nadie, por lo menos esa era su opinión frente a lo que estaban demasiado cerca a hacer. Luego de atar los últimos detalles de su pequeña jugarreta, aprovecharon que la Sanguijuela no había llegado a casa, para dejar ese obsequio a las afueras.
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Ignorando las cosas que estaban sucediendo a una distancia considerable, la pareja estaba disfrutando de un momento de interacción bastante agradable; esa era la primera vez en tanto tiempo que se estaban dando el tiempo que necesitaban.
Leo había olvidado lo divertida que era su esposa cuando se la trataba bien, y, en cuanto a Nathalie, ella recordaba esa caballerosidad que la había conquistado. Parecían una pareja de adolescentes en su primera cita; sin duda esos momentos serían los que llevarían guardados en sus corazones sin importar lo que llegue a suceder.
Cómo era de esperarse, el nivel de romanticismo llegó a tal nivel que lo vivieron como si fuera su luna de miel. Todo parecía perfecto, se sentía maravilloso, cada sensación, caricia, era capaz de llevarlos a la estratosfera.
Por un momento olvidaron todos los problemas que los asediaban, solo existían ellos dos en ese mundo.
A la mañana siguiente, quien se despertó primero fue Nathalie, quien sentía que sería buena idea prepararle algo de comida a su esposo para que llevara a su trabajo, como una manera de arreglar las cosas, de demostrar que estaba dispuesta a hacer que todo se encaminara de buena manera; no deseaba estar peleada, sino que su matrimonio avanzara a los pasos que debía de ser.
Puso especial cuidado de cada uno de los ingredientes, de la presentación, debía salir de manera perfecta, o no serviría de nada; bueno, esa era su percepción.
Mientras terminaba de darle los últimos detalles a su preparación, sintió cómo unos brazos la rodeaban por la cintura; en ese momento se sentía tan querida, tan amada, que no le importaba que todo alrededor estuviera ardiendo.
Ella deseaba sentir la calidez de una familia, y eso era por lo que lucharía sin descansar.
—Buenos días —saludó ella recibiendo un peso en los labios.
En parte se sentía extraña esa interacción, pues, estaban acostumbrados a que cada uno se encargara de sus propias cosas, sin cuidar de los intereses del otro. Sin duda alguna, esa era una de las razones por las que su matrimonio estaba tan débil, por la cual, fuera cual fuera la brisa o el problema, lo echaría abajo sin ningún esfuerzo.
—Buenos días —la sonrisa que Leo llevaba en ese momento, lo haría ver como un chico atontado por el amor.
Con cada uno de ellos en el trabajo, con los ánimos por las nubes, gracias a esa reconciliación que tuvieron, se dispusieron a dar lo mejor de sí. Eso, hasta que a la hora del almuerzo, una silueta femenina se abrió paso en la oficina de Leonard.
Los ojos del hombre estaban centrados sobre ella, más aún porque se le hacía extraño que ella tuviera acceso a esas instalaciones, hasta el momento, las únicas personas autorizadas eran su esposa y su madre.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él con un gesto de confusión.
Su mirada se centró en Anne, quien sostenía un portacomidas con sus dos manos. Por cada paso que esa mujer daba, sus caderas se bamboleaban de un lado a otro, incluso su vestimenta era tan reveladora, que un movimiento en falso y sus queridas amigas saldrían a echar un vistazo al mundo exterior.
—Tu madre me pidió que te trajera algo de comer.
—Le dije que no lo hiciera, que no era necesario.