Skay
El cuerpo de Alice se encontraba inerte entre mis brazos. Su tórax no subía ni bajaba y su corazón había dejado de latir.
La tristeza y desolación que sentía en aquel instante era algo de otro mundo. Me oprimía el pecho y me dejaba sin aliento y sin lágrimas. El sufrimiento era más de lo que pensaba que pudiera soportar nunca.
Apenas conocía a esa misteriosa chica, pero el dolor de haberla perdido era infinito, como si sintiera que mi destino era estar con ella. Sin embargo, parecía que alguien se había interpuesto en este, y no sabía quién era. Desconocía la oscura sombra a mis espaldas, que reía y reía al ver cómo me inundaba en lágrimas.
No era capaz ni de sentir su peligrosa presencia a escasos centímetros de mí. Los dioses no me habían dotado de esa capacidad como a Alice.
Me sentía inútil, no había podido hacer nada para evitar aquel terrible desenlace. Ahora solo quería morirme, hecho que no dudaba que fuera a ocurrir de un momento a otro. Intuía que utilizarían mi calidez para iluminar el reino de los fríos y que así, mi muerte sería lenta y tortuosa.
Acaricié la carita de Alice y le aparté un mechón de cabello rojo de la cara. A continuación, sin que las lágrimas dejaran de caer a borbotones por mis mejillas, acerqué mi rostro al suyo y le besé suavemente en la frente, en la nariz, en los labios... ya la echaba de menos.
Unas manos invisibles como garras me agarraron por el cuello en ese preciso momento. Abrí los ojos como platos e intenté zafarme de ellas, pero mis dedos solo tocaban aire. ¿Quién o qué me estaba intentando asfixiar? ¿Sería la misma fuerza invisible que me había lanzado contra el otro lado del coliseo hacía un rato?
Ni siquiera iba a ser capaz de despedirme de Alice como merecía.
Mis pulmones se estaban quedando sin aire, mientras intentaba huir de esas garras invisibles que intentaban arrebatarme la vida, cuando de repente un milagro ocurrió.
El pecho de Alice que había permanecido inmóvil durante varios minutos, se movió levemente y, acto seguido, la chica se incorporó ahogando un grito. Sus manos se dirigieron a su corazón, el cual había vuelto a latir, y su mirada se encontró con la mía.
Las garras que me asfixiaban disminuyeron la presión justo en el momento en que Alice volvió a la vida. Incrédulas, al igual que yo. Esa chica nunca dejaría de sorprenderme. Era mi momento de escapar del monstruo invisible, pero mi brazo roto no tenía la fuerza suficiente y mis piernas temblaban.
Estaba en shock. Y feliz.
La muchacha se levantó a una velocidad incomprensible, como si nunca hubiera estado muerta o magullada. Sin duda se trataba todavía de Alice, pero había algo diferente en ella: tal vez fuera su mirada, más madura y fiera, o sus movimientos suaves, ligeros y casi imperceptibles que no levantaban polvo. Fuera lo que fuera, dudaba que fuera la misma niña de quince años.
- Hades. – sentenció, mirando en mi dirección, pero un poco más arriba de donde me encontraba. Mi corazón se detuvo al comprender que el dios del infierno era quien intentaba ahogarme. - Pagarás por tus mentiras.
***
Alice
Volví a la vida, justo en el momento en que lo deseé, ya que una vez entiendes las leyes que rigen el universo, no hay nada que no puedas hacer.
La ira se apoderó de mí cuando al despertar encontré a Hades estrangulando a Skay.
El chico era inocente y Hades estaba interfiriendo, una vez más, en el destino de los mortales. No dudaba en volver a romper el juramento que había hecho junto con sus hermanos y otros dioses, sin embargo, ahora sería él y no yo quien pagara por todo lo que había sucedido hacía poco más de dos mil años.
- No puedes huir: allá donde vayas te perseguiré. Tampoco puedes esconderte: te encontraré. Los dioses sabrán la verdad. – sentencié decidida.
El dios del inframundo clavó sus ojos en mí y sentí cómo su cuerpo se estremecía al escuchar mis palabras. Rápidamente, se apartó de Skay, ya que entendía que aquello estaba a punto de dar un giro de ciento ochenta grados del cual podría salir muy mal parado.
- No puede ser. Tu aura es distinta... como la de un dios. – murmuró entre dientes, completamente sorprendido, a la vez que asustado por lo que significaba ese cambio en los acontecimientos.
Todavía no acababa de creérmelo yo misma, pero escucharlo en boca de Hades me hizo sentir todavía más poderosa de lo que ya me sentía.
Por fin la verdad se sabría, mi nombre quedaría limpio y la guerra entre fríos y cálidos terminaría. Lo único que me preocupaba era que Hades y Ares, aliados, iniciaran el mismísimo apocalipsis y sembraran el caos en el mundo Origin y otros mundos, entre ellos, la Tierra. Aunque tan solo era un pequeño detalle a tener en cuenta, ¿no?
¿Qué consecuencias podría llevar matar a uno de los tres grandes dioses sin primero haber limpiado mi nombre? Podrían ser inmensas. Por eso mismo, no me planteé en ese momento arrancarle de cuajo la cabeza a Hades, por muchas ganas que tuviera.
Y lo mejor, es que no me habría costado nada.
Mis poderes habían sido intensificados en más de un cien por ciento y no solo eso, ahora sabía manejarlos a mi antojo y sin riesgos. Antes, escuchaba los pensamientos de la gente sin que yo pudiera evitarlo, era una pesadilla poder oír lo que decían de mí, me desgarraba y hacía que me doliera hasta la última terminación nerviosa de mi cerebro. Ahora, a diferencia de eso, era capaz de suprimir los pensamientos de cada alma presente o escucharlos por separado si así lo deseaba.
En consecuencia, en ese preciso instante, era capaz de leer a Hades por primera vez en todo este tiempo. Era fácil, ya que ninguna barrera se interponía entre mi mente y la suya, pues él mismo desconocía que yo ahora tenía ese poderoso don en mis manos.
Su mente era diferente a la de las demás personas en el coliseo. La de Skay era brillante, pura e inocente; la del rey Ageon y mis hermanos, estaba prácticamente vacía, pero había un hueco disponible al odio y la pasión que tenían por la sangre; y la del resto de fríos allí presentes, simplemente estaba vacía, ya que se trataban de cuerpos sin alma.