Skay
La verdad duele y es capaz de apuñalarte por la espalda en cuanto te das la vuelta. La mentira, en cambio, a pesar de ser una falsedad, es dulce y te ciega de tal manera que te niegas a ver la realidad en la que estás sumido.
En ese momento, yo me negaba a creer que mi padre se había pasado casi toda mi vida creándome una ilusión cuando sabía muy bien que probablemente nunca se cumpliría. Había hecho crecer mis ambiciones hasta límites increíbles y había dirigido mi vida hacia un callejón sin salida. O tal vez, sí tuviera una salida, cuyo nombre no era otro que Alice.
Tan solo pensar en ella de nuevo, mi corazón dio un vuelco, como si hubiera pasado una eternidad separado de ella y quisiera regresar a su lado. ¿Cómo había podido abandonarla? Su orden todavía seguía en mi cabeza, evitando que fuera corriendo a buscarla y traerla de vuelta, pero no estaba seguro de que aquello pudiera solucionar nada. Tal vez, lo único que Alice necesitaba en ese momento era descubrir por ella misma qué clase de seres eran los fríos.
Por otra parte, todavía seguía sin poder procesar que alguien tan inhumano como el rey de los fríos, Ageon, hubiera podido engendrar a Alice. La mera idea de que la unión entre un ser frío y cálido hubiera sido posible, me alarmaba y me hacía cuestionarme si la chica de la que parecía haberme enamorado, podría seguir con la línea de sucesión y pasar de esta forma el poder divino que disponía en su sangre real. ¿Sería fértil? Si lo que decía mi padre era cierto y Alice era una híbrida, procedente de dos especies distintas, no podría tener herederos y eso la convertía en la última sucesora digna al trono.
- ¿Entonces, Alice no es cálida ni tampoco fría? ¿Es una híbrida que Ageon quiere usar en nuestra contra? – pregunté, pero sin esperar una respuesta de mi padre, con el ceño fruncido y asimilando sus últimas palabras, todavía en el aire.
- Skay... sé que estás resentido conmigo ahora mismo por el camino que te he hecho tomar. ¿Pero, qué querías que hiciera? Lo más probable era que la legítima heredera jamás regresara y nadie salvo yo sabía de su existencia. No creas que no me siento mal, sé que los Dioses me buscarán un castigo ejemplar por haber ocupado el puesto de su reina todo este tiempo. – explicó él con la cabeza baja y pude sentir la vergüenza que estaba sintiendo por las acciones que había tomado en el pasado.
Por mucho que a veces me había molestado que mi padre nunca me tratara como a su hijo, sino como alguien a quien entrenar para ser perfecto en todos los sentidos, por mucho que a veces hubiera querido verlo de la misma forma en la que estaba en ese momento, alicaído, capaz de ver sus errores y no siempre con aires de grandeza, me costó mucho verlo de aquella manera. Se encontraba abatido por primera vez en mucho tiempo y fue como ver a otra persona que no era mi padre. O quizá, solo en ese momento lo estaba viendo tal y como realmente era: una persona como cualquier otra, que se equivoca y no siempre puede soportar la responsabilidad de su cargo. Por ese motivo, quise tranquilizarlo:
- Has sido un rey increíble, por eso, no quiero que digas esas cosas. Al contrario, los Dioses te agradecerán que hayas cuidado nuestro reino en todo el tiempo que la reina ha estado desaparecida. Tu alma está limpia, pero la de la reina Opal no. Estoy seguro de que ella sí que habrá recibido un castigo por lo que hizo. ¿Quién abandona a su única hija y heredera? – dije con la ira creciendo en mi interior al imaginar a Alice recién nacida, siendo exiliada. Sin embargo, sabía muy bien los motivos por los cuales la reina Opal había decidido hacer algo tan horrible, ya que en lo más hondo de mi ser odiaba admitir que tal vez yo habría actuado de la misma manera. Yo mismo me había negado a reconocer lo que sentía por Alice, me había incluso obligado a sentir repulsión, ya que ella era la viva imagen de lo que más odiaba en el mundo: la guerra.
Entrecerré los ojos para evitar que salieran lágrimas de mis ojos, justo delante de mi padre, y forcé la mandíbula evitando un grito que se empezaba a arremolinar en mi garganta. Había estado tan ocupado en evitar la mirada de mi padre para que no viera que estaba a punto de romperme en su presencia cuando, para mi sorpresa, se acercó a mí y me rodeó con sus brazos.
Me quedé petrificado, ya que no recordaba que mi padre jamás me hubiera abrazado, siempre había sido una figura distante que debía superar, así que me pilló completamente desprevenido cuando sus brazos, los cuales habían tenido bastante fuerza en otros tiempos, me rodearon el cuello y apoyó la cabeza en mi hombro, cerrando los ojos.
- Lo siento. Siento no haberte dicho la verdad, incluso ahora, con Alice de vuelta no he sido capaz de confesarte esto. - dijo, intentando parecer fuerte, a pesar de que yo sabía que estaba viviendo un momento de debilidad.