Me duché, me vestí y comi. Era frustrante saber que ya no volvería ver a mi dulce Constance.
Me paré justo enfrente de mi espejo, fijé mi mirada a mi rostro mientras mi mente se encargaba de divagarme con mis pensamientos y, de pronto, cayó una lágrima. Era lamentable que todo este tiempo haya llorado por coraje y no por tristeza.
Tenía pensado en ir a un bar cercano, era necesario despejar mi mente así que me apresuré. En cuantó llegué, me senté en las pequeñas butacas y pedí un Daiquiri, el favorito de Constance.-a tu nombre querida.-dije en voz alta.
-¡Zacharias Lovani!-me saludó un viejo amigo.-¿cómo has estado?
-Excelente.-preferí mentir.-¿qué has hecho?.-pregunté mientas me saludaba con un abrazo y varias palmadas.
Confieso que necesitaba un abrazo, pero no llegaba a ser lo suficiente.
-Me convertí en un hombre que superó sus sueños, pronto me caso con una fabulosa mujer, mi vida va de maravilla,¿qué tal tú?.-me preguntó.
Era gigantesca la diferencia.-¿debería mentirle?-pensé.
-Hace una semana vi como la mujer que amaba agonizaba antes de morir en mi presencia, y yo no pude hacer nada-dije impulsivamente.
Sabía que no existían palabras de su parte, pero aún así quería que alguien sintiera lastima de mi.
-¿Sabes qué es lo peor?-pregunté entre sollozos mientras me veía sin palabras y con cara de asombro.
-¿Qué es?-contestó dudoso.
-Nunca le dije que la amaba, era la mujer perfecta y no se lo dije.-inmediantamente caí en llanto.-¡Harry me estoy muriendo por dentro!-le grité.
-Esta bien, todo estará bien, saldrás de esta, estoy seguro.-contestó.
-Todo estará bien...para ti, tú te casarás y yo morire solo y nada estará bien.- contesté furioso.
-Creó que tengo que irme.-dijo mientras sacaba su celular para hacer una llamada.
Pagué y me fui en seguida. Estando en casa, caminé hacia el espejo, me miré de nuevo y di un puñetazo a mi reflejo, mire cada pedacito roto por varios minutos, y lloré, lloré como nunca. Tomé una pieza y corrí hacia al bar, de nuevo.
Ahí estaba Harry, atendiendo su llamada, camine hacia él y me metí a su auto sin avisar, aún tenia el espejo en mano.
-¿Qué haces?,¿estás loco?-preguntó en un tono alto.-sé que somos amigos pero no puedes...
Iba a matarlo, estaba seguro que lo haría, podía ver su cuello moverse, sus venas dilatadas mientras gritaba, quería que sintiera lo mismo que sintió Constance, pero no pude, me detuve y le pedí ayuda.
-¿Qué te sucede?
Realmente no sabía que sucedía, lo que me pasaba, ni lo que haría, ¡estaba volviendóme loco!.-Creó que me iré a casa.-le dije. Me bajé del coche y caminé de nuevo a casa, él solo me veía sin hacer nada al respecto, sinceramente necesitaba que me detuviera y que hablara conmigo, pero me fui solo a casa.
Recogí los pedazos y fui a dormir.
Desperté en la madrugadaa, me di cuenta que no me quedaba dinero, solamente aquellos dijes. Requería urgentemente desquitar mi coraje y pensé que podría hacer. Revisé un pequeño baúl y encontré copias de las llaves del departamento de Constance, no lo pensé dos veces y camine hacia allá.
Estaba delante de la puerta, respiré profundo y entre. Era íncreible, su departamento y mi casa le faltaba esas mágicas vibras que ella tenía, me acostumbré tanto a ella, y ahora estoy perdido.
Recorrí sus pequeños pasillos y entre a su recamára, y vi un pequeño baúl igual al mío, supongo que me lo dio especialmente, lo abrí y para mi sorpresa, nada pudo haberme roto más que eso.-extraño tu maldita sonrisa.-dije mientras veía nuestras fotos.
Bajé una veladora de lo más arriba de sus ropas, y calciné nuestros recuerdos, recuerdo haber tomado el aire suficiente para no caer en llanto.
Tomé sin alternativa su dinero, que aunque era poco, me era suficiente.
Debía marcharme del país y era una decisión hambrienta por cumplirse. Dejé caer aquella veladora justo en su cama haciendo encender cada rincón. Me quedé con una foto suya.
Lo disfruté hacer.
Robé el dinero de mi amada justó antes de encender su habitación, no era algo que me alegrára, pero me satisfacía la idea de haberlo hecho, de saber que nadie conscientemente lo llegaría a pensar. Me tranquilizó.
-¡Fuego, fuego!-grité.
Pronto salieron los vecinos y me escabullí, entre todos. Desde atrás de ellos veía como se deshacía una pequeña parte de mi. Seguía sintiendo rabia.
Camine a casa, tomé mi maleta, y cojí la revista, la atasqué de ropa, los dijes, y aquella foto.
Esta vez no quería encender casas, quería algo más.-pero antes de salir del país, juro encontrar a aquellos malditos.-dijé entrecerrando la puerta.