Desperté cuando escuché ruido en mi habitación. Era Helen, quien estaba sacando la ropa de su placar de a montones.
— ¿Qué haces? — le pregunté tallándome un ojo.
— Me estoy yendo — respondió sin detenerse en su empresa.
— ¿Qué? — me estaba extrañando su actitud — ¿A dónde?
— A otra habitación — dijo de manera irónica — Me mudo lejos de ti.
— ¡¿Qué?! — me levanté de la cama como un rayo — ¿Por qué?
— No finjas más. Sabes bien porqué, ya no te vale de nada seguir actuando. Nicholas me lo contó todo — Helen paró un momento en lo que estaba haciendo para mirarme — Nos engañaste a todos.
— Yo, lo siento — caminé hasta ella — pero no te vayas, no me dejes sola.
— Ya solicité un cambio de habitación — me dijo cerrando su bolso — después volveré a buscar lo que falta — y caminó hacia la puerta.
— ¡No, espera! — la tomé de un brazo para impedir que se fuera — ¡No te vayas!, ¡Por favor!
— ¿Tienes idea de la magnitud de lo que hiciste?
No respondí.
— Te aprovechaste del trauma de una persona — Helen respondió por mí — Después de perderse en el bosque, Lea ha estado yendo al psicólogo. Su trauma de la niñez ha vuelto y con creces. Ni siquiera puede dormir en la noche sin medicarse.
— Pero yo sólo quería que las cosas funcionaran con Nicholas.
— Pero esta no es la manera — Helen me empujó para que soltara su brazo — ¿Y cómo pudiste hacerle eso a Marcus?, ¿Utilizarlo de esa manera tan cruel?
— Era una venganza — intenté justificarme, aunque ni yo misma creía en esa razón.
— ¿Una venganza?, ¿Estás loca? — Helen me miró de una manera que nunca me había visto, es como si hubiera un monstruo parado frente a ella, en vez de mí —Recién vengo de visitarlo a su habitación… lo destruiste. ¡No tienes idea del mal que le has hecho!, ¡No ha salido de su habitación en todo el día y no creo que salga en un buen tiempo!, ¡No quiere ver a nadie!
— Puedo explicarlo…
— ¡Eres una mala persona!, ¡No hay otra explicación! — me gritó. Nunca había visto a Helen de esta manera, tan enojada — ¡No puedo creer que nunca me di cuenta de cómo eres realmente!
— ¡No!, ¡Te equivocas!... ¡Espera! — intenté detenerla, pero no pude.
— Ya se terminó la semana y no ganaste el amor de Nicholas, tu plan no funcionó. Lo arruinaste todo. Ya no será lo mismo. Incluso, yo… ya no puedo verte de la misma manera — Helen ignoró mis intentos por detenerla y salió por la puerta, dejándome sola en mi habitación.
La seguí por el pasillo, pero ella ignoraba mis suplicas. Me detuve varios pasos después, cuando comprendí, que no importara cuantas disculpas pidiera, cuanto rogara que no se marchara, ya era tarde, me había quedado completamente sola.
Volví a mi habitación, caminé hasta mi cama y me senté en ella. Agarré mi rostro entre mis manos. Tenía un nudo en el pecho que me impedía llorar. Me dolía la cabeza y me ardían los pulmones cada vez que intentaba respirar hondo. Temblaba con fuerza.
Todo se había arruinado. Estaba sola. Los había perdido a todos. A Nicholas, a Marcus y ahora a Helen.
Había sido una estúpida, creí que si luchaba por el amor de Nicholas sería la persona más feliz del mundo, sin importar las consecuencias, pero ahora sé, que la soledad es el peor castigo de todos.
Ese mismo día, que era lunes, se reanudaron las clases. La universidad parecía otra. Estaba totalmente restaurada. Los de filosofía y letras volvimos a nuestra facultad, ya no leeríamos más a Manrique y a Baudelaire entre afiches de órganos y esqueletos de mentiras.
Me senté en el primer asiento que encontré libre, y presté atención a lo que sucedía en la clase, aunque sólo tenía humor para desaparecer de la faz de la Tierra.
— ¡Se siente tan bien estar en casa de vuelta! — dijo el profesor de Historia del Arte — ¡Adiós a los maniquís y a las calaveras! — todos los alumnos estuvieron de acuerdo con las palabras del profesor.
Unos segundos después, apareció por la puerta Lea. Se veía horrible. Tenía enormes bolsas negras debajo de los ojos, signos de su falta de sueño.
— ¡Oh, Dios! ¡Chica! — se sorprendió el profesor al verla parada como un cadáver — ¿Estás bien?
— Sí — respondió en un hilo de voz — Sólo… tengo un poco de sueño.
— Necesitas dormir mejor — le aconsejó — Cuando te veo, me da la sensación que todavía seguimos en el salón de anatomía.