— ¿A dónde te irás? —preguntó mi madre, con los ojos enrojecidos, fruncí el ceño mirándola mal— si es que se puede saber, claro está.
— No se puede saber mamá —espeté, terminando de empacar mis cosas en la maleta, mientras la miraba desde mi colcha— no quiero saber nada de nadie por estos tres meses ¿Sí?
— Está bien, Sofía —bufó con aire cansado, mientras sus hombros temblaban, en sus ojos se veía la lástima mezclada con una terrible culpa, la mire con un hastío que casi me desbordaba la anatomía y desvié mi mirada de ella, quería detestarla, pero no podía hacer aquello.
Era mi madre, después de todo.
Cuando llegué a mi casa luego de el gran encuentro que tuve con el bastardo de mi ex y la perra de mi hermana mayor, lo que encontré no fue nada bonito, mi padre estaba durmiendo en el sofá con las botellas de cerveza a su alrededor —sufría de alcoholismo y nadie sabía la razón o eso me habían hecho creer—, sin embargo, escuché diversos ruidos provenientes de la habitación principal y al subir me percaté de que mi madre le era infiel a mi padre, con uno de sus compañeros de trabajo.
El que millones de veces me había dicho que detestaba por su forma de ser tan cagante.
Mi molestia no pudo ser más, ya sabía una de las razones del alcoholismo de mi padre, no fue suficiente con un balde de agua frío en el día, debía haber dos perfectos arruinadores de vidas que me jodieran la existencia.
Mi familia relativamente normal, estaba en el caño en aquél momento, mi madre era una hipócrita que le juraba amor eterno a mi padre y le llenaba la cara de besos profiriendo falsas promesas.
Y mi hermana mayor, era una de esas personas que querían siempre lo que tú obtenías, así les costase la vida, pensé que conmigo era diferente, pensé que realmente me quería y que existía ese lazo fraternal, pero la simple verdad era que no.
Todo lo que parecía ser en mi vida, se derrumbó totalmente de la noche a la mañana, sin novio y sin una familia sincera.
Aquello me hacía pensar que si mi madre que fue mi ejemplo a seguir y su amor siempre fue tan falso como la comida de plástico, ¿Qué había aprendido yo? ¿A caso sabía lo que era amar?
¿Reconocía siquiera ese sentimiento?
Pensaba que lo conocía, sin embargo, al no verme tan afectada por lo de Lorenzo lo dudé inmediatamente, así que decidí que no me inmiscuiría en más relaciones, ni pasajeras, ni duraderas.
Solo sería yo y una leve aventura contra el mundo y sus estúpidas normas.
Cerré el zipper de mi maleta y me dirigí al aeropuerto sin siquiera despedirme de ninguno de mis familiares, estaba fúrica, realmente fúrica; necesitaba muchísimo tiempo para procesar todo aquello, para reposar de la falsa vida que quizá yo misma me había inventado.
Necesitaba tiempo para perdonar, si es que era capaz de aquello, porque no me creía con el valor de hacerlo, no estaba apta para ello, no en ese momento.
Estaba sumamente tranquila, tomando un té de frutos rojos mientras observaba ansiosa el reloj en mi muñeca, faltaban cinco minutos para abordar mi vuelo, ya había pasado por aduanas y había entregado mi equipaje, pero por alguna razón mi cuerpo estaba entumecido, como si estuviera en peligro o algo parecido.
— Cálmate, Sofía —susurré, intentando que aquél nerviosismo se aminorara en mi anatomía, inhalé profundamente y exhalé todo el aire que había dejado entrar a mis pulmones— no es como si esto fuera una peli mala de terror y te fueras a morir en el avión...
Tomé mi bolso de mano y saqué un poco de antibacterial olor a cereza, me coloqué un poco en las manos y en las muñecas, el olor de ese antibacterial en específico me calmaba. Era como un lindo y oloroso sedante que aminoraba todas mis cargas.
Shiny Cherries — Nacâris Fragrances
Amaba todo lo que venía de esa marca, los jabones líquidos, los antibacteriales y los exfoliantes, Nacâris Fragrances era una de las mejores marcas en cosméticos de cuidado personal y de eso yo tenía bastante experiencia.
Cuando me encontré en mi asiento junto a la ventana, me sentí más tranquila, miré a través de la ventanilla y vi el concreto de la pista de aterrizaje bajo nosotros, suspiré profundamente y me coloqué los audífonos.
Media hora después, cuando ya habíamos despegado, maldije a todo lo que en ese momento de mi vida existía, el mundo realmente estaba en mi contra, resultaba y acontecía que el pasajero que iba a mi lado era un hippie maloliente que tenía los dientes picados, llenos de caries, fofo, gordo y con un rostro lleno de espinillas llenas de pus.
El hedor que salía de ese cuerpo que se encontraba a mi lado, era tan garrafal que mis fosas nasales no lo podían soportar, así que con toda la decencia que pude me dirigí al baño —que era más diminuto que cualquier cosa que haya visto anteriormente— y vomité todo lo que había comido en el día, tenía el estómago asquerosamente revuelto y sentía que si regresaba a mi asiento me iban a sacar de allí, directo al hospital más cercano; cosa que sería imposible, porque ya el avión había despegado.
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Editado: 07.09.2020