Footprints

Capítulo 1

"Ten cuidado, honrar a tus padres está genial, pero si te pasas de la raya... Bueno, puede que olvides honrarte a ti ." Red 

Mientras intentaba deshacerme de los trozos de queso más duros que seguían en mis muelas desde la hora del almuerzo, también trataba de prestar atención a la clase de trigonometría. Tenía que haber traído mis bolitas de chocolate.  Ya tenía bastante con mis distracciones de siempre.

Y esta distracción no era buena y más si algunos de mis compañeros habían visto como movía la mandíbula como si estuviera poseída. La palabra «rara» apareció en sus labios casi al instante.

Así que, para que no se notase más, lo llevé a cabo disimuladamente. Agaché mi cabeza como si estuviese concentrada en mi cuaderno. Un cuaderno con datos desordenados y la hoja medio vacía. Al igual que la mayoría de las demás asignaturas.

Mi pupitre estaba al final del aula de matemáticas, así que nadie se percataba de los pocos apuntes que tomaba. Esos que a veces ni copiaba. Aún seguía preguntándome que hacía aquí, sin hacer algo productivo. No me hacía falta pensar con mucho esfuerzo la respuesta. Siempre llegaba a la misma conclusión. Como todos, quería creer.

Sonreí satisfecha al haber logrado quitar el queso de mi boca y descansé mi cabeza en una mano.

El reloj de la pared me regaló una alegría la marcar que quedaban solo diez minutos más de clase. Tiempo que aproveché en… bueno, en no hacer nada. Todas mis clases eran una tortura llena de tedio que casi nunca entendía. Hace tiempo lo hacía. Ahora no podía ni aunque quisiera.

La falta de ganas y de atención me jugaban una mala pasada. Todos aquellos pensamientos en el que me preguntaba como no podía hacer algo tan sencillo, como solían calificarlo algunos, me hundían todavía más.

A veces me decía lo que necesitaba cuando dudaba sobre mis capacidades. Porque estaba aprendiendo con los años que el estar sentada aquí, en este pupitre, no era una de ellas. Pero cuando uno se mantiene en lo bajo de su hoyo, donde ha aprendido a vivir, es muy difícil dar con esas palabras reconfortantes y creérselas. Por eso, cuando mis notas seguían siendo ridículamente bajas, mi estado no mejoraba.

Nada más sentir aquel temblor tan ruidoso en el que todos comenzaron a recoger sus cuadernos y material, yo hice lo mismo y hui de allí como de costumbre; deprisa y corriendo. El bullicio se hizo más grande mientras me abría paso por los pasillos. Los codazos que recibía eran innumerables.

Y no iba mentir, a veces los devolvía con más carácter.

No tardé en posicionarme en la acera de los baldosines de cemento. Alineé mis pies en esos trazos amarillos pintados de la parada.

Durante la espera abroché hasta arriba mi chaqueta vaquera y observé de reojo a las chicas que había a mi lado. Ambas rieron por algo que se encontraba en el móvil de una. Una envolvió un brazo alrededor de la otra mientras seguían riendo. Algo se revolvió en mi interior.

«¿Por qué yo no tengo eso?»

El autobús aparcó frente a nuestros cuerpos un rato después. Las puertas crujieron al abrirse de dentro hacia afuera y mis pies no se detuvieron hasta localizar un sitio vacío en uno de los bancos acolchados. Enchufé mis cascos y sólo me entretuve en mirar por la ventana empañada.

El otoño había bañado la ciudad entera. El cielo estaba oscurecido por unas abundantes nubes grises que amenazaban con una lluvia fría. Otra más. Gruñí en alto sintiendo mis mejillas hincharse. Me daban ganas hasta de hacer un puchero. 

No quise ver más. Cerré los ojos y dejé que cada nota de la canción que había elegido cambiase mi estado de ánimo. Muchos tenían una salvación en esta vida. Y la mía era la música. Me centré solo en ella; en ese ritmo tamborileando por todo mi cuerpo y en ese momento de seguridad que duraba poco más de tres minutos.

—¡Joder! ¿Por qué da esto?

Fruncí el ceño al leerlo por quinta vez. Acabé tan harta que comencé a leer en diagonal sin ser ya consciente.

Estaba en mi cama, rodeada de apuntes del instituto. El altavoz de mi portátil, que se encontraba al lado de estos, cambió de Lovesick girls a una canción celta antigua; Epona.

Mis gustos eran muy variados. Sin embargo, me alegre. El sonido armónico del piano lograría que consiguiese concentrarme en resolver uno de los ejercicios que tenía como tarea.

Abrí el libro de texto y estudié las gráficas y dibujos. Mis labios volvieron a moverse igual de incrédulos. Agarré de nuevo el folio parar releerlo.

Nada. ¡Mierda!

Dejé caer mi cuerpo hacia a un lateral sin importarme doblar las esquinas de los papeles. Cubrí mi cara con ambas manos y suspiré cansada. Intente no venirme abajo ni llorar. No tenía ganas de hacer eso. No tenía ganas de hacer nada.

A la hora de estudiar o hacer algo que tuviese que ver con el instituto mi cerebro era tan caótico como un accidente de coches en una autopista. De muchos coches. Muchísimos

No quería hacer los deberes, pero si volvía a presentarme ante los profesores con nada que ofrecer ni ellos que corregir, llamarían a mis padres. Me castigarían. Y estaba al corriente de que me lo merecía. En clase poca atención mostraba y sabía que no era justificación decir que no podía evitarlo. ¡Pero era cierto! No era ninguna excusa. El esfuerzo que debía hacer, del que todo el mundo me hablaba, era algo inexistente en mi organismo. No era tan fácil como me lo pintaban.




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