La niñez y comienzo de la adolescencia de Helen resultó ser muy dolorosa, fui testigo en primera persona de todo su sufrimiento, siempre estuve ahí, acompañándola.
Todo comenzó la misma noche que Helen cumplió doce años.
Había sido un día agotador, habíamos ido a la playa en bicicleta, y allí festejamos el nuevo año de nuestra amiga. Incluso fue Marcus, que no importara cuanto lo insultara, el seguía apareciendo en nuestro grupo, fuera donde fuera, ya que a pesar que yo lo odiaba, Helen lo consideraba un buen amigo, y ella lo había invitado, y como era su cumpleaños no pude negarme.
Jugamos en la arena, recolectamos conchas de mar, nos bañamos en el agua, nos quemamos la piel expuesta al sol, tomamos helado. Fue un día agradable, a pesar que Marcus había tirado mi gorra al mar y ya nunca la pude recuperar. ¡Realmente me sacaba de casillas!
Volví tarde a mi casa, luego de cenar me fui directo a mi habitación, estaba lo suficiente agotada como para seguir manteniéndome en pie.
Me dormí de inmediato, hasta que una hora después un sonido me despertó. Intenté ignorarlo, pero era insistente. Sonaba como si algo chocara contra el vidrio de mi ventana. Me levanté sintiendo mi cuerpo pesado y mi cabeza presa de la confusión. Odiaba que me despertaran a mitad de mi sueño. Caminé hasta la ventana y la abrí de par en par hecha una furia, pero al ver lo que se encontraba del otro lado mi expresión se relajó, y mi corazón se contrajo afectado.
Helen estaba parada descalza sobre el césped, con un camisón de dormir y su rostro rojo e hinchado signo de que había estado llorando.
Helen trepó el marco de la ventana con mi ayuda y se sentó en mi cama una vez que se encontraba dentro. Yo en cambio me senté en la silla de mi escritorio, encarándola muda, esperando a que ella hablara primero, pero no hacía más que abundar un silencio desesperante entre las dos. Quería romper el silencio, pero no sabía cómo. Por suerte Helen me sacó de este apuro, porque ella fue la primera en hablar, o por lo menos en intentarlo, porque cuando abrió la boca para decir algo se vio interrumpida así misma por un llanto, que si bien no era muy bullicioso, sonaba apagado y triste, como si no tuviera suficientes fuerzas para llorar con ganas.
Me levanté de la silla y caminé hasta quedar frente a ella, donde me arrodillé para mirarla a los ojos. Helen se veía irreconocible, ¿Esta niña era mi amiga?, ¿Aquella niña fuerte y llena de energía?
Tomé sus manos con fuerza a modo de consuelo, aunque sabía que ese pequeño gesto no podría solucionar nada, quería ser útil para ella, llevarme todas sus lagrimas, limpiar su corazón de todo dolor.
— ¿Qué sucede, Helen? — le susurré, como si tuviera miedo que mis palabras ocasionaran más daño.
— Mi mamá — dijo entre sollozos — mi mamá se fue.
Tragué el nudo que se estaba formando en mi garganta, y luego de aclararme la voz, volví a hablar.
— ¿Qué le pasó a tu mamá? — sus palabras habían sido muy vagas, muchas teorías se habían formado en mi mente, pero antes de creer algo erróneo creía que sería mejor aclarar la información por boca de la fuente primera.
— Se enamoró…
Helen se encontraba en tan mal estado que no parecía ser capaz de formular una frase completa, sino vocalizarla en partes, diciendo pequeñas frases sueltas. Me quedé en silencio, mirándola con paciencia, le daría todo el tiempo que necesite para contarme lo que le sucedía, aunque ahora, con esa última frase, me hacía una idea más acertada de lo que pudo haber sucedido.
Helen comprendió mi silencio, como un espacio para ella misma, un abismo donde sentirse libre un momento, usarlo como quisiera, y optó por respirar hondo, muy hondo, una de esas respiraciones, donde el aire frio no solo llena los pulmones, sino que llega también al corazón, como si lo bailara con una pequeña ventisca fría, haciendo más fácil respirar, vivir, por un momento más.
— Cuando llegué después del día en la playa, encontré a papá y mamá discutiendo, ella le contaba que hacía meses que se estaba viendo con un hombre que conoció, y que por él sentía mucho más amor de lo que sentía por mí y papá juntos. “Es verdadero amor”, decía repetitivamente. También dijo que nunca quiso casarse con papá, que sólo lo hizo porque estaba embarazada, pero que nunca nos amó— Helen se quedó en silencio un milisegundo, creí que se quebraría de vuelta, pero Helen se contuvo, estaba decidida a continuar soltando todo, como si cada palabra fuera un peso en su corazón, y al decirlas las arrancara con fuerza, volviéndose así más liviano — Ella nunca me quiso. Y lo peor de todo es que quiero odiarla pero no puedo, ella es mi madre y no importa el daño que me haya hecho, aunque lo intente la seguiré queriendo, y me odio a mí por no poder odiarla.
— No digas eso, no te odies — le dije apretando sus manos con más fuerza — Eres una buena persona, por eso odiar es imposible para ti. No intentes cambiar, porque no lo necesitas.