Christopher
Jodido entrenador. Jodido su hermano. Jodida su boca.
Aparco el coche en mi entrada y bajo las cajas de compra, del otro lado del conductor, que mamá encargó hace unas semanas para la fiesta de este sábado. Son tres vestidos para el cóctel de recaudación de fondos escolares y tenemos un compromiso con el director de Bayfront y parte de las ganancias del negocio de mi padre y las continuas fiestas mensuales, van para financiar y apoyar proyectos de la escuela. Inclusive mis padres organizan las ferias vocacionales antes de las vacaciones y las fiestas de etiqueta también aportan dinero no solo a esta escuela, sino también a otras.
Por lo que, ahora lo único que falta es contratar a un sastre para mi traje, tranquilizar a Alyssa, la organizadora, y esperar a qué llegue el día.
Alyssa no opina lo mismo y prefiere repasar su tableta cada vez que llega una nueva decoración al patio interior y estresarse más con su estrés. Su no descubierto fanatismo con el dorado y luego sabido posteriormente, llevó a papá a dejarle todo a su cargo sin saber en lo que hacía al dejarla al mando. Eso implicó que escogiera muchas cosas de esa tonalidad y las camisas y corbata no se salvaron. Llevaremos camisas marfil y la corbata tendrá un sujetador dorado conjugado con gemelos de la misma especie, así que ella tiene cubierto eso. Pero mamá está en contra de que utilice el mismo saco y pantalón de la fiesta del mes pasado.
Detesto hacer todo el procedimiento de tomar medidas y recibir pinchazos de las asistentes cuando no pueden concentrarse y les tiemblan la mano. Ernest dice que es porque nunca han tenido a chicos semidesnudos cerca de ellas y da igual las hipótesis, detesto las agujas. Y las corbatas. Y esperar.
Resoplo. Anteayer Katrina no me dejó llevarla a casa y solo accedió a que la lleve a King's diner. Aunque le preguntara, una y mil veces, como se sentía, ella nunca dió respuestas. ¿Qué esperaba que dijera? Está más que seguro que no sería nada bonito y preferí darle más espacio del que soy capaz de dar.
Malditos Higgins.
—Déjame ver —Alyssa aparece de la nada, o quizá estoy demasiado distraído para notarla, y guarda su tableta bajo el brazo mientras salgo del estupor. Mantiene la mirada fija en las cajas que sostengo y mentiría si niego que no veo un destello de esperanza a que todos los vestidos sean dorados—. Abra las cajas, joven Vance.
—¿Ahora? —increpo y la rodeo para llegar a la entrada.
—Eso es más que obvio. Debo cerciorarme de que está todo listo, en orden, y...
—¿Crees que traigo bombas encima? —bromeo—. Me gustaría, no lo voy a negar, pero estas son para mi madre. No bombas, sino vestidos.
—Eso lo tengo claro —sisea al borde de la desesperación y me sigue escaleras arriba después de empujar la puerta que dejó semiabierta—. Pero tengo que ver que encaje con la decoración.
—Mi madre no es fanática del dorado —recuerdo para mí. La única vez que la vi usar un color metálico fue... Hasta ahora nunca—. Así que yo que tú no esperaría ver algo así.
Tuerzo el labio para dar énfasis a lo que digo y la observo sobre mi hombro. Ella no conoce completamente a mi madre y es que solo lleva trabajando dos días con nosotros. Nunca repiten de organizador y es por ello que muchos no saben los gustos de nosotros y, para que negarlo, eso es mejor. O es mucho mejor para papá que para nosotros pero da igual.
Un silencio nos acompaña antes de que toque la puerta del cuarto de mis padres y escuche cajones cerrarse, tintineos y repiqueteos de un tacón en el piso. Esa es mi mamá, con certeza, y juraría que está usando sus mascarillas extrañas.
Como siempre, no me equivoco. Bueno, tal vez me equivoco algunas veces, pero es nada en comparación a mis aciertos.
—Madre mía —exclama Alyssa detrás de mí. Alzo las cajas a la altura de mi rostro y mi madre no oculta su sonrisa. Una sonrisa con el rostro lleno de grumos y de color verde— ¿Señora... Vance?
—Buenas tardes, lamento el recibimiento, pero estoy en el horario de mi cuidado facial —se excusa con una sonrisa. Sí, esa es mi madre. Me quita las cajas de la mano y libera una para sacudirla en mi dirección—. Vamos, Vance, tienes muchas cosas que hacer.
—Claro que no —digo a la defensiva.
Escucho a Alyssa murmurar por lo bajo mientras sostengo la mirada de mi progenitora. Sus ojos nunca son inflexibles, aunque suela dar un miedo aterrador de vez en cuando, y por lo general van risueños. Así que entiendo perfectamente lo que quiere que haga. Le dije a mi padre anoche y le dije a ella en el desayuno: no iré al puto sastre.
—Ya lo hablamos, Chris —sus ojos me escudriñan antes de volver a reparar en nuestra organizadora detrás de mí. Inclina la cabeza para verla mejor—. Pase, pase. Ahora la alcanzo.
Cuando Alyssa entra al cuarto de mamá, casi puedo escuchar sus gritos. ¿Cómo decirlo? Mi madre no parece una persona cuerda, sin ofender, pero ella necesita de un asesor de imagen en línea para acompañar a mi padre porque de no ser así, es muy probable que las cámaras se rompan antes de hacer clic. Digamos que sus gustos son muy excéntricos. Más cuando ella viene de una familia perteneciente a una tribu amazónica de parte de la abuela y tenga una obsesión con las serpientes.
No viste de piel de serpiente, porque eso sería demasiado, pero sí tiene una serpiente disecada al costado de su cama y sus colores favoritos son muy encendidos.
—Antes que digas algo —comienzo y elevo mi índice haciendo ver mi punto—, compraré un conjunto, si eso te hace feliz, pero por ningún motivo lo haré a medida.
—Christopher Ellian Vance, creo que tu padre también habló contigo —¿lo hizo? Sí, y nos pasamos la noche quejándonos de sus órdenes.
Eso es imposible de que le diga.
—Sí, pero... Mamá.
Editado: 29.06.2020