Fuego y sangre

Capitulo 14 - Silencios

Luego de la ceremonia, la comitiva avanzó por la entrada lateral de la embajada lentamente. Los guardias locales los reconocieron al instante y les franqueaban el paso con eficiencia. Marco descendió primero del vehículo. Abrió la puerta trasera sin decir nada. El andar de Catalina aún tenía elegancia, pero ahora teñida de tensión.

No se oyó ni un murmullo mientras cruzaban el vestíbulo principal. A esa hora, casi todo el personal estaba concentrado en la sala de monitoreo y las oficinas diplomáticas. Catalina caminó con paso seguro, sin esperar a nadie. Marco la seguía a un metro de distancia, atento, pero sin intervenir.

Doblaron por un pasillo alfombrado hasta llegar al ala este, preparada como zona de descanso para la Domina. Catalina se detuvo frente a su puerta, giró apenas el rostro.

—Gracias, Marco —dijo.

Él asintió con una leve inclinación de cabeza. Se quedó parado allí, en posición de resguardo hasta recibir nuevas órdenes.

Catalina ingresó sin apuro. Cerró la puerta tras de sí con suavidad.

Al otro lado del corredor, una pantalla mostraba imágenes en vivo del perímetro. Logan había llegado y se desplazaba hacia la sala de control. Su presencia se percibía sin necesidad de verlo.

El guardia personal de la Domina Catalina ingresó a la sala de control sin saludar. Los monitores mostraban imágenes en tiempo real del perímetro de la embajada, y las luces tenues acentuaban el cansancio en su rostro. Se quitó la chaqueta y la dejó sobre una silla, mientras escuchaba el reporte del evento de uno de sus compañeros. Pero su atención estaba lejos.

Catalina no había querido que él la escoltara.

Cruzó los brazos, mirando una pantalla sin prestar atención. Había aprendido a leer señales, a interpretar silencios, a reaccionar antes de que los demás comprendieran qué ocurría. Pero esta vez, no entendía nada. ¿Desconfianza? ¿Distancia? ¿Una decisión impulsiva? El rostro de Catalina no había mostrado nada, pero Logan había sentido el quiebre, como una nota disonante en medio de una melodía perfecta.

Su teléfono vibró. Llamada entrante. Reconoció de inmediato el origen: Mamá.

Contestó. El rostro de su madre apareció en la pantalla. Estaba en su estudio, con ese fondo habitual de libros antiguos y cuadros sin colgar. Llevaba una blusa oscura y el cabello recogido con descuido.

—Te vi en la transmisión —dijo ella sin rodeos—. Estabas justo detrás de esa mujer. Como una sombra. Como siempre.

Logan se quedó en silencio.

—No voy a preguntarte si estás bien. Sé que vas a decir que sí, aunque no lo estés.

Él bajó la mirada, sin replicar.

—No me gusta esto, Logan. Ya lo sabes. Esa mujer y su mundo... no es vida para nadie, mucho menos para ti. Pero no te llamo para reprocharte, hijo.

Su voz bajó un poco, perdiendo el filo habitual.

—Llamo para decirte que estoy orgullosa de ti.

Eso sí lo hizo mirarla. Elaine no solía usar esas palabras.

—No por lo que hiciste hoy —aclaró—. Sino por la manera en que lo hiciste. Sin miedo. Sin esperar reconocimiento. Siempre con ese aire de que no te importa nada... cuando en realidad te importa todo.

Logan respiró hondo. Tenía mil respuestas listas, pero ninguna servía. En cambio se limitó a responder.

—No necesitas decirme estas cosas, mamá.

—Lo sé —contestó ella, y por primera vez no hubo reproche en su tono—. Pero necesitaba hacerlo.

Hubo un breve silencio entre ambos. Un silencio distinto. De tregua.

—Solo quería que lo supieras —dijo Elaine por fin—. Estoy orgullosa de ti. Aunque no entienda tus decisiones. Aunque me duelan.

Su madre terminó la llamada sin despedida. Logan se quedó mirando el reflejo tenue de su propio rostro. Luego alzó la vista hacia los monitores.

Catalina ya debía estar en su habitación. A salvo. Pero la incomodidad seguía ahí, como una astilla en la piel.

Y una pregunta daba vueltas en su cabeza: ¿Por qué Marco?

Logan caminaba hacia su habitación, con la chaqueta colgada sobre el brazo y la mente muy lejos del protocolo. Dobló la esquina sin esperar encontrarse con nadie.

Ella ya estaba allí. Regresaba a su habitación después de orar frente a la llama sagrada, justo en ese momento, como si el destino hubiera calculado el cruce con una precisión incómoda.

Se detuvieron al mismo tiempo.

Los ojos de ella se encontraron con los de él, y durante unos segundos no existió nada más. No las cámaras de seguridad, no la embajada, no el deber. Solo una pausa inesperada, cargada de todo lo que no se podían decir.

Logan quiso hablar. Las palabras estuvieron ahí, latiendo detrás de sus labios. Quería saber. Pero algo dentro de él —una regla cruel, un límite autoimpuesto— se lo impidió. Su postura se mantuvo firme, la expresión apenas alterada, como si no estuviera ardiendo por dentro.

Catalina no apartó la mirada. Ella también esperaba algo. Un gesto, una queja, un quiebre. Había escuchado la conversación con Eleni, cada palabra, cada tono. No había nada ofensivo, nada indebido. Él era un hombre libre. Catalina no. Pero la idea de una próxima vez, de una cita postergada, había quedado flotando. Y dolía.

No era rabia. No era miedo. Era algo más primitivo.

Celos.

Una emoción olvidada. Prohibida. Peligrosa.

Ella no tenía derecho a sentir eso. Y, sin embargo, ahí estaba: enterrada bajo capas de autocontrol y compostura, creciendo como una brasa viva que no llegaba a ser fuego, pero quemaba igual.

Logan entrecerró los ojos, apenas. Intuía que algo había cambiado, pero no sabía qué. ¿Distancia? ¿Molestia? ¿Frustración? El silencio de Catalina no era igual al de otras veces. Era confuso, más personal. La situación lo descolocaba.

No la entendía.

Y lo que más le inquietaba… era que no sabía si tenía derecho a intentar romper las reglas.

Ambos se movieron casi al mismo tiempo, como si el hechizo se rompiera. Logan avanzó hacia su puerta. Catalina hizo lo propio con la suya. Cada uno abrió con calma contenida.




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