Jazmín Anderson
—Mamá no es necesario que le digas esas cosas —la miro.
Ella se encoge de hombros.
—No hay problema con eso —miro a Julián.
Tiene una sonrisa en su rostro. Cada día se ve más guapo.
—Como te decía Julián, mi hija no es muy de tener amigos. Desde que se enfermó dejó de hacer amistades —miro a mi madre alarmada.
—¿Se enfermó? —pregunta él.
—Sí, ella... —la interrumpo.
—Algo simple, me dio varicela y por eso mis amigos se alejaron, ya después no quise buscarlos —digo rápido y Sam me lanza una mirada.
—Entiendo –dice Julian no muy convencido.
Después de eso desvié el tema de conversación para que mi madre no volviera de decir ese tipo de cosas. Terminamos el desayuno.
—Jaz, ¿podemos hablar? —asiento.
Dejo a Julián solo con mi mama.
—¿No le has dicho que estás enferma? —niego con la cabeza.
—No es como si le dijera a todo el mundo que estoy enferma —alza una ceja —sí le voy a decir.
—Hazlo pronto —asiento.
—Me voy, no es muy bueno que se quede a solas con mamá —ella se ríe.
Volvemos a la sala y nos despedimos, salimos de mi casa y nos subimos a su auto.
—Tu madre es muy simpática —asiento.
—Lo es, pero no con todo el mundo.
—Soy afortunado de caerle bien —asiento.
—Además, le alegra mucho que tenga amigos —suspiro.
Desde que descubrí mi enfermedad me alejé de varias personas, todo para evitarles que sufrieran conmigo.
—No soy el único chico solitario, al parecer —sonrío.
—No lo eres, solo tengo dos amigos, mi hermana y tú —me mira por un momento.
—Yo solo te tengo a ti, florecita —lo miro con ternura.
Pongo mi mano encima de la de él.
—Yo encantada de estar contigo —le guiño un ojo y sonríe.
En el transcurso del camino lo pasamos entre bromas.
* * *
Las clases terminaron y yo voy directo al parqueadero, tengo que recoger mi auto.
—Señorita Anderson, camina muy rápido, ¿no le han dicho? —me volteo y veo a Julián caminar hacia mí.
Le sonrío.
—Yo camino normal, tú eres la tortuga aquí —me mira mal.
—Graciosita —me rio —¿hoy no vamos al high park?
—No tenía pensado ir hoy, pero si quieres vamos —asiente —Vas a tener que recogerme mañana también, a menos que vayamos en mi auto —alza una ceja.
—Jamás me subiré en un auto que tú conduzcas, yo te voy a buscar encantado —nos reímos y vamos hasta su auto.
Emprendemos camino y en pocos minutos llegamos al high park, mi parque favorito.
—Hoy hay más personas que ayer —me dice y asiento.
—Si fuera por mí, viniera todos los días —cierro los ojos e inspiro —aire fresco y tranquilidad.
Abro los ojos y descubro a Julian mirándome de cerca.
—¿Qué? —sonríe.
—¿Te dolió? —frunzo el ceño.
—¿Qué cosa? ¿tengo algo en el rostro?
Se acerca más y toca mi rostro. Es una leve caricia que me hace tragar en seco.
—Cuando te caíste del cielo, porque eres todo un ángel —lo miro divertida.
—No seas payaso, Julián —me rio y él se separa.
—Es en serio, eres muy hermosa, florecita y no solo físicamente —sonrío.
—Muchas gracias, ya lo sabía —respondo en broma, alza una ceja divertido.
—Eres la reina de la modestia —vuelvo a reír.
Siento un leve mareo, pero no le doy importancia.
—Se me olvidaba decirte, Azucena te manda saludos —frunzo el ceño.
—¿La conozco?
—Es algo así como mi nana, y no, no la conoces.
—Le hablaste sobre mí —lo miro pícara.
Se rasca la nuca.
—No tienes que decir nada, me gustaría conocer a Azucena.
—Y a ella le gustaría conocerte —sonrío.
Seguimos camimando en total silencio. Miro un montón de hojas y tomo unas cuantas, se las lanzo a Julián. Por la sorpresa se tropieza y cae al suelo, no puedo evitar reír.
—Oh, me las pagarás —se pone en pie y comienzo a correr —¡Te atraparé! —me grita.
—¡Lo dudo, eres una tortuga! —le grito de vuelta.
En mi campo de visión aparece una ardilla y por no aplastarla pierdo el equilibrio lo que me hace caer de bruses al suelo. Escucho la risa de Julián y yo también me rio.
—Muy mala corredora —lo miro mal y sigue riendo —Te ayudo —tomo su mano y me levanta de un tirón.
—Que torpe soy —me disculpo divertida —bueno, al menos la ardillita está bien —miro por donde se fue.
No recibo respuesta de parte de Julián, lo miró. Su expresión cambia drásticamente.
—¿Te duele? —pregunta con preocupación.
—No voy a caer nuevamente —sonrío.
—Es de verdad, está sangrando tu nariz —frunzo el ceño.
Toco la zona y efectivamente estoy sangrando. Comienzo a marearme y las piernas me fallan, de un momento a otro todo se vuelve negro.