Frutos de Valor

Capitulo 1: El camino

Hace varias semanas, se vio que el árbol comenzó a brotar nuevamente. Mi mejor amiga Mailen, quien también es mi compañera de trabajo, me comentó y me hizo prometer que no se lo diría a nadie. Pero, aunque no se lo conté a ningún desconocido, mi madre al menos tenía que saberlo. Aun recuerdo con dolor esa tarde cuando volví de la pulpería. Tan solo me había dejado una nota. Ella apenas sabia escribir y apenas logré entender que iba en busca de mi padre de quien dejé de saber hace años. Eso también debía ser un secreto, pues la nota decía que mi padre era un Valor y por eso tenía que encontrarlo. Me sentía sola, mientras me desplomaba contra el suelo y la nota en mis manos. Pero de eso ya habían sido semanas y sin noticias de ninguno de los dos.

Mi curiosidad me obligo a comprobar por mi misma. Viajé hasta el monte con una canasta, y subí hasta el árbol. Algunos dicen que solo los Valor podían subir el monte, pero no sabía si era verdad. Si mi padre era un Valor, entonces yo también. Cuando llegué me encontré con el gran árbol, si bien no era tan frondoso como lo habían descrito, era imponente. El trayecto fue cansado. Cada vez que daba un paso esperaba que alguno de los feroces monstruos atacara. Pero realmente no encontré ninguno. Una vez que llegué a la cima busqué las dichosas frutas por todos lados, pero jamás las encontré. Lo que si encontré fue una serpiente con una cabeza en cada punta y un lagarto del tamaño de un hombre. Salí corriendo de allí pero jamás me atacaron, al contrario de los rumores de que eran bestias salvajes. En estos días volví a intentarlo, varias veces. Pero cada vez que llegaba era lo mismo, más hojas, ninguna fruta. ¿Por qué era tan difícil? Quizás simplemente no me tocaba a mi hacerlo. Aun así, algo me decía que debía seguir intentando. Pero mis esperanzas se estaban acabando. Eso me hacia enojarme conmigo misma, perder la paciencia. Cada vez que ese pensamiento cruzaba por mi cabeza, no podía evitar irritarme. Se suponía que eso era lo único para lo que servía, buscar esa fruta. Algo tan sencillo y aun así para mi parecía imposible. Generalmente, suelo tratar de mantener la compostura y la elegancia que mi madre me enseño desde niña, pero últimamente mi característico andar iba perdiendo su paso. En especial porque ahora caminaba apresurada hasta la pulpería, o Mai se iba a enojar conmigo. Afuera había un par de mesas, una de ellas ocupada con un par de hombres tomando mate. Abrí la puerta de golpe esperando encontrar a mi compañera, pero no veía a nadie dentro. Me puse atrás de la barra, acomodando algunos frascos mientras esperaba clientes. Nerviosa, esperando los gritos en cualquier momento. Aun así, no pude evitar sobresaltarme, casi tirando un frasco, cuando la puerta de madera se estrello contra la pared.

“Veo que te dignaste en aparecer” dijo Mailen luego de patear la puerta. Sus brazos estaban ocupados con grandes bolsas de pan. Fui a ayudarle, realmente estaban pesadas. Trate de colocarlas en el suelo delicadamente, pero resulto en un bruto aterrizaje. Bajé la cabeza frente a mi amiga, tratando de disculparme, pero fui interrumpida antes de decir una palabra.

“no me digas nada, ando de buen humor y no quiero enojarme con vos.” Al escuchar esas palabras no pude evitar sonreír pícaramente. Sabia lo que pasaba por su cabeza.

“y por que tan feliz? ¿Ah?”

“es que... el pan siempre me hace feliz. Son los mejores bollos del pueblo.”

“son los únicos bollos del pueblo. ¿Pero… lo que te hace feliz... es el pan o la panadera?”

Sabía que quizás recibiría un golpe, que así fue, pero merecía la pena con tal de lograr que ella asumiera sus sentimientos. Ya lo sabía, las vecinas chismosas lo sabían, el padre de la panaderita lo sabía. Todo el mundo, menos ellas dos. Pero que todo el mundo lo supiera no significaba que todos lo aprobaran. Decían que incluso había apuestas sobre lo que pasaría.

“no tenias que golpearme tan fuerte” repliqué.

“te lo mereces, por metida. Además, no es panadera, se llama Suyai.” Me respondió un tanto molesta, pero podía ver la pequeña sonrisa que intentaba esconder con su cabello.

Mientras yo acomodaba las bolsas en su lugar, Mai tomó las alforjas. El anciano caballo debía cargar los pedidos hasta las granjas mas lejanas. Aquellas de las familias que no siempre podían venir a la calle principal, o de ancianitos que no podían cargar sus compras. Era un buen trabajo en equipo, pero desde que mi madre se fué me sentía bastante sola. El tiempo pasa muy lento cuando ella no está. Siempre conversaba con los clientes, los hacia reír, hacía que el ambiente fuera ligero y divertido. En cambio, yo a penas si soy amable y respetuosa con los clientes, por más que les sonreía jamás recibo un gracias.

El sol comenzó a esconderse y llegaba el momento del gran suceso en el pueblo. La iglesia Santo Domingo presentaba al nuevo padre. No solo que no había un padre desde hace años, sino que además nadie sabe quien es el joven que dedicaría su vida a Dios. Nuevamente, hay apuestas sobre ello. Este pueblo jamás aprende. La iglesia comenzó a llenarse rápidamente. Logre reservar un par de asientos en la zona media, pero al buscar a Mailen ya estaba ocupada. Su piel morena, su cabellera rizada color azabache, su sonrisa pura e inocente. Suyai realmente era una chica bonita, normal, la envidiaba. Había un asiento libre junto a ellas, en la parte de atrás, pero decidí no acércame para no molestarles. De cualquier forma, la madre superiora comenzó a hacer callar a la gente, lentamente los murmullos se transformaron en silencio mientras el nuevo padre tomaba su posición. Su cara me parecía familiar. Había algo en él que me hacia dudar, pero mi memoria no traía su nombre a mi cabeza.



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En el texto hay: viaje, historica, pueblo maldito

Editado: 24.03.2019

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