Fleur.
Me hacía falta ir a la playa, llevaba meses sin tocar la arena con la planta de mis pies, ni siquiera me había percatado de lo mucho que la extrañaba hasta que llegamos a ese lugar paradisiaco que era Playa Cristal, la playa más reconocida en todo el país y en la que, todos se peleaban por ir y disfrutar del sol y del sonido refrescante de las olas del mar, sinceramente, estaba completamente absorto en el paisaje que estaba observando.
Dos días antes, Sofía me había comentado —más preocupada de lo normal—, que Christopher Rainscence —sí, el bastardo que se iba a besar con mi mujer el primer día que la conoció, pero que extrañamente era bastante agradable, como para que yo lo llamara amigo— iría con nosotros a la playa, a pasar un rato agradable y además, como si fuera poco, a proponerle matrimonio a la pirañita de Souvette.
Porque… sí, esa mujer era una piraña de 1000 dientes y con más escamas de lo normal, pero sinceramente, me caía bastante bien, era una mujer que parecía fuerte, arisca e irritable, pero sobre todo, era una buena amiga, de vez en cuando. La verdad era que yo no me metía en ese asunto, porque no me interesaba y tampoco me iba a casar yo con ella como para preocuparme de sus muchos cambios de humor.
Solo pude encogerme de hombros y consolarla, porque de sentir lástima o algo parecido, no podía, ya que, sinceramente, aquella era una situación de pareja, que tenían que sobrellevar ellos dos, nadie más se debía de inmiscuir en ese tema; esa noche Sofía estaba muy pensativa y parecía absorta en las paredes de su cabeza, por lo que pedí comida a domicilio.
Ya estábamos en la playa, lo que agradecía inminentemente, me encontraba hundido en mis cavilaciones mientras ayudaba a Damián a cambiarse, todo aquello me hacía pensar demasiado en muchas cosas —que aún no estaba preparado para afrontar, como el matrimonio—, así que me puse a pensar en cómo estaría mi adorada pelirroja, cuando se percatara del diminuto bañador que le había empacado.
Me reí solo, porque me daba gracia el simple hecho de imaginarme cómo se pondría aquella mujer de fúrica, cosa que al salir del baño fingido que había en la playa, pude corroborar.
La pelirroja se encontraba bajo la sombra de la sombrilla, con su cabello recogido en una coleta alta y la mirada puesta en el equipaje que yo le había empacado, la primera mirada que me dedicó fue de odio —uno que yo sabía, ella no sentía—, le sonreí con lasciva y picardía, mientras podía sentir cómo si ella me quemara con sus iris oscuros, le sonreí de nuevo y observé con detalle cómo Damián se soltaba de mi mano, para ir directamente con su madre.
—¿Qué? —solté de golpe cómico, tras varios minutos en los que ella me veía así, con esos ojos enfurecidos y llenos de irritación, me di cuenta de que el traje de baño estaba en sus manos y el simple hecho de verlo allí, encendió una chispa en mi cuerpo
—Oops, mami está molesta —yo no sabía porqué, pero Damián cada vez que su madre y yo discutíamos se entretenía demasiado, Sofía se río con nuestro hijo, pero a mí me seguía viendo con su ceño fruncido.
—¿Me puedes explicar qué es esto? —interrogó, alzando su mano y mostrándome aún más esa pequeña prenda que hacía que, la que tenía el honor de llamar mi mujer, se viera más que hermosa.
Me le acerqué, aunque sabía más que nadie que ella no querría que me acercara, para después inclinarme hacia ella, quedando muy cerca de sus labios, tan cerca que pude sentir cómo suspiro cuando nuestras bocas a penas se rozaron.
—Un bikini con el que te ves deliciosa —comenté, mirándola mientras sentía que un deseo apabullante me consumía las venas y me recorría el cuerpo, parece que mis emociones llegaron a ella, porque su piel se erizo con tan solo darle un casto beso en esos labios color cereza que tenía ella, le sonreí mientras me alejaba de ella—, y aprovecha que te traje la malla, porque si no, tuvieras que enseñar ese exquisito culo que tienes a todos los presentes en Playa Cristal.
Comenté por último, antes de alejarme de ella y mi hijo, soltó un suspiro indignado y algún murmullo que no logré entender, pero me hubiera encantado que me fuera replicado algo, amaba verla enfurecida, me encendía cuando sus mejillas se enrojecían, sus orejas se calentaban de una manera exquisita y sus labios y su ceño terminaban fruncidos, cosa que me parecía una delicia.
Me encantaba ser aquella persona que lograba que su enojo se convirtiera en pasión y fuego puro, también amaba ser el hielo de esa llama que se encontraba en los más profundo de sus entrañas.
Su alivio y su reposo, a la vez, que adoraba ser su confidente, su mejor amigo y en ese momento, que éramos más que eso, me sentía extraño, sentía que no debía de estar allí en ese punto de mi vida, pero de alguna u otra manera, estaba consciente de que esa pelirroja endemoniada que conocí en el avión vía a un negocio atroz, mientras que pensaba que aquél era un pasaje sin retorno, pero ella era mi seguro, ella en tres días se había convertido en un reto, en tres meses en ejemplar de mujer que jamás antes había visto, en cinco meses, en una mujer irritable, perfeccionista y radical, que me hacía sacar de mis casillas… pero… después, después no podía concebir mi vida sin ella.
Sofía pasó de ser una simple mujer de avión a la que me quería follar, a una mujer valiosa, que se merecía más que un hombre tan calculador como yo, ella pasó a ser la mujer que me hacía dar lo mejor de mi para hacerla florecer y para darle la mejor enseñanza a mi pequeño hijo —que, aunque no tuviera mi sangre, era mío—.
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Editado: 07.09.2020