Antes de volver a la casa de la abuela de Helen, volvimos al restorán de comida rápida para pagar la cuenta que dejamos pendiente cuando salimos corriendo del local de manera repentina. Quise que dividiéramos mitad y mitad, no me parecía correcto cederle toda la cuenta a Marcus, y la razón era que lo veía como una forma de reconocer que pude divertirme en la no-cita. Suena absurdo, pero lastimaba mi orgullo.
— ¿Por qué cada vez que vienes con tus amigos alguien se pierde o le pasa algo malo? — la abuela de Helen se encontraba sentada sobre el sofá, con las piernas extendidas como si se trataran de dos tablas de planchar, y con los nudillos de su mano diestra haciendo presión sobre su frente — ¿Acaso mi casa está maldita? — Helen estaba sentada junto a ella, mientras le abanicaba con una revista, como si de aquella manera pudiera prevenir un inminente desmayo — Tendré que traer a un cura a exorcizar la casa… ¡Estoy segura!, ¡La casa es el problema!, ¡Algo tiene!
Desde que habíamos llegado, Nicholas se había encerrado en su habitación, y por más que insistiéramos, no nos abría la puerta ni contestaba.
— Estoy usando la misma sudadera desde anteayer… ¡Me siento sucio! — gritaba Jeremy del otro lado de la puerta, ya que la habitación no le pertenecía sólo a Nicholas, las cosas de Jeremy y Marcus estaban allí dentro, y no podían recuperarla por el momento — ¡Huelo como un chivo de monte!
Jeremy miró a la puerta con el ceño fruncido, esperando una respuesta que nunca llegó.
— ¡Hey! — insistió esta vez golpeando la puerta con ambas manos hechas puños, pero no había caso.
— Parece que no quiere salir de su confinamiento — le dije acercándome a Jeremy.
Jeremy me miró con sus ojos negros y me hizo un puchero gracioso.
— Odio sentirme sucio.
Acerqué la nariz a su cuello.
— Hueles bien — le dije.
— Ah, eso es porque le robé… digo, tomé prestado el perfume de la abuela de Helen — me dijo de manera confidente — No le digas, si se entera que me eché una tonelada encima, seguro me echará de la casa.
— La abuela no es tan mala.
— Sí, pero me da un poco de miedo — admitió contrayéndose de hombros.
Reí levemente y él sonrió en respuesta.
Lo miré curiosa. Era un chico atractivo, ya entendía por qué le gustaba a Lea. Tenía piel oscura, que brillaba como una obsidiana, y unos ojos llenos de vida. Y su personalidad era lo mejor de él, te hacía quererlo de inmediato. Qué mala suerte la de ella al enamorarse de un chico gay.
— ¿Por qué no fuiste detrás de Lea? — le pregunté — Quiero decir, ella es tu mejor amiga y…
— En verdad no sé bien por qué. Todo fue tan repentino, que cuando caí en lo que estaba pasando, Lea ya se había tomado un tren de vuelta a la ciudad.
— Ella debe necesitar de ti, ahora.
Jeremy miró al frente, a la puerta, como si esta fuera a abrirse. Sonrió levemente y luego contestó a mi pregunta.
— Ella es una chica fuerte, aunque parezca lo contrario. Ella sabe tanto de mí, siempre pude apoyarme en ella, pero Lea es diferente a mí, siempre enfrentó las cosas sola, nunca pidió un consejo o me confió una confidencia. Nicholas es su primer novio y antes nunca supe que le gustara nadie, siempre preguntaba, pero buscaba escusas o daba respuestas vagas — esta vez volvió a mirarme — Estaba feliz por ella y por Nicholas, parecía que todo marchaba bien… pero de un momento a otro se desmoronó y sin razón aparente.
— ¿No estás enojado con Nicholas?, digo… por lo que pasó.
— Aunque parezca imposible, no, no lo estoy.
— ¿Por qué? — le pregunté intrigada. Yo esperaba que él, al igual que Lea se vuelvan contra Nicholas. Pensaba qué él seguiría a Lea en todo lo que decidiera. O por lo menos los imaginaba como esa clase de mejores amigos. Inseparables.
— Porque hay algo que no encaja. Estoy seguro que Nicholas no lo hizo. Seguro hay una explicación loca para todo esto.
— Pero Lea dice que fue Nicholas quien le mandó el mensaje diciéndole que la esperaba en el bosque, con su móvil.
Jeremy me miró sorprendido por mis palabras.
— ¿Desconfías de tu mejor amigo? — me preguntó abriendo los ojos en una reacción de asombro.
Mis manos comenzaron a temblar, intenté contener la reacción llevando un dedo a la boca para morder la uña. Era un buen canalizador de tensiones.
— Sólo que… — no sabía que decir para arreglarlo — como dijiste antes, las cosas no encajan.
— Es cierto. Por el momento voy a aguardar y a esperar. Al final la verdad saldrá a la luz y el culpable será descubierto. La mentira tiene patas cortas — recitó aquel famoso refrán, y fue como una descarga a mi corazón. Incluso me costó tragar la bola de saliva que se había acumulado en mi garganta. Esperaba que nunca se descubriera al culpable, y confiaba en que estaría a salvo hasta el final.