Las llantas del coche de Miles chirriaron nada más frenar junto a su edificio que, aunque no estuviese localizado en el centro de la ciudad, era un lugar muy concurrido y que en cierto modo le agobiaba. Pero adoraba su piso y era algo que debía soportar.
Por eso mismo le gustaba tener un empleo a las afueras. En un clima de silencio y comodidad, trabajando de algo que le gustaba. No era un gran amante del vino, pero mientras se ciñese a ser el administrador, era feliz.
Bajó del coche tiritando. Estaba deseoso por darse una ducha que le relajara lo suficiente como para no pensar en nada.
Hoy había sido un día largo y duro, y no solo porque en las bodegas un idiota decidiera hacer el tonto con las máquinas, sino porque haber estado evitando a Grace había sido agotador y muy complicado.
Como de costumbre estos últimos años, al terminar de revisar el funcionamiento de las bodegas, iba directo a casa de los Rivers a entregarles cuentas de su tarea o, por ejemplo, como hoy, para reportar un daño. Y siempre guardaba un poco de tiempo para ella. Para charlar de cualquier cosa o simplemente escucharla. No obstante, hoy había decidido no hacerlo.
Se dijo a sí mismo que primero tenía que aclararse.
Se limitó a quedarse en el despacho de Helena. Pero la persona a la que evitaba tuvo que estar allí al salir de él. En el salón, acompañada por su hermano pequeño y con esa suave risa que por un momento le hizo desear salir corriendo. Tarde o temprano se la iba a cruzar.
Lo bueno es que habían aclarado las cosas. Le había costado, pero le había explicado muy por encima como se sentía y ella pareció comprenderlo y aceptarlo.
No hacía falta decir que lo de ayer le dejó en un embrollo. Pero no por ella, sino porque no estaba acostumbrado a algo así. Miles sabía que la amistad que había entre ellos no era nada trivial. Se había tomado su tiempo en descubrirlo y en conocerla, encontrando en ella un montón de amabilidad y amor.
Pero todo se quedaba en eso. En una amiga. Además, su ética también había influido pues era Grace. Grace Rivers, la hija de sus jefes.
A ver, debía añadir que los abrazos también parecían así de informales, pero sus padres nunca dijeron una palabra de que fuese algo que no debiera hacerse. Él no tardó mucho en acostumbrase ya que esos primeros gestos que se abrieron paso en su relación parecían tan… normales.
Cuando conoció a Grace no creyó que su relación sería tan cercana. Tampoco imaginó que aquella chica que vio por primera vez se dedicó a hacer una sola cosa; sonreírle ampliamente y empezar a hablar sin descanso y de aquello de lo que más enorgullecía, sus gustos musicales.
Cuando llegó al pie de su puerta, Miles no sacó las llaves. Frenó al darse cuenta de algo. Su mirada cayó y sus cejas adoptaron confusión. Ahora que lo pensaba, esa misma noche era la primera vez que él iniciaba en dar el paso para uno de sus abrazos.
Pero eso era porque al verla irse sin despedirse de aquella manera notó que algo le faltaba. No era una rutina ni que si hubiese acostumbrado. Era que disfrutaba decirle adiós de esa manera; sintiendo sus brazos apretarle y que llegase hasta él de vez en cuando el característico olor a manzana de su pelo.
Vaya. Por fin lo admitía.
Y tenía más cosas que admitir así mismo como, por ejemplo, que le tenía mucho aprecio. O que le encantaba la sonrisa que ponía cada vez que veía como alguien traía sus rosquillas preferidas o las bolitas de chocolate que tanto le gustaban. O como reía sin parar al ver cualquier película cutre en el salón de su casa. Cuando se la cruzaba le incitaba a que él riera con ella en silencio.
«Bueno, ya está bien», se riñó mentalmente y abrió la puerta en la que tanto había estado parado.
Nada más entrar en su apartamento se dejó caer en el diminuto sillón de la entrada intentando no pensar más en el tema. Como siempre eso no ocurrió. Dejó caer la cabeza y restregó sus ojos cansados. Luego, frotó su frente algo adolorida y su mandíbula rasposa por aquel pelo del que iba deshacerse muy pronto.
Seis años.
Hace seis años comenzó a trabajar para la familia Rivers y jamás imaginó que estaría pensando en Grace fuera del trabajo. Porque si eso ocurría se ponía la excusa de que era normal porque la veía a menudo, pero hacerlo en su propia casa ya era algo preocupante.
Y no quería pensar que el inicio de eso hubiese sido provocado por aquel beso en la mejilla, porque en el fondo no lo era.
Era la sensación de haber descubierto que su conexión era más fuerte de lo que imaginaba, pues el efecto que había provocado en él era uno que recordaba sentir, pero no con tanta intensidad como la del otro día.
Agitó su pelo, que justo hoy no había quien lo domase, y comenzó a aflojar los cordones de sus zapatos de vestir. También se deshizo de su abrigo y desabrochó los puños de su camisa. Solo quería comer algo, ducharse y dormir. Las tres cosas que esa noche le harían el hombre más feliz del mundo.
Su casa era lo suficientemente grande para una persona. Con una cocina cerrada, un salón de tamaño normal y una habitación al final del único pasillo que había, en el que también incluía un baño.
Los colores que destacaban eran muchos y la mayoría eran una combinación terrible. El negro de sus muebles daba un aire atractivo al piso, pero el naranja de algunos accesorios lo estropeaba. Así como la moqueta gris que cubría todo el suelo. El gris como color estaba bien, pero las manchas marrón cobre que había en algunas esquinas no.