Christopher
Los chicos se duchan uno a uno mientras el entrenador nos halaga por nuestro entrenamiento. Queda poco para competir por un puesto a las interestatales y el juego local ya lo tenemos cubiertos, las regionales serán pan comido y luego solo queda gritar la victoria.
Sonrío con anticipación. Cada uno de nosotros esta seguro que ganaremos, con victoria asegurada e inclusive tenemos lista la preparación de la fiesta post juego. Estamos confiados, lo suficiente para distraernos en los vestuarios y lanzarnos nuestras toallas.
—Maldita sea, hombre —sisea Harry. Gilbert se ríe audiblemente con la voz ahogada del entrenador por el bullicio que hacemos—. Tus calzoncillos apestan a mierda.
—Al menos ellos tienen más aventuras que contar que los tuyos.
La colectiva exclamación no se hace esperar. El entrenador se une a nosotros pero su celular lo solicita y se retira. Mantengo mi vista concentrada en secarme con la segunda toalla y abro mi casillero en busca de mi maletín de ropa de muda. Apenas la deslizo afuera, una nota de papel cae sobre el piso de baldosas blancas.
Mis dedos no actúan rápidamente para atraparla y el piso mojada la abraza ávidamente. La tinta se diluye.
—Oh, oh, oh, hermano —escucho a Heber. Suelto una maldición y sacudo el papel en el aire. Me siento en los banquillos y él se acerca. Coloca su mano en mi hombro—. Falta más de medio año para el baile de graduación y tú ya tienes una cita. A ver, muestra quién es tu peor es nada.
—Seguro es una del club de ajedrez —ríe Craig, el mejor defensa que tenemos en el equipo, y sacude su cabeza para esparcir gotas de su cabello húmedo—. La última vez tuve que rechazar más de veinte veces a una porque no entendía que un popular no se puede mezclar con una simple nerd.
Qué estupidez.
Craig es de los más estúpidos del grupo, pero no me importa sus procesos psíquicos superiores sino la utilidad que le da a sus músculos. Me gustaría decir que es el único, pero Heber es otro que piensa igual.
Al parecer la falta de su cabellera puede afectarle.
—Oigan, dejen sus tonterías y apúrense si queremos tener un sitio decente en King's diner—esa es la voz de Harry. El más sensato de todos, eso me incluye—. Y Vance, recuerda que una chica no puede estar en tu mente ahora.
—¿Ni un buen polvo? —reclama Gilbert a pesar que la advertencia no va dirigida a él.
—Con tal de que tengan la cabeza fría...
—O tal vez la cabeza caliente... —el codo de Heber me golpea cerca a las costillas.
Los chicos ríen.
Centro mi entera atención al pedazo de papel casi borroso y lamentablemente lo único que distingo es un nombre. El mensaje está todo un fiasco y es imposible de leerlo sin que mi percepción se altere. Puedo ver algunas letras, sin embargo, tal vez es parte de una ilusión objetiva.
Sin prevenirlo, la nota desaparece de mi mano y es pasado entre los chicos. Cada uno bromeando más fuerte que el otro. No es hasta que está en manos de Gilbert que decido pararme para quitarlo de su mofa continua.
—Así que la menor de los Denson, ¿eh?
—No es de tu incumbencia —digo desconcertado.
Katrina no es de las chicas que mandan pedazos de papel para decir lo que puede expresar con una frase hiriente. Viniendo de ella siento como si me inyectan adenosina, aquella cardoversión química que se siente como si un camión te arrollara. Claro que Denson me hace sentir de esa forma cada vez que hablamos y, para que negarlo, me gusta sacar ese lado violento de ella.
Me gusta verla alerta, enfuruñada y caliente.
Es jodidamente caliente verla enojada.
—Esperen, creo que huelo algo extraño por aquí.
Guardo la nota en un bolsillo lateral de mi maletín y mis pensamientos no me dejan continuar con las risas de los otros. Aún no encuentro la respuesta más lógica y acertada para responder como pudo dejar la nota en mi casillero. Ella no sabe cuál es su ubicación y no cuenta con mi clave.
A menos que...
Muy astuta, Denson, ahora profanas propiedad privada.
—Yo también lo huelo —dice alguien más.
—Ah, es el aroma del amor. Nuestro mejor casanova se enamoró de la chica rebelde —la voz grotesca de Craig se abre paso y pronto todos ya estamos vestidos. Son casi las cinco de la tarde, a una hora de la hora más ajetreada del centro de comida rápida del padre de Jess, la amiga de Katrina que lleve al cine— ¿Qué hizo? ¿Te mando a la mierda y caiste colado por ella?
—No me jodas, Craig. Entre Kat y yo solo hay mutuo odio.
—Sí, de eso no hay duda. Pero estoy seguro que ese odio solo es tensión sexual. ¿Verdad que esos jeans son de infarto?
Ruedo los ojos.
Kat es de lengua fácil. Pero, a diferencia de las películas de adolescentes, ella viste ropa común. No sé cómo decirlo, su carácter merece colores oscuros, no obstante, ella lleva suéter de colores delicados y, como Craig dice, sus jeans ajustados son una hermosa y maravillosa creación.
Vamos, ella sabe lucirlos. No puedo quejarme de las vistas. Eso que he visto demasiadas piernas toda mi vida.
—No tienes opción, hombre. Morirás apenas pongas tu mano sobre ella.
—¿Crees que no lo sé?
Harry carga su mochila y todos nos agrupamos para salir al pasillo. Las aulas lucen más tranquilas que en hora de clases y las luces son más oscuras que el día. ¿Será porque solo utilizamos unas cuantas bombillas de energía alternativa?
Él sonríe astutamente.
Katrina Denson es atractiva. Su delineador negro, aquel que se obsesiona tanto con llevar y solo una vez la vi sin ellos, acentúa esa mirada engatuzante de dos esmeraldas.
Maldición, ella es el sueño de cada uno de nosotros. No miento. Nuestro círculo social no es muy amplio, somos pocos, y la mayoría de chicas a pasado por cada uno de los varones que lo integramos. Excepto ella y Jess. Ninguna, todavía, ha aceptado caer en las manos de uno de ellos y me alegro. Normalmente las chicas se lanzan apenas ven un buen físico.
Editado: 29.06.2020