Durante un tiempo se escuda tras su tristeza.
Su casa está a cerrada a cal y canto, y sus únicas compañías son la radio y su fiel perro. No responde al teléfono ni recibe a los amigos que van a brindarle su apoyo y consuelo. No quiere ver a nadie, no desea la compasión de nadie.
Sólo por las noches abandona su hogar y, junto a Trigo, baja a la playa a caminar por el malecón. A buscar con la mirada la estrella más brillante del cielo, la estrella tras la que se esconde su amada esposa, para preguntarle vez tras vez, con voz apenada:
- ¿Por qué?
Siempre la misma pregunta, sin respuesta.
- ¡Guau!
- ¿Qué decís, Trigo?
- ¡Guau!
- ¿Que no estoy solo? ¿Que te tengo a vos para siempre? – le acaricia el lomo con cariño – ¡Ay, amigo! ¡Ojalá fuera tan fácil!
- ¡Guau!
- ¿Cómo decís? – se rasca la barbilla, pensativo – Mmmm…, sí, a lo mejor tenés razón. Quizás sea el momento de dejar de sentir lástima de mí mismo, ¿verdad? Pero es que la extraño tanto que…
- ¡Guau, guau!
- ¿Que vos también la extrañás? ¿Pero que la vida continúa y tenemos que seguir adelante? ¿Eso decís?
El leal golden posa la cabeza bajo su mano en señal de aprobación.
- ¡Tenés razón, amiguito! Es lo que Golondrina querría. Que salgamos al mundo y procuremos volver a ser felices. Así que, a partir de este momento, volveremos a nuestra apacible vida. Todo será como antes.
Pero no es como antes. Porque sus antiguos amigos, por no saber qué decir, comienzan a rehuirle, a poner excusas para no visitarlo, a ignorarlo.
Además, durante su prolongada ausencia, Maracuyá comenzó a cobrar tanta popularidad que ahora se encuentra a cada paso con personas que no lo conocen, que lo miran raro, que no contestan su saludo.
Personas que ponen música a todo volumen, que hablan a gritos, que tiran papeles en el suelo y botellas de plástico al mar. Personas que no entiende, personas impertinentes que no creen en la magia y que no valoran las pequeñas cosas.
Lo intenta por todos los medios pero, lentamente, la amargura lo va minando y va quedándose cada vez más solo y desolado.
Ya no tiene fuerzas para ser el guardián de Bahía Maracuyá.
Sólo el fiel Trigo permanece al lado del novel ermitaño.
Para el resto del mundo, el ahora infeliz Guaracha es tan sólo una minúscula partícula de polvo en el desierto, una pequeña brizna de hierba. Alguien que, para sus ajetreadas vidas, ya no existe más.
Para Guaracha ellos también han dejado de existir.