Era una tarde lluviosa en Londres. Los cristales de la pequeña casa de los Bell se habían empañado. La señora Marian Bell tenía aproximadamente 35 años de edad, tenía la tez blanca como la nieve, su cabello era de un color castaño con algunos destellos que le hacían ver como si fuera un tono chocolate, y sus ojos eran azules, pero no de cualquier azul, eran azul claro, como si estuviésemos viendo el cielo en aquellos ojos llenos de alegría y bondad. Henry Bell tenía la tez un poco más bronceada, sus ojos eran verdes, y su cabello se podía asemejar fácilmente al dorado. Él siempre que mencionaba su edad, que actualmente eran 38 años, se enorgullecía. Ya que para él era un triunfo todo lo que había logrado con su adorada y humilde esposa.
Henry trabajaba en una compañía de teléfonos, su trabajo no era una gran labor, se basaba en contestar y llamar a diferentes personas con el fin de vender lo que la empresa ofrecía. Marian Bell era oficinista, pero debido a su embarazo tuvo que retirarse. Ella tenía planeado regresar pasados por lo menos 5 años, hasta que su pequeño creciera.
El sueldo de ambos ayudaba a que tuvieran una vida un tanto equilibrada, pero, ahora sólo contaban con el suelo del señor Bell. Por lo que se redujeron los gastos, tenían que cuidar sus ingresos ya que en un par de meses nacería Peter.
La pequeña vivienda se encontraba repleta a su totalidad de afecto, los futuros padres esperaban con ansias la llegada de su hijo. Tomaron la decisión de que lo llamarían "Peter", debido a que Henry mencionaba que era un nombre digno de respetarse y que resultaba valiente, Marian pensaba que tenía un cálido tacto al oído para quién lo escuchase.
Últimamente la rutina de Henry se había vuelto ir al trabajo, comprar para comer y regresar con su esposa. Él se mantenía al tanto de ella. A pesar de la enormidad de llamadas que debía realizar, siempre encontraba espacio para hacerle una a Marian.
Serían los padres perfectos para Peter. Él nacería lleno de amor, bondad, cariño, y sin duda alguna le inculcarían valores inigualables al pequeño que estaba por llegar a sus vidas.