El brillo que reflejaba en mis ojos delataba satisfacción, era la primera vez que me vestía tan elegante en toda mi vida, en ese entonces me sentía importarte y fuerte, no una joven que era vendida cada día.
El vestido acentuaba bien en mi cuerpo, y sin exagerar realzaba mis curvas y senos, el traje consistía en tener tiras sueltas al lado de los hombros, escote en forma de corazón, y de color negro al igual que los tacones.
El maquillaje no era tan exagerado –porque yo misma me lo hice –, un pequeño sombreado marrón, un leve rubor y labial transparente.
El motivo del todo el cambio era para una dichosa fiesta que iba a ver en la gran mansión, motivo; era dar a conocer al nuevo heredero, pero también hecho para dar el comienzo de mi trabajo.
Suspirar era lo único que podía hacer para aliviar mi nerviosismo, iba a conocer al hombre que era el plan de conquista, si en ese entonces sufriera de nerviosismo extremo, ya, hubiera estado extendida en el suelo, desmayada. Todavía no estaba tan cómoda con el lugar, era el segundo día allí, en un solo día pudieron hacer un montón de cosas, que ante ojos de mis jefes era Magnolia Router y en otras era Anne Frosler.
Todo lo que el dinero podía hacer.
Según ellos era para que el plan salga a la perfección sin inconvenientes.
El nombre mencionado, pertenecía a una mujer sin vida, fallecida a los treinta y siete años, nacida en el mismo lugar, y era madre de un niño. Aunque todo fue cambiado cuando me adaptaron ese nombre.
Solté un suspiro más, preocupación –nerviosismo–, y confusión me comían entera, primero porque temía cada reacción de las personas que me verían –aunque sabía que era lo menos importante –, la confusión era porque el hombre que me hizo sufrir años, cambió drásticamente de un momento a otro, claramente en ese entonces me comía el cuento de verme feliz, el hoyo que me causó no se podía tapar fácilmente, investigar y destruirlo era parte de mi venganza, me dolía, sí, pero el rencor me cegaba, tenía que acabar primero con mi trabajo y seguir con el otro plan, y esa idea no era reciente, desde que pisé las afueras de "La postrada", ilumino en mí como un pequeño foco.
El sonido de un toque leve me sacó de mis pensamientos. Y mirándola por el espejo comenzó a hablar.
–Señorita, la señora pide que baje, ya. –habló amablemente.
Quite la mirada del espejo, mirándola fijamente y regalándole una pequeña sonrisa, afirme con la cabeza.
Se fue pidiendo permiso, y quedé nuevamente sola.
Lamentablemente, las emociones que estaban en mí el día anterior me hicieron olvidar recoger las pocas cosas que tenía, pero no al brazalete que siempre lo llevaba conmigo, algo muy importante que era para mí.
Con el último suspiro, me encamine hacia la puerta y saliendo de la habitación en que estaba alojada, jugueteando con el brazalete continúe caminando, agarrando la baranda y con mucho cuidado iba bajando por las escaleras.
No hacía falta buscar un salón, si había una gran sala parecida a ello.
Estaba repleto de personas, y esas palabras de que era una pequeña «fiesta» de mis jefes me dejaron en claro qué cuando hablan «pequeño» significa GRANDE.
Poco a poco iba viendo rostros diferentes al igual que sus expresiones, lo que más destacaban en ellos era su forma de vestir, con trajes muy pero muy elegantes y en mi mente no tan inocente corrían montones de pensamientos, uno de ellos era qué suponía que cada traje costaría el triple de lo que me daban los viejos cochinos abusadores.
Ya estando casi en el último escalón, mi única opción era agachar la mirada y no presenciar algunas miradas que ya estaban en mí.
Algunos murmullos se escuchaban o eso creía yo, el nerviosismo me daba a pensar muchas cosas, hasta tuve la idea por haber sido tan estúpida al aceptar ese trabajo.
Siguiendo con mi misma acción me encamine hacia un espacio, y mientras lo hacia la tensión iba disminuyendo, y como también la torpeza me acompañaba choque con algo o mejor dicho con alguien, me puse a maldecir mentalmente, avergonzada alce la mirada, encontrándome con una mirada muy profunda.
Su expresión cambio al mirarme, con una de agradecimiento, fue raro.
—Les presento a mi pequeña sobrina.
Habló el hombre sujetando mis hombros cariñosamente, mi única opción era sonreír a los tres hombres frente mío, eran casi de la misma edad del señor Frederic.
—Mucho gusto. –habló uno de ellos.
Los dos restantes imitaron sus mismas palabras, además de eso se presentaron, era algo menos importante para mí aprender algunos de sus nombres.
—Y dime jovencita, ¿cómo se encuentra el clima por España?- preguntó uno de ellos.
Tuve que tragar duro para contestar.
—Se encuentra algo estable, pero muy bueno para mí.
La idea de abofetearme no estaba nada mal, mi respuesta fue tan estúpida como yo parada allí mismo.
El hombre sólo ríe.
Un sonido de copas, nos hizo mover las cabezas, encontrándonos a la señora Mónica haciendo aquel acto.