Al fondo de mi mochila estaba la bolsa roja en la que tanto había estado pensando en clase. Agarré mis Maltesers, casi con urgencia, dispuesta a acabar con todas esas bolitas de chocolate. Eran otra adicción que tenía para mis almuerzos. Bueno y para la vida en general. La despensa de mi casa no escaseaba en tener bolsas como estas.
Antes de comenzar con la primera bolita, cogí mi teléfono y me entretuve en mirar el dance practice de una de mis canciones preferidas. No me puse los auriculares, total, no había nadie. Nadie iba molestarse por el volumen.
De pronto, la puerta que había por encima a la derecha se cerró de un portazo, asustándome. Pausé el video. Nada más levantar la mirada pude ver aquel pelo rojizo que con cada escalón que bajaba, se balanceaba de un lado a otro. Parecía enfadada.
¿Había vuelto? Creí que la última vez solo estuvo aquí por casualidad. Eso fue lo que me dije durante el fin de semana convencida de que no volvería a verla. No me molestaba. Simplemente no me lo esperaba.
—Argh… no la aguanto—musitó antes de llegar al suelo que yo pisaba. No dejó atrás aquel gruñido al hablarme —. Ah, hola. No te había visto.
—Hola.
Señaló el banco aun con signos de enfado.
—¿Puedo?
—Sí —accedí extrañamente pronto.
Tomó asiento, esta vez a mi izquierda y soltó con fuerza su mochila en el suelo.
Bufó hacia afuera y descansó la cabeza en el respaldo. Arrastró su cuerpo con pesadez hacia abajo para poder alcanzar el metal. El tacón de sus oscuros botines fueron los que consiguieron que frenara y aguantase con éxito el peso.
Se entretuvo en mirar al cielo. Justamente hoy estaba de un azul claro admirable, con pocas nubes húmedas o grises. Seguía haciendo algo de frío, el suficiente para que a mis manos no les importara estar desnudas.
Solté la bola de chocolate en la bolsa y la bolsa sobre mi oscura falda. Agarré uno de los dobladillos que tenía y rasqué mis uñas sobre la tela. ¿Qué se supone que iba a pasar ahora? La miré nerviosa antes de abrir la boca.
—¿Estás bien?
Respiró hondo antes de girar la cabeza hacia mi dirección.
—No —negó —. No lo estoy.
Hizo otra pequeña pausa. Debatí si era buena idea preguntarle que le ocurría, sin embargo, se me adelantó.
—Detesto a mi profesora.
Mi frente se arrugó.
—¿A cuál?
Yo también tenía malas experiencias con ciertos profesores y sabía lo que era sentirse frustrada al discutir con ellos.
—No, no de aquí—aclaró—. Del estudio. Odio a la coreógrafa de mi estudio. Está consiguiendo que se me quiten las ganas de ir a los ensayos.
Volvió a mirar hacia arriba y juntó sus pálidas manos sobre su mullida gabardina de abrigo. No sabía que decir, pero si en algo era experta era en no hacer caso a las continuas riñas de mis profesores.
—¿Qué te molesta exactamente?
—Todo —soltó con brusquedad—. No tiene derecho a tratarnos así. Si no hacemos lo que quiere, se pone hecha una furia. Se supone que debe aceptar nuestras ideas e intentar aplicarlas a la coreografía. Eso fue lo que nos prometió. Pero ¿qué hace ella? Joder. Jodernos a todos con sus pasos aburridos.
—¿Son aburridos para todos o solo para ti?
Me observó de inmediato con cara de pocos amigos. Incorporó un poco su cabeza y agrandó aquellos ojos (esta vez en su color natural y humeantes por el maquillaje de alrededor), en busca de una explicación.
—Es para asegurarme de que sólo no te cae bien —me expliqué.
Aún recordaba las veces en las que me ocurrió algo parecido. Me cegaba la idea de que me tenían manía, y puede que en algunos hubiera acertado, pero en la mayoría de los casos no era así.
—Además, no siempre se pueden tener los mismos gustos—añadí.
—Pero bueno, ¿se supone que estás intentando consolarme?
—No, solo trato de tener información para poder darte un consejo. Sino no puedo decirte nada.
—No das muchos consejos, ¿verdad?
—La verdad es que no. No suelo dar muchos.
Volví a mi almuerzo y comencé a comer de dos en dos las empalagosas bolitas marrones. Mastiqué con la boca un poco abierta mientras ella todavía me observaba.
Al final soltó una risa que ayudó a que la tensión que creía que había se disipase.
—Vale, admito que me molesta más a mí. Pero a la mayoría de mis compañeros tampoco les gusta. Estamos divididos por grupos dependiendo de los gustos y el estilo. Estoy segura de que piensan como yo. Mas de una vez los he escuchado quejarse. Sobre todo, a Brianna y a Joshua.
Solo pude asentir. El silencio se hizo presente hasta que levanté la mano que sostenía mi móvil.
—¿Sabes? Yo… suelo ver las practicas de baile de las canciones que me gustan. Son geniales.
Sobre todo, por la cantidad de coreografías tan buenas (y duras) que había en la industria del K-Pop.