El sol se asomaba por entre los lejanos picos cubiertos de nieve y sus rayos hicieron brillar con un intenso fulgor dorado los techos recubiertos de oro de la enorme biblioteca que se erguía en el medio de la ciudad de Mir.
El Capitán Rossi DiMarco apartó la mirada de aquellas lejanas cúpulas y miró en cambio las oscuras siluetas que formaban fila en el camino unos cien metros más abajo de donde él y su pequeño grupo de soldados se encontraba.
Los dos caminos que ascendían desde ambos lados de la montaña terminaban en aquella pequeña cornisa que colgaba de uno de los flancos del enorme macizo rocoso al que se podia llegar luego de una cabalgata de varias horas siempre en subida. Ante ellos se encontraba un profundo desfiladero con un caudaloso río en el fondo plagado de rocas y restos de árboles fosilizados. Del otro lado del abismo, la ciudad de paredes blancas contemplaba a los emisarios en silencio.
—¿Preocupado? —preguntó una voz a sus espaldas. El poderoso guerrero hizo que su caballo de guerra se volviese al encuentro de la yegua gris que se acercaba con un trote ligero. La mujer que se encontraba a las riendas tenía el rostro oculto bajo los pliegues de una capucha azul oscuro. —Elektra. —dijo el hombre con desprecio reconociendo a la misteriosa jinete.
La desconocida se detuvo junto al poderoso guerrero e hizo una pequeña reverencia. —Llegas temprano.
El hombre la miró atentamente. —He llegado justo cuando tenía que llegar. —respondió.
La mujer se rió de aquella respuesta. —Oh vamos… si has venido tan temprano es solo para ganarle a los enviados del Enjambre. —dijo lanzando una mirada a los jinetes que se encontraban camino abajo. —Estoy segura que no tienes ni el más remoto deseo de estar aquí.
—Mi lugar es el campo de batalla. —dijo el Capitán. —El concilio y esta ciudad de intrigas no son lugar adecuado para un hombre como yo.
Unas trompetas sonaron a lo lejos y el resto de los jinetes que se encontraban en el camino se acercaron al borde del precipicio, pero manteniendo las distancias entre los diferentes grupos. —¿Por que te envió Su Majestad? —preguntó el guerrero.
—Tu lo haz dicho. —respondió la mujer. —No estás hecho para estas cosas, pero tu presencia es un símbolo de poder que podría ser echado en falta. En cambio yo estoy a gusto en esta ciudad. —dijo guiñando un ojo.
—Una serpiente se siente a gusto entre otras serpientes. —espetó el hombretón.
Un sacerdote se acercó al grupo de emisarios precedido por dos acólitos. Caminó hasta el borde del precipicio y dándose la vuelta dió la espalda a los muros de la ciudad. —Bienvenidos en paz sean todos ustedes, poderosos señores. —dijo haciendo una reverencia. —En breves momentos estarán ustedes entrando en la magnífica ciudad de..
—Cierra el culo de una puta vez, NPC. —exclamó uno de los emisarios del Enjambre; un mago envuelto en una capa color violeta oscuro interrumpiendo violentamente el discurso del sacerdote. —Corta la charla y despliega el maldito puente.
El hombre volvió a hacer una reverencia. —Mir es una ciudad en donde dejamos el conflicto de lado en pos del conocimiento y entendimiento mutuo… la violencia está prohibida entre sus muros y poderosas fuerzas mágicas nos protegen de ella, mas no así del lenguaje violento y las provocaciones, así que por favor moderad vuestras palabras señores.
—Bla bla bla. —Se burló el compañero del mago que había hablado primero.
El sacerdote volvió a hacer una reverencia y se giró hacia el precipicio, donde tras extender los brazos en alto recitó unas plegarias en un idioma desconocido. Las palabras fueron llevadas por el poderoso viento y el eco resonó en las profundidades del abismo hasta que hubo una respuesta.
Un temblor hizo estremecer la cornisa donde los emisarios se encontraban y de pronto enormes costillas blancas comenzaron a surgir de las paredes del acantilado formando un largo puente como el esqueleto de una serpiente monstruosa.
Cuando el terrorífico puente quedó firmemente anclado en ambos extremos del abismo, el sacerdote de la ciudad fué el primero en poner su pie sobre el blanco hueso. —Por aquí Poderosos Señores. —dijo haciendo una reverencia.
El Capitán DiMarco sacudió las riendas y su poderoso corcel comenzó a cruzar el puente seguido por Electra y su cabalgadura.
El puente era bastante ancho y permitia que dos caballos avanzaran lado a lado por el mismo, cosa que la mujer llamada Elektra aprovechó de inmediato. —¿Preferirías haber venido solo? —preguntó una vez que ambos caballos caminaron al mismo paso sobre las enormes costillas del puente.
—Preferiría estar en cualquier otro lado menos en este puente de mierda. —dijo mirando las aguas agitadas por entre los espacios que quedaban entre hueso y hueso. —Pero no voy a desobedecer las órdenes de Su Majestad.
—Tu presencia en el Concilio es más importante que tu batalla contra El Enjambre. —comentó la mujer lanzando una mirada hacia atrás. —¿Así que perdiste cinco hombres ayer?¿En un Área PvE?
El guerrero gruñó una maldición. —Eso te alegra el día. ¿Verdad? —preguntó sin apartar la mirada del camino.
—No seas idiota. —respondió la mujer con dureza. —Se supone que esas cosas no deberían pasar en una zona controlada como lo son las ruinas debajo de Jenne. ¿Qué sucedió realmente?
—Nos la jugaron. —respondió DiMarco. —Y ese maldito “Nerfeo” de los cristales hizo las cosas aún más difíciles para nosotros.
—¿Quieres decir que dos magos solitarios del Enjambre pusieron en jaque a dos partys completas de guerreros del imperio? —preguntó mirando fijamente.
—Estaban escondidos y actuaron cuando estábamos en medio de la batalla. Lanzaron hechizos de refuerzo y curación sobre el Troll de las Cavernas con total impunidad.
Elektra suspiró. —Sabes perfectamente cómo contrarrestar esa clase de abusos. —dijo sacudiendo la cabeza. —No es excusa.