Footprints

Capítulo 26

—A cenar.

Tras abrirle la puerta a mi madre, me senté de nuevo en mi silla para seguir resolviendo uno de los ejercicios que me había dejado Adri.

Mi profe era muy bueno. Las clases, a pesar de ser una tortura, ayudaban. Algunos días me sentía mal porque mientras estudiábamos a veces le contestaba un poco... de mala manera. La burla ayudaba a que no me sintiese tan mal si no me salía algo. Era un mecanismo de defensa.

Pero era imposible no ponerse así. Cada vez quedaba menos y con los temarios que tenía por delante, creo que podía permitirme tener mi carácter sobre el tema.

—No tengo hambre —contesté.

—Grace —advirtió mi invasiva madre —. Deja de hacer eso. Baja, así podrás despedirte de Miles. Se va ya.

—Te he dicho que no tengo hambre. Hace nada he comido algo.

Era algo que pasaba muy a menudo. Lo de que no los acompañara en la cena o en la comida, me refiero.

No era por mi enfado sino porque comía cuando podía o me apetecía. Y eso a veces no se ajustaba a sus horarios. Empezó hace mucho tiempo, aunque a veces seguían obligándome a bajar. Al ver que no comía nada o muy poco, lo aceptaban y me dejaban ir.

Además, lo que menos me apetecía era comer con ellos.

—Pues deja de comer a deshoras —reprendió obvia.

—Lo que tu digas.

Se acercó hasta a mí mientras yo seguía con los deberes. Se mantuvo callada y luego, acarició por un momento mi cabeza con suaves toques.

—Al menos dime que no estas comiendo sólo rosquillas o esas estúpidas bolitas —susurró.

Intenté con todas mis fuerzas que su tacto no me ablandara. Odiaba eso.

Cuando me daba cariño, por dentro había una parte de mi corazón que hacía que me sintiera mal. Se estrujaba arrepentido por cómo me había quejado de ella, o como la había puesto verde en mi cabeza.

—No, mamá. —Solo quería que se largara de mi habitación.

Me hacía mi propia comida y sí, alguna vez incluía rosquillas o Maltesers, pero podía asegurar que era mejor de la congelada que compraban y metían al horno al volver tarde del trabajo.

Hice el intento de seguir con mi tarea, pero de repente mi madre me agarró de la barbilla para que me volviese hacia ella. Entrecerró su vista escaneándome muy atenta.

—Grace, tus ojos. —Sus arrugas aparecieron llenas de confusión.

—¿Qué?

—Tienes ojeras.

Mierda, se me había olvidado volver a ponerme maquillaje tras la ducha que había tomado. Lo iba a hacer, pero tenía que adelantar cosas y se me había pasado.

Ahora mi madre las había visto, ¿Qué diría? Aunque por suerte no estaban tan pronunciadas. Habían estado peor.

Me inundó un miedo atroz pensando en sus posibles respuestas. Me apresuré en tocar mi cara para que dejase de mirarme.

—Ehm, sí, estos días he estado estudiando hasta tarde.

Siguió frunciendo el ceño, pero eso dio paso a una cara inundada en alivio y orgullo. ¿Alivio? Aun viendo mis ojos, lo único que parecía importarle con esa expresión y esa media sonrisa, era "lo mucho que había estudiado".

Prácticamente estaba diciéndome sin palabras: «Muy bien. Así debe ser».

Argh, ya no sentía ni un poco de arrepentimiento por pensar lo que pensaba.

Cuando por fin cerró la puerta al irse no tardé en levantarme al mismo tiempo para cerrarla con llave. Alguien volvió a trucar.

Gruñí muy fuerte antes de abrirla de golpe.

—¿¡Qué!?

La persona que había detrás ni se inmutó por mi grito, pero yo sí me quedé sorprendida. 

Miles la miró con las cejas muy alzadas.

Vaya, él solo quería pasar a verla antes de irse. Sabía que estaba mucho más ocupada últimamente así que apenas había hablado con ella. Al menos, en persona. Solían hablar por mensaje.

Pero estaba claro que tenía cosas que hacer así que Clark se apresuró en decir:

—Lo siento, supongo que no quieres que te molesten.

Comenzó a irse, pero no tardó en notar como le cogían del brazo.

—¡No! Entra.

Le empujó adentro y cerró la puerta.

Miles estuvo a punto de protestar por ello, pero se paró a pensar que después de tanto tiempo porque dejasen una vez la habitación cerrada no iba a pasar nada.

¿Qué iba pasar estando abierta o cerrada?

Nada.

Miles se detuvo por un momento al ver como toda la cama estaba cubierta de papeles. El escritorio también estaba desbordado y había alguna lata de soda tanto en la mesita de noche como en una estantería cualquiera.

—¿Quieres que organicemos esto? —sugirió él.

—Sí, por favor. —Era algo que Grace no se atrevía hacer por sí misma. Si veía todo lo que tenía que hacer se iba a agobiar más.




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