- ¡Volvé, Guaracha, cara de cucaracha! – lo increpa Pía.
- ¡Volvé acá que te damos remolacha! – la secunda Liz.
- Abu… – protesta Bran – Guaracha se llevó a Trigo.
- ¡Basta, gurises! Ya se fue don Cachavacha. ¡Vamos a calmarnos! Disfrutemos de este fantástico día, de este sol y este mar hermosos. Y…, ¡fuchi fuchi a la mala onda!
- ¿Cómo que “fuchi fuchi”? Tenemos que armar la carpa.
- ¡Y el fogón!
- No se olviden de mi amigo.
- ¡Ay, qué responsables que están hoy! Les propongo algo mucho mejor. Una carrerita hasta el agua. ¡El último en llegar es un ornitorrinco! ¡Hay rosca, hay rosca!
Y, ni lerda ni perezosa, sin siquiera quitarse la ropa que lleva puesta, allá corre Lorena hacia el mar transparente que la espera de brazos abiertos.
- ¡Abuela…!
- Tu…
- … vestido.
Pero ella ya no escucha nada. Lo único que siente, que le importa, es el llamado de la naturaleza, la comunión con el mar, su abrazo, su cariño, esa magia encantadora que invita a jugar y ser feliz.
Bran lo comprende de inmediato. Y quitándose remera y ojotas, parte raudo en dirección al océano insinuante.
- ¡Esperame, abu!
Pía y Liz contemplan la escena entre divertidas y preocupadas. Sienten en la sangre que el mar las convoca, pero un arsenal de mochilas, carpas y enseres las retiene. Hay que cavar zanjas, armar el campamento, juntar palos para su fogón.
¡Comer!
Porque el mar y la discusión les ha abierto un apetito voraz.
- ¿Y? ¿Vienen o no? – las arenga Lore.
- Pero abu…
- Las carpas…
- ¡Hay tiempo! ¡Vengan!
- ¡Jajajaja! Pía es “ornito" y Liz es “rinco". ¡Las gemelas ornitorrinco!
- ¡Bran! – exclaman las dos, muy enojadas.
- Entonces, vengan. ¡La última en llegar cava el pozo!
No es necesario agregar ni una palabra más. Ambas abandonan todo y caen como trombas en el océano transparente.
- ¡Ay! ¡Está helada! – exclama Liz, castañeteando los dientes.
- ¡Miren esa ola! ¡Rápido! ¡Todos de la mano! – ordena Pía.
Y, formando una cadena humana, Lorena, Pía, Liz y Brandon se agarran bien fuerte, y juntitos comienzan sus anheladas vacaciones.
¡Saltando!
- ¡Ahí viene otra! – avisa Bran.
- ¡Y es alta! Salten fuerte. ¡Uno, dos, tres!
Los cuatro, sin soltarse, procuran esquivar la pícara ola, pero Liz pierde el equilibrio y cae, arrastrando al agua con ella a todos los demás.
Las carcajadas resuenan por toda la playa.
- ¡Hay agua, hay agua! – exclama Lore con la boca llena de sal y los rulos cubiertos de arena.
- Abu… – murmura Bran entre dientes, dándole codazos– ¡Nos miran!
Lore lo abraza con cariño:
- ¿Y qué importa si nos miran, mi amor? ¿Te sentís feliz en este momento?
- Sí.
- No lo escondas. ¡Nunca hay que esconder la felicidad!
- Abu…, ¿nos vamos a tener que ir? – pregunta Liz, preocupada.
- ¡Irnos! ¿Cómo se te ocurre? ¡Si acabamos de llegar! ¡Cuidado esa ola!
- Es que Guaracha dijo… – repone Pía, esquivándola. – ¡Ay, me caigo!
- Pero…, ¿a quién le importa lo que haya dicho ese ogro maleducado? – la sujeta del brazo y la ayuda a mantenerse en pie – ¡Nadie va a arruinar nuestras vacaciones!
Abraza, con enorme afecto, a los tres. Son los soles de su corazón.
- ¿Ya se refrescaron? ¿Sí? Entonces…, ¡todos a trabajar! Brandon cava la zanja. Pía arma la carpa. Y Liz se ocupa del fogón.
- ¡Abu!
- ¿Y vos…?
- ¿… qué vas a hacer?
- ¿Yo? ¡Fiscalizar!
- No me parece.
- ¡Eso es trampa!
- ¡No es justo!
- Bueno…, yo preparo la cena, ¿les parece bien? Salgamos. ¡El último en llegar es un alcornoque!
Y, muerta de risa, con el pelo y el vestido chorreando agua, sale pitando rumbo a la orilla, mientras una ola atrevida atropella a sus tres distraídos nietos, revolcándolos entre arena y blanca espuma.