Edward.
—¿Quieres que vaya por ti al aeropuerto?
Elena rio al otro lado de la línea, guardando silencio al escuchar los altavoces en el aeropuerto anunciando la salida de los vuelos.
—Sasha estará esperando por mí, pero tal vez si no estás ocupado... —se detuvo, soltando una risita.
—¿Qué?
—Puedo ir a verte al llegar, pedirle que me lleve a tu casa en vez de a la mía —expresó, vacilante—. ¿Qué dices?
Miré la cabellera cobriza dándome la espalda desde el sofá de mi casa, pero no pude evitar que las comisuras de mis labios se elevaran ante las palabras de Elena. No la había visto en dos semanas, habían sido las dos semanas mas largas que había tenido en un buen tiempo y no podía negar que realmente anhelaba verla.
—Necesito besarte —confesé causando su risa—. Elena Williams, ¿qué mierda me hiciste?
—Iré a verte entonces —contestó—. Tengo un regalo para ti.
Me colgó antes de que tuviera tiempo a preguntar, dejándome con mil dudas en la cabeza. Mantener una reunión cuerdo con las palabras de Elena en mi cabeza fue demasiado dificil, mas que todo porque mis ojos miraban a cada nada el reloj en mi muñeca, mi pie se movía impaciente en su lugar y mi acompañante se estaba dando cuenta de que no tenía la cabeza en nuestra reunión.
—¿Te pasa algo? —Savannah me observó, curiosa. Se apartó el cabello del rostro, pasándolo por su hombro y esperó una respuesta—. Parece que le estoy hablando a la pared, Ed.
Su cálida voz salió algo inquieta, como si no comprendiera el motivo por el cual yo estaba impaciente. El gesto era extraño en mí, ella lo sabía ya que habíamos hecho negocios demasiadas veces y era ella la que terminaba pidiendo un descanso antes de que dieran las doce.
—¿Quieres que pospongamos la reunión?
Sacudí la cabeza justo cuando el timbre sonó. Luego de horas, me levanté de mi lugar buscando sus ojos.
—Estás esperando a alguien —asumió esta vez con una sonrisa—. Corre, no hagas esperar a quien sea que te tiene así.
Rodé los ojos, pero si que avancé con rapidez a la puerta, lanzándole una mirada satisfecha y aliviada a la mujer que se acomodaba la ropa manchada de lo que parecía ser el yogurt en su mano.
—¿Me extrañaste, Brown? —Sonrió abiertamente, mirándome de arriba hacia abajo—. ¿Por qué tienes ropa puesta? Pensé que te encontraría sin camisa para mí —se burló, dando un paso en mi dirección.
—Esperaba que me la quitaras —le susurré, ahuecando su rostro entre mis manos. Frunció los labios provocando que tomara el gesto a mi favor al plantar un beso en su boca, lo cual produjo que la mía quedara impregnada con el sabor del yogurt—. Dime que eso no ha sido lo único que has comido en todo el día.
—Esto no ha sido lo único que he comido en todo el día —repitió generando alivio en mí—. Me tomé otro al salir de Chicago.
—Elena.
—Entremos para quitarte rápido la ropa, Edward —habló lo suficientemente alto como para que la mujer en mi sofá la escuchara y se atragantara con el jugo que tomaba—. ¿Estás acompañado? —preguntó en un susurro, frunciendo el ceño.
—Estabas tan ocupada pensando en quitarme la ropa que ni siquiera me dio tiempo de decirte.
Me apuntó con la bebida en su mano.
—No me repliques, Edward Brown.
—Entra.
Con una sonrisa y sin pena alguna, ingresó a mi departamento, tomándose unos segundos antes de que su mirada cayera en Savannah esperando por mí a lo lejos. La mirada avellana de la mujer no vaciló al reparar a Elena con dudas, probablemente buscando algo en ella que destacar en su cabeza. Y sabía el motivo. Y por la forma en que Elena se tensó, ella también.
—Buenas tardes —saludó avanzando hacia ella—. Elena Williams —se presentó.
—Savannah Prescott. —Estrecharon sus manos para que seguidamente, Elena se acercara a mí sin siquiera inmutarse cuando puse mi mano en su cintura—. De haber sabido que estarías ocupado habría pospuesto nuestra reunión, Ed —intentó bromear, dejando de lado su escrutinio en mi chica.
—Edward puede continuar con su reunión tranquilamente —se me adelantó Elena—. Yo no vine a interrumpir.
—Lo siento, no quería provocar que te sintieras incomoda o que quieras marcharte —expresó la pelirroja al notar que Elena tenía sus ojos en la bolsa de viaje que dejó en el pasillo—. Yo...
—No te preocupes, no me iré. Prepararé algo de comer, eres bienvenida a acompañarnos en la mesa. —Me miró, sonriendo, como si no le importara la mirada de Savannah sobre ella—. ¿Dónde dejo mis cosas, Brown?
—Ya sabes donde está mi habitación —respondí ocultando mi sonrisa—. Voy contigo.
—No me voy a perder.
—No, pero quiero ir.
Le pedí excusas a mi acompañante, subiendo con Elena las escaleras hasta llegar a mi cuarto donde ella no dudó en lanzarse a la cama, quitándose los tenis antes de acoplarse por completo al colchón. No iba a negar que me encantaba como se veía justo allí, en el centro de mi cama, luciendo completamente perfecta aun con la ropa sucia.
—Terminaré la reunión pronto y vendré. No tienes que hacer nada de comer, pediré algo.
—No es molestia para mí cocinarte —murmuró—. Y a tu ex.
—Elena...
Contuvo la sonrisa.
—No soy celosa, Edward —anotó, levantándose—. La he visto varias veces en el periódico. La fabulosa agente de bienes raíces que encanta con solo una sonrisa.
—¿Es sarcasmo?
Ella no parecía molesta u ofendida en lo absoluto, solo divertida por el temor que se acumulaba en mi pecho.
—Es la verdad —aseguró—. ¿De verdad crees que voy a enojarme por ella aquí? Te conozco, Edward, y sé que no cruzarías las líneas si estás saliendo conmigo. De querer estar con ella, lo harías, pero estás conmigo y yo te haré la cena mientras tú terminas tu reunión.
—¿De verdad?
—¿Con que clase de mujeres acostumbrabas a salir que tienes miedo de mí, Edward? —se burló un poco—. Además, enojarme le quitaría la diversión al asunto.
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Editado: 19.04.2024