Después de aquél día, que fuimos al panteó fugaz, habían pasado muchísimas cosas, me había enterado por mi simple lado, que Marina estaba teniendo un jueguito... porque así le llamaba ella, con Luke Wolfstein...
Así es, el alemancito que me perseguía pidiendome que follara con él, se estaba follando, en el muy burdo sentido de la palabra, a mi cuñada. La que me pidió, reiteradas veces que no le comentara nada a Xavier porque sino, él la mataría.
Me dio mucha gracia la manera en la que me dijo aquello, pero también eso me llevó a pensar en las razones por las cuales Wolfstein había aceptado las condiciones de mi marido.
Porque podía haber sido para ganar unos cuantos puntos con la mujer que se estaba cogiendo. ¿No? Hundida en el mar de mis cavilaciones, decidí no darle tanto peso a esas ideas y seguí haciendo el riguroso trabajo que estaba llevando a cabo aquella mañana.
Era un Viernes, uno en el que no teníamos que ir a trabajar y en el cual, estabamos con el chip de flojos incorporados en la mayor extensión de la palabra, así que se podía decir que estaba tirada en la cama, con las sábanas hechas un desastre, las mantas casi que cayendose de la colcha y los dos hombres de mi vida, dormidos, uno en mi pecho y el otro en diagonal sobre mí.
Suspiré, observándolos, mirando cómo Damián, alardeando de ser un niño maduro con su mano izquierda se aferraba a los cabellos de su papá y con su mano izquierda me tomaba del cuello con una posesividad casi abrumadora. Él era el que se encontraba en diagonal, sobre mí, suspirando levemente, inhalando profundamente y soltando todo el aire que se encontraba en sus pulmones.
Su cabello cobrizo estaba alborotado y su boca entreabierta tenía mi camisa llena de saliva... que sí, aun me daba asco ese fluído, pero vamos... se trataba de mi hijo, de mi pequeño retoño, al que le había limpiado la mierda y los vómitos... así que me daba un poco igual.
Xavier, por su lado, se encontraba sobre uno de mis senos con su cara plantada allí, como si quisiera florecer exactamente en ese lugar, uno de sus brazos estaba totalmente sobre mi y Damián, lo que me dejaba a mí, bajo esos dos hombres sin ningún tipo de remedio.
No me sentía ahogada, al contrario, me encantaba aquella sensación que me llenaba de gozo y plenitud, estar con aquellos dos, en momentos como ese... no sabía cómo describirlo, pero me encantaba que Damián fuera así, seco pero ingenuo, eran muchas las veces que se escabullía en nuestra habitación de madrugada y aunqie, a veces eso nos preocupara, la mayoría de las veces nos hacía adorar a ese pequeño ser que teníamos el honor de llamar hijo.
Intenté levantarme como tres veces, y no lo logré, todo hasta que los ojos traslúcidos de Xavier se abrieron y me vieron desde la posición en la que estaba, le hice una seña para que me ayudara con Damián y cuando se estiró por completo, lo cargó y lo colocó de su lado.
—Ese niño si que no tiene remedio —comentó mientras bostezaba, para después ayudarme a mí a levantarme. Cuando estuve de pie, me tambaleé, dandome cuenta que tenía varias extremidades del cuerpo hormigueandome.
Me reí bajito, de una manera muy estúpida, porque si no fuera sido por Xavier hubiera caído de un golpe seco al piso.
—Y después ustedes dos dicen que no pesan —siseé jocosa, para no perturbarle el sueño al más pequeño y Xavier negó con la cabeza, mientras me tomaba de la nuca con parsimonia, hasta que no llegó a mi mandíbula no se quedó tranquilo, alzó mi cabeza y me miro para luego darme un casto beso en los labios.
—Lo que me pesa en el cuerpo son las irremediables ganas que tengo de follarte —comentó jocoso y yo me sorprendí por lo cochinas que habían sonado aquellas palabras saliendo de sus labios y lo mucho que me incendiaron la piel—, ¿Nos damos una ducha rápida? —inquirió seductor, mientras me daba un beso esquimal, miré de reojo a Damián profundamente dormido y dudé— serán unos pocos minutos, un rapidito, ni se dará cuenta.
En cuanto menos lo esperé, cedí, cedí porque mi cuerpo lo deseaba, cedí porque mis ansias de él superaban mi lado racional.
Diez minutos exactos después, nos encontrábamos fuera del baño, con las gotas de agua recorriendo nuestros cuerpos y las toallas cubriendonos, nos pusimos unas prendas de andar en casa muy rápidamente para después ir camino a la cocina a ver qué hacíamos de desayuno... extrañamente, él quería cocinar, asi que solo me dijo que me encargara del jugo de maracuyá.
Terminé de servirlo en una jarra de vidrio y él aún se encontraba preparando el Omelete, que no era porque era mi esposo, pero le quedaban divinos.
—¿Y cómo dormiste? —pregunté, buscando conversación, mientras él se encontraba sin camisa, salteando algunos vegetales que le colocaría al Omelete en mantequilla, él sonrió ladino y me dedicó una mirada maliciosa.
—Muy bien, estaba muy cómo sobre esas dos curvas montañosas que tienes en tu pecho —me sacó la lengua y yo me reí por la manera con la que se había referido a mis senos.
—Por cierto... ¿Te diste cuenta cuándo Damián se escabullo en nuestra habitación? —interrogué curiosa, porque yo no lo había sentido siquiera, solo me había percatado cuando me desperté que se había infiltrado en nuestras sábanas.
Xavier se encogió de hombros.
—Ni idea, realmente ni idea —respondió desconcertado mientras se reia—, pero es gratificante despertarse así, junto a su pequeño cuerpo y sus respiraciones suaves... aunque a veces sea insoportable su peso.
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Editado: 07.09.2020