Fruto del destino

Capítulo 13: La pista de hielo

Olivia

Fuese lo que fuese, no fue una casualidad la que nos unió en el mismo lugar, sino el destino.

Connor estaba delante mía confuso por verme, en su rostro se podía observar tristeza al igual que en el mío, supongo que ninguno de los dos estamos en nuestro mejor momento.

—¿Qué haces aquí? No esperaba verte, ¿cómo has venido?

—He venido andando— respondí fríamente.

Hubo un silencio incómodo en el que yo me di la vuelta para observar la ciudad.

—¿Sabes? Es gracioso como para ti un día soy tu mayor debilidad y al siguiente no puedes ni mirarme a los ojos.

No dijo nada.

Se acercó a mi lentamente y yo me giré, él me agarró del brazo y yo lo aparté.

—No—le paré— Me estoy cansando de tus jueguecitos Connor, no soy una muñeca a la que puedes usar cuando te apetezca. Soy humana y tengo sentimientos.

—No es lo que parece Olivia.

Solté una risa—Para ti nunca es lo que parece, ¿entonces qué es realmente? Dime la verdad. Necesito saberla, así no puedo comprenderte porque me estas mareando.

—No quieres escuchar la verdad.

—Si, sí que quiero.

Connor se llevó las manos a la cabeza, estaba nervioso y se dio media vuelta para volver hasta mí de nuevo—Te dije que mi familia no me apoyaba en nada, ¿no es suficiente con eso?

—Espera... ¿Me dijiste eso? — dije confusa.

Mi mente recordó.

—Porque no puedo, intento reprimir mis emociones hacia ti Olivia, esto me está haciendo mucho daño, mi familia no me apoya en nada y menos en temas como estos.

¿No fue un sueño? ¿Fue todo real?

—Yo... pensaba que lo había soñado. No creí que fuese real.

—Lo fue. Fue todo real.

Mi cabeza iba a explotar en ese momento, había sido todo real y yo ni siquiera me acordaba.

—¿Entonces yo...?

—Estabas borracha Olivia, es normal que no lo recuerdes todo— dijo Connor interrumpiendo.

Ahora yo llevé las manos a mi cabeza—Yo lo siento mucho, tuve que dar mucha vergüenza. Mierda, mierda yo…

—No. No lo sientas. Jamás tienes porque disculparte conmigo, soy yo el que tiene que disculparse por comportarme así...

—¿Así de bipolar? — dije interrumpiéndolo. Solté una leve sonrisa.

—Me gusta verte así—sonrió a la par.

—¿Así como?

—Sonriendo, ¿te he dicho lo mucho que me gusta tu sonrisa?

Por muy enfadada que estuviera, siempre conseguía sacarme una sonrisa, ¿cómo lo hacía? ¿Cómo podía enfadarme con él? Me era completamente imposible.

Yo volví a soltar una sonrisa y él también.

—Connor...— dije llamándole.

—¿Sí?

—Sé que te pasa algo con tu familia y seguramente no quieras contarme nada, pero a veces tienes que expresar lo que sientes o acabarás matándote lentamente por tus propios pensamientos, sé de lo que hablo.

—Ya...—Connor miró hacia la moto—¿Confías en mí?

¿Confiaba en él? No estaba segura, tenía sentimientos encontrados.

—Depende—dije mirándole a la cara.

—Te gustará— dijo dándome el casco de la moto.

Yo lo agarré e intenté confiar en él. No sabía a donde quería llevarme, pero era por una razón, yo ni siquiera prestaba atención hacia donde mis pies caminaban trayéndome hasta aquí y si el destino quiso que nos juntásemos fue por algo.

Fui directa hasta la moto y antes de ponerme el casco le di una última mirada, me monté detrás suya agarrándole muy fuerte para no caerme. Me encantaba la sensación en la que yo estaba sujeta a él. Mi único apoyo para no caerme.

Apoyé mi torso dejándome caer sobre su espalda para sentirme segura. Él arrancó la moto y comenzó con el camino.

El viento inundaba la carretera, el día soleado pegaba en nosotros y el paisaje estaba más hermoso que nunca. Mis ojos estaban puestos en su nuca sin dejar de pensar en él. Connor sabía perfectamente que hacer para que no pudiera salir de mi cabeza.

Entramos en una ciudad. Estaba repleta de gente por las calles, riendo, felices...tantos adjetivos buenos que no podían describir todo lo que mis ojos estaban viendo.

Me encantaba ver a gente feliz, aunque yo no lo estuviera porque a veces sentía que mi felicidad dependía de otros. Cuando realmente mi felicidad debía obtenerla de mí misma, aunque la mía tenía un nombre y un apellido. Connor Green. El chico misterioso que entró a mi vida tan rápido como un rayo de luz en la mañana cuando entra por tu ventana, él era una de mis principales fuentes de felicidad, aunque a veces sentía como mi mundo se paralizaba cuando me defraudaba.

Todo lo bueno y todo lo malo de mi vida lo había vivido con una sola persona, y era él.

A veces no siempre se podía vivir en las buenas y me alegraba saber que él también estaba en las malas.

Porque sí, todo en esta vida debe de estar en constante equilibrio y un día puedes estar genial y al siguiente pensar que no sirves para nada.

Mi vida se resumía en eso.

Cuando miré de reojo por el casco pude observar que me llevaba a una especie de local viejo, en el que había pocas personas y el cartel estaba tan despintado que apenas se podía leer lo que ponía en él.

¿Qué era este lugar?

Connor aparcó justo en frente del local y apagó el motor de la moto, yo apoyé mis manos en sus hombros para poder bajarme sin caerme y me quité el casco.

—¿A dónde me has traído? —pregunté confusa.

—Ya lo verás, sé que te encantará.

Connor se bajó de la moto, se quitó el casco y agarró mi mano hasta llevarme arrastras a la puerta del local.

Cuando abrió la puerta, mis ojos se quedaron puestos en ese lugar blanco, frío...era una pista de hielo.

Yo sonreí. Me encantaba patinar de pequeña, era uno de mis hobbies junto a leer libros y ver películas, me podía pasar horas y horas en ese mismo lugar.

Mi cara se llenó de alegría al instante, ¿cómo sabía que me gustaba patinar?

Sin pensármelo dos veces le pregunté.

—Yo solo lo sabía. Él esbozó una sonrisa de oreja a oreja sintiéndose orgulloso de saber que me había gustado.




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