CAPITULO 19
Ella ha despertado…
No logro escuchar todo lo que dicen, estoy algo nerviosa y mis sentidos apenas pueden funcionar. ¡Por Dios! ¡Estoy despierta! Siento un enorme dolor de cabeza. Pero el plan aún no está completo. Falta sacarlos a ellos.
Siento la enorme presencia de alguien cerca de mí y, me llega un olor a menta, un aroma a frescura, una combinación de entre campo y fragancia de vainilla. Un aroma que sé bien de quién proviene. Lia.
Aún sin abrir los ojos estoy llena de pánico, incluso creo que, si mi estómago tuviera comida en este momento, yo ya la habría vomitado por completo.
- ¿Luci?... -por primera vez, en su voz escucho cariño y preocupación, no me agrada decirlo, pero La reina y yo tenemos algunas cosas en común, entre ellas está el hecho de que ocultamos bien nuestros sentimientos y emociones…pero cuando se trata de la princesa, las dos caemos en el amor que sentimos hacia ella.
Abro mis párpados con lentitud, la luz brilla miucho y arrugo los ojos hasta poder acostumbrarme a ella, todos están ansiosos por ver a Lucia despertar, y nadie me presta atención a mí o el cuerpo de mi hermano a un lado. Nadie excepto un hombre. Egil Greco.
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Poco a poco más personas la observaban y cuchicheaban entre sí, un murmullo fuerte que terminó por desesperar a la reina.
- ¿Tienen algo que decirme? -dice ella con voz severa mientras observa aun el cuerpo inerte de su hija.
Un silencio total inundó la habitación, pero por suerte para todos, el hombre que no había dicho nada en un inicio se acercó a la mujer, y aun observando a Lizet le susurro algo imperceptible para los oídos de ella. De pronto Lia abrió enormemente sus ojos y lentamente desvió su mirada para poder observar con asombro los hechos. Lizet estaba despierta. Les habían tenido una trampa a todos, jamás pusieron en peligro a Lucia, solo les hicieron pensar eso. Una lágrima casi invisible se desliza por la mejilla de la mujer, que lentamente, se aleja del lugar sin decir ni-una-sola-palabra.
-Todos los que no sean requeridos para la vida de mi hija y el niño por favor les pido que se tomen una semana libre, mientras tanto los demás solamente salgan de aquí por favor. -Todos asintieron y sin decir algo, salieron del lugar, unos por las escaleras y otros esperaban a que llegase el elevador.
Estar a solas con Egil no le emociona para nada, su enorme barba, su piel color avellana, sus enormes cejas pobladas y una mirada tan paternal, le hacen sentirse en casa. Es alto y algo robusto, sin duda alguna tiene una complexión que a cualquiera le daría miedo, pero solo a alguien que no lo conozca, porque todo el que le conoce sabe que es de las personas más bondadosas que podrían llegar a existir. Lucía se parece mucho a él en eso.
Poco a poco Lizet se endereza y sale de la camilla en la que estaba. Estando ya enfrente del hombre, este la abraza. Ninguno de los dos lo previno, pero las lágrimas comienzan a brotar desesperadamente del rostro de ambos.
-Lo lamento tanto, hija…
Ella no responde, y no es porque no quiera, simplemente las palabras quedan cortas para poder expresar todo lo que siente en este momento.