Fuego en mis venas (radwulf #2)

Capítulo XLI

Fui un cobarde. En lugar de refutar la obvia mentira de Lyssa, fingí creerle y regresé a la multitud. Bailé y bebí hasta que el suelo comenzó a moverse bajo mis pies. En algún nebuloso momento, Garb y Wills me ayudaron a subir los escalones del Palacete hasta mis habitaciones, y me dejaron sobre el sofá quejándose por no haber tenido permiso para beber.

Todavía me reía de sus odiosos reclamos cuando Gale apareció... ¿minutos después? En realidad había perdido la noción del tiempo.

—Se tomó muy en serio eso de "es mi cumpleaños y beberé cuanto quiera", ¿verdad?

Balbuceé algo mientras me arrojaba una almohada a la cabeza y una manta a los pies. Cerré los ojos y aunque pataleé para evitar que me quitase los zapatos, él lo consiguió de todas formas.

—Buenas noches, General. —Se despidió... cuando al fin conseguí quitar la almohada de mi cabeza.

Los minutos pasaron, creo, y abrí los ojos a la penumbra. El quejido de la madera y algunas voces lejanas, se mezclaron con la cacofonía de pensamientos que alejaban al sueño.

Maldije pateando las mantas lejos y me puse de pie, lentamente, sintiendo la rugosidad de la alfombra a través de los calcetines.

¿Estoy ebrio?

Con temblorosos pasos salí al pasillo y fui hasta las habitaciones de Macy. Ahí, frente a las puertas, estaban Verha y Alton. Interponiéndose en mi camino.

—A un lado —dije.

—Su excelencia está descansando. Es tarde, por favor, usted también debe ir a descansar —dijo Alton.

—A un lado. —Repetí, pero los idiotas no se movieron.

Maldiciendo intenté apartarlos, pero... sí, estaba demasiado ebrio como para enfrentarme a ellos. Casi caí al suelo cuando este se movió.

—General, mañana podrá hablar con su excelencia —insistió Alton.

—No... a un lado... necesito...

Comencé a balbucear, buscando una excusa en medio del mar de pensamientos.

—¡General! —Di un respingo ante el tono molesto de Verha—. Es tarde, vaya a dormir.

La seriedad en su mirada finalmente me llevó a dar un paso atrás.

¿Qué estoy haciendo?

Mascullando una disculpa, regresé al sofá, arrojándome sobre este antes de perder la conciencia.

El caótico sueño que me engullo entonces se convirtió en una pesadilla. La tierra bajo mis pies paso a paso se volvía pegajoso fango y luego, me hundía centímetro a centímetro mientras la tibia sangre me cegaba y ahogaba.

Caí del sofá al duro suelo, golpeando mi cadera cuando salte sorprendido. Maldije tan coloridamente cómo me permitió mi aletargada mente, todavía en el suelo, escuchando como Gale reía desde mi alcoba. Decir "me duele la cabeza" quedaba pequeño ante el bien merecido malestar de esa mañana.

—Gale. —Le llamé con un murmullo.

—¿Quiere dormir más? —inquirió, asomándose desde el umbral.

—No, traeme algo para la resaca.

—Está bien, dejé ropa limpia sobre el baúl y el baño está listo —asintió—. Volveré pronto.

Me dejó sólo y de alguna forma logré llegar al cuarto de baño sin vomitar, o caer de bruces. Eso de una hora después, me hallaba otra vez ante Alton, frente a las puertas de Macy, recordando mi vergonzoso actuar. Las sinceras disculpas bailaban sobre mi lengua...

—Su excelencia todavía duerme —dijo estoico.

—Hum... En cuanto despierte, ¿podrías decirle que quiero verla? —Le pregunté titubeante.

—Está bien, pasaré el mensaje mi General.

—Alton...

—¡Clim! ¡Ya está! ¡Me toca dormir de una maldita vez! —Lesson corrió hasta nosotros con mala cara.

Suspiré y le encaré frunciendo el ceño.

—Por supuesto, Lesson. Ve a descansar...

—Si, si. Buenas noches —gruñó, pasando de largo hacia su alcoba—. Encargate de poner orden.

—Está de mal humor —comentó Alton.

—Sip —asentí, siguiendo al malhumorado con la mirada hasta que cerró las puertas a su espalda—. Bien, gracias Alton. Nos vemos.

Emprendí una apresurada retirada con rumbo al exterior, a la plaza y las calles aledañas en que todavía se encontraban los mesones y restos de las decoraciones. La basura acumuladas en los barriles dispuestos para ello, comenzaba a atraer insectos. Molestos insectos.

—¡Ragav! —grité.

1, 2, 3, 4, 5, 6, 7...

—¡General! ¡¿Qué...?! ¡¿qué nece-necesi...?! ¡¿Quénecesita?! —jadeó a mi espalda.

—¿Por qué todavía no retiran los desperdicios? —le pregunté, cruzándome de brazos.

—Uh... yo...

—Los niños pronto saldrán a jugar —continúe, ignorando sus balbuceos—. Y los insectos están apoderándose de todo.

—Avisaré...

—Tienen diez minutos para limpiar las calles.

—¿Dis-disculpe?

Le miré sobre mi hombro y repetí lentamente:

—Diez. Minutos.

Largos segundos pasaron mientras me miraba con palpable incredulidad.

—¡Ahora!

—¡¡Sí!! —chilló, y corrió hasta el soldado más cercano, comenzando así a transmitir mi cruel orden.

Sí, fui muy malo.

Desquitarme con mis subordinados no debía sentirse tan divertido, pero lo era. Pronto los ví correr a regañadientes, dándome miradas molestas mientras obedecían. Reía por lo bajo al ver como tropezaban entre sí con los barriles, dirigiéndose todos a los carros apostados calle abajo, cuando la sentí... un escalofrío bajó por mi columna y mi corazón se saltó un latido.

—General, hay que llevar los alimentos restantes al atrio —dijo Kayle, llegando a mi lado con mala cara—. Antes de que el calor los estropee... ¿todo bien?

—Sí... —murmuré. No puedo ir, esperaré que venga a mi, pensé—. Vamos.

Durante algunos minutos ayudé a sacar los alimentos de las viviendas colindantes, y pasando de mano en mano las bandejas fueron llevadas al atrio. Intentar mantener mis pensamientos lejos de ella, mi querida Macy, nunca había sido una tarea sencilla.

—Uh, ¿su excelencia va a salir?




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