Por algún lugar dicen que cuando tienes el control de tu cuerpo pero sobre todo de tu mente, tienes el poder de superar todo lo que se atraviese en el camino, incluso, tienes las fuerzas suficientes para construir lo inimaginable y destruir lo impensable. El poder de tener el dominio de tu mente, es tan gratificante que con ella no importara qué o quién intente atacarlo, porque sabrás cuándo y cómo dar el siguiente paso para destruir aquello que intenta hacerte daño. Solo se queda en eso: En un intento. En un inútil y vano ensayo de cómo lastimar.
No siento, ahora mismo no siento la piel que abriga mi cuerpo que está pesado, inerte en el más profundo de los sueños, del cansancio, del olvido quizás. En cambio mi mente está despierta, activa como si ella fuera mi cuerpo, como si ella pudiera sentir como lo hace mi piel; siente por mi cuerpo ausente, está alerta ante aquella sensación que me respira, que me observa y me espera.
Respira.
Nuevamente lo desconocido me espera.
Respira.
Tengo que despertar.
Respira.
Tengo que sentir.
Respira.
Mentalmente vuelvo a respirar hondo y me quedo ahí, en ese rincón oscuro y solitario. Quita, tranquila sin hacer ni un solo ruido. Todo está sumergido en la gracia del silencio que no puede puedo tocar pero ella a mi si con aquellos dedos hábiles y escurridizos. No hago el más mínimo movimiento para así darle poder a mi cuerpo. Es complicado, es mucho el esfuerzo para tratar de tan siquiera levantar un dedo. Me cuesta intentarlo, pero lo hago. Es como si ya estuviera habitada a estar así, encerrada, aislada del resto, solo conmigo y la nada de nadie más. Mi cuerpo comienza a reaccionar, a sentir. —No puedo seguir en este profundo sueño donde la desesperación puede hacer acto de presencia en cualquier momento —.De a poco comienzo a mover los dedos de mis pies, es raro, es como si una corriente recorriera todo mi cuerpo hasta mi boca sedienta que se abre en busca de aliento. Aun no abro los ojos. Solo me quedo así. Recuperando el aire. Sintiendo después de tanto tiempo de escuchar solo mi voz encerrada en las paredes de mi cabeza.
Apartando el sentimiento de aquello que me amenazó con no volver a sentir más que la incertidumbre de lo que posiblemente pudiera llegar a pasar, me llego a preguntar en silencio: —¿Cuánto tiempo habré pasado inconsciente? —.Cuando, con cansancio, abro lentamente los ojos. La noche rápidamente me arropa junto con la pesadez, miro a mi alrededor unos segundos hasta que comienzo a escuchar como el pomo de puerta está a punto de girarse, por acto reflejo, vuelvo a juntar los párpados y contengo la respiración. La puerta se abre y una colonia dulzona comienza a bailar con su aroma pícaro por mi nariz, luego su andar de punta fina se propaga haciendo eco en mis oídos hasta que se pierde con la misma rapidez en la que habían llegado. Parecía la presencia de un cazador: Cauto, preciso, ansioso, pero determinado.
Sintiendo un poco más el control de todo mi cuerpo que aun sigue un tanto en tensión, me incorporo un mejor en la cama dejando descansar la cabeza en el espaldar acolchado. Llevo una de mis manos hasta mi cuello y me quejo suavemente cuando las yemas de mis dedos tocan una pequeña herida que arde y sangra sutilmente. —No, no ha pasado mucho tiempo—. Me llego a responder cuando siento la sangre reciente.
Enfoco mejor la mirada y recorro la habitación que guarda una oscuridad corrompida por la luz de la noche que entra por el balcón, donde una silueta, seguro de la dueña de aquellos pasos y aquel olor, se ve a lo lejos.
Saco las piernas de la manta que me cubría hasta la cintura y el frío del piso me estremece al instante de nuestro contacto. Pongo las manos a cada lado de mi cuerpo, enterrado las uñas en la tela que cubre el colchón, trago la respiración y me pongo de pie, pero un mareo acompañado de un espasmo muscular hace que vuelta a tomar asiento en el borde de la cama mientras mis labios emiten un gruñido doloroso ante la invasión de aquella sensación.
—Por fin despiertas.
La voz delicada de la mujer hace que suba la cabeza y la busqué con la mirada en medio de aquel lugar. Su figura esbelta aparece recostada del barandal del balcón. No puedo, desde aquí y mi malestar, distinguir del todo su rostro. Sus pisadas comienzan a opacar el silencio y su presencia inunda el lugar de un aura desafiante
—Quiero pedirte mis más sinceras disculpas por el trato —Pasa un dedo por el mueble que queda frente a la cama constando de que no haya polvo en el —.Sabes que los hombres de este negocio son un poco...brutos. Y contigo, debido a la situación actual, tienen que serlo un poco más. Ya sabes, por seguridad.
Guardo silencio, ¿qué puedo responderle cuando no tengo una idea clara de lo que me está diciendo? Me habla de seguridad, de mi estado actual, estoy confundida. Desconcertada, vuelvo a mirar todo el lugar ahora iluminado por las luces en el techo: colores como el gris claro que hay en la arena del mar junto a un azul que parece venir de las profundidades del océano, pintan la habitación. Justo al lado, a unos cortos pasos, el baño al descubierto por la transparencia del vidrio que deja ver una tina justo en el centro llena de agua con espuma. Al frente, está ella, recostada del mueble debajo del televisor, viéndome con preocupación y cautela de sus próxima palabras, y quizás, de la mías también.