Footprints

Capítulo 11

—¿Baile? —escupió mi madre con la cara arrugada.

No me gustó nada que hiciera eso. Se lo dejé bien claro al mirarla con mosqueo. Ni que fuera algo tan terrible como para soltarlo de esa manera. Mi estado de ánimo bajó considerablemente.

Estaba feliz por decírselo y ¿ella me contestaba así?

Aguanté la inexplicable ojeada hostil que me estaba lanzando al otro lado de la mesa mientras mi padre todavía seguía asimilando mi propuesta. De reojo podía ver esa mueca, aunque veía algo más a través de ella. Lo miré bien. Veía sorpresa. Sorpresa y desconcierto.

Mientras tanto Edrick estaba ausente jugando con las verduras de su plato. Y bueno... nada nuevo. Mi madre seguía viéndome con desaprobación.

Solté el tenedor con el que había estado revolviendo la comida. Solo había bajado a cenar para hablarles del tema, pero pintaba mal la situación.

—Sí, baile.

—¿En un estudio? —intervino mi padre.

¿Dónde si no?

—Sí, papá, en un estudio.

—No —rechazó mamá mientras pichaba su plato en busca de un champiñón relleno. Boquiabierta quedé.

—¿Qué? Pero si ni siquiera te lo has pensado.

—¿Desde cuándo te gusta el baile? —Quiso saber con enojo. ¿Por qué le molestaba? ¡De verdad quería saberlo! Me mordí la lengua al recordar que era muy probable que no fuera a decírmelo.

—No es que me gusté —expliqué mirando a ambos—. Es para descubrir si me gusta. Sabéis que adoro la música y quiero probar algo como esto. ¿Qué tiene de malo?

Cada vez me parecía mejor idea. Había estado discurriéndola toda la tarde. Dándole vueltas y viendo lo bien que podría venirme.

Nunca había hecho extraescolares, no que yo recordase. Esto podría ayudar a liberar mi mente y que dejase de pensar tanto en el instituto o lo que era estar en esta casa todo el tiempo. Asustaba, pero quería hacerlo.

Quería probar aquello. Quería volver a sentirme igual de libre y animada que cuando bailé con Kacey en el vacío estudio aquella tarde. Esa sensación me dio que pensar muchas veces y trataba de no darle mucha importancia, pero se me estaba dando la oportunidad de vivirla y de saber si volvería sentirme de la misma manera; de si iba ocurrir de nuevo.

O tal vez intentarlo me ayudaría a descubrir si era cierto o de si fue una situación aislada que se dio una vez y que no volvería a pasar.

—No. —Volvió a rechazar. Esta vez de manera muy rotunda.

—¡Papá! —le llamé pidiéndole que la hiciera entrar en razón.

—No creemos que sea lo mejor para ti ahora mismo. Por si no lo recuerdas tus notas siguen muy bajas. Este es tu último año y es en eso en lo que debes centrarte.

Dios... hablaba igual que ella. No pude controlarme.

—¿Es que hay algo que veáis en mí aparte de una puta máquina para estudiar?

¿Había dicho yo eso?

—¡Grace! —riñeron al mismo tiempo con expresiones horrorizadas. Hasta Edrick pareció despertar de su mundo.

Negué con la cabeza y hui de allí lo más rápido que pude aun notando mi sangre arder. Mi cuerpo tiritaba de lo indignada que estaba. Ni siquiera lo habían pensado. Lo habían rechazado porque sí, sin pensar que algo como eso podría ayudarme.

Estaba al tanto de que, al no saber mi situación, no lo pensaban con más profundidad. Pero, aunque lo supieran, ¿habrían aceptado? Eran mis padres y lo que más miedo me daba era no saber lo que me responderían entonces. Me asustaba demasiado creer que continuarían así. Esa era una de las razones por las que no compartía nada con ellos.

Aún estaba desorientada por cómo les había contestado. No pude controlar mis palabras. Simplemente salieron de mí sin mi permiso. Por fin me había atrevido a decirlo en alto. Todavía no sabía cómo.

Agité mi cabeza sin ganas de querer descubrirlo. Me tumbé en la cama sin una pizca de sueño. Mi cabeza nunca paraba de darle vueltas a todo.

Cogí la almohada que tenía cerca y creí que al lanzarla lo más lejos posible ayudaría que mi ira disminuyese, pero lo único que conseguí fue aumentar mi frustración ya que acabé tirando el jarrón de cristal que se encontraba en un mueble cerca de la puerta.

—¿¡Que ha sido eso!? —vociferó mi padre desde la planta de abajo.

Gruñí con fuerza y volví a dejar caer mi cuerpo contra el colchón.

No me consideraba como alguien que creía en la mala suerte, pero cuanto más recolectaba recuerdos de mi vida más me daba cuenta de que la suerte no estaba de mi parte casi nunca. Y ni siquiera sabía si eso iba a cambiar.

Cuando aquella noche volví a desvanecerme en un sueño a altas horas de la madrugada de lo cansados que se encontraban mis ojos, al igual que hinchados y llorosos, me odié. Y los odié a ellos por quitarme más aire del poco que me quedaba para respirar.

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Hera. M




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