Un mes después de la llegada de los abuelos, todavía Leónides seguía intentando buscar excusas para poner tras las rejas a Flavio. Rafael se le había enfrentado varias veces delante de la junta directiva de las Fuerzas Místicas del Orden, manteniendo a salvo al hechicero poderoso de las garras del director. Flavio se encontraba de nuevo en la misma situación que tuvo después de cumplir la mayoría de edad, cuando el Director Víctor, dominado por Joseph por un hechizo de control de voluntad, buscaba por cualquier medio capturar al joven Flavio, y llevarlo a la cárcel para magos oscuros.
Rafael no estaba seguro de nada, pero Leónides le generaba mucha desconfianza, no era el mismo agente que conoció en la academia, y a pesar de ser el Director, todos respetaban a Rafael como para ignorar sus advertencias. Recibió una invocación para presentarse en la sala de reuniones, y caminó hacia allá. Al llegar, estaba en reunión toda la junta directiva presidida por Leónides.
—Fui llamado para presentarme ante ustedes, ¿en qué puedo ayudarlos?
Sentado en su silla, el Director colocó sus brazos sobre la mesa, y entrelazó sus manos antes de decir:
—Lo hemos llamado para informarle que nos llegaron dos expedientes más de hombres sin magia, que fueron asesinados por un hechicero.
—No comprendo para que requieren mi presencia.
—Ambas víctimas hicieron su testamento a favor de su único heredero universal, Flavio Andrés.
—Eso no significa que él lo hizo.
Leónides tomó una hoja de periódico doblada, y la deslizó sobre la mesa hacia donde estaba Rafael.
—Lea bien el encabezado y observe con detalle las fotos.
El encabezado decía «Un paramédico entró al edificio en llamas, y rescató al soltero multimillonario Gabriel André», y en las fotos se veía claramente al poderoso hechicero saliendo de entre las llamas, cargando en su hombro a un hombre de más de 60 años. Rafael alzó la mirada y vio a los ojos al Director, preguntándole qué relación tenía con su muerte.
—Flavio lo conocía del incendio, por eso le fue fácil acercarse a él y matarlo. Seguro que si buscamos en los registros de la Central de Paramédicos, encontraremos esta misma relación con las otras víctimas. Pero espere, que casualidad, aquí están los registros.
Una carpeta amarilla con el sello de la FMO fue deslizada por Leónides en dirección a Rafael. Él la tomó y leyó su contenido. Efectivamente, todas las víctimas de asesinato habían sido auxiliadas o rescatadas por Flavio.
—Esto no demuestra nada, señor Director –dijo Rafael.
—¿Qué más pruebas necesita agente?
—Usted no tiene nada real contra él. El verdadero asesino está caminando por allí tranquilamente, mientras nosotros nos enfrascamos en culpar a un inocente. Estoy seguro que los testamentos son una nube de humo, algo para distraernos de las verdaderas intenciones del criminal.
—¿Sabe que es lo que me molesta? Que siendo yo el Director, los aquí presentes necesiten de su aprobación para detener a un asesino.
—El respeto es algo que se gana con los años y el trabajo duro, y de allí nace la confianza.
Leónides se levantó ofendido de la silla, y sus ojos casi rojizos lanzaban un fuego devastador.
—¿Y eso que significa?
—Lo que dije, las razones por la que ellos me consultan, nada más.
—¿Insinúa que usted debería haber sido escogido como Director?
—Yo no he dicho eso señor.
—¿Qué me dice de ese incidente en la cárcel de hace nueve años?
—¿A qué se refiere señor?
—El famoso motín del que hablan los presos, aquél que usted controló usando hechizos dentro de la cárcel, todos saben que ni los hechiceros poderosos pueden conjurar magia dentro de la cárcel.
—Disculpe señor, no puedo hablar de eso.
—¡Claro! Está registrado en un expediente secreto ¿no es cierto?
—Es correcto señor, y como usted sabe el hechizo del expediente me impide hablar de su contenido.
—Me imagino, entonces, que no tendrá problemas en abrir el sello para revelar la verdad de lo que ocurrió ese día.
—No hay nada allí que se relacione con los asesinatos.
—Yo creo que sí. Allí debe haber información sobre Flavio que usted mismo dijo está impedido de decirnos.
—Le repito, allí no hay nada que nos ayude a encontrar al asesino.
—Usted habla de confianza, demuéstrelo.
—Eso hago, todos aquí saben que no miento, y que soy muy inquisitivo en mis casos, muchos me llaman insufrible.
—Puede retirarse agente Rafael –dijo una hechicera en la mesa.
Leónides golpeó la mesa con un puño, mientras veía salir a Rafael de la sala de reuniones. El agente regresó a su oficina a reflexionar sobre lo que el Director había hablado en la reunión. Rafael conocía cada paso que daba el hombre albino, y ya tenía identificado a los magos poderosos capaces de controlar a Leónides, los investigó bien a todos, y ninguno lo controlaba como lo hizo Joseph con el director Víctor. Estaba seguro que los testamentos eran un farol, algo para distraer, pero no lograba descifrar que buscaba el asesino, y la actitud inquisitiva del Director lo limitaba en tiempo.