Elena.
Estaba agotada.
Quería terminar con este día lo mas rápido posible y salir de este lugar al que tanto amaba, pero del cual necesitaba un descanso luego de una guardia que se me estaba haciendo eterna.
No me asombré al ver el auto de Edward estacionado frente al hospital, por primera vez en muchos días tras el nacimiento de Ansel, estábamos buscando la forma de reunirnos para hablar bien, justo como me lo había pedido.
Emma lo estaba haciendo bien, pero todos estábamos encantados con el pequeño de dos semanas que causó revuelo en el hospital con su nacimiento justo al día siguiente del cumpleaños de su madre. Fueron horas eternas para Emma en esa sala de parto, pero el pequeño Ansel Stevens nació en perfectas condiciones y su muy agotada madre necesitaba un respiro.
Nicholas me pidió que me quedara con Alaia y Lauren mientras ellos no estaban, Emma tenía que quedarse en el hospital y él no quería que Alaia saliera de casa así que accedí. Solo fue un día, pero no había tenido un respiro desde entonces para hablar con el hombre esperando por mí en la acera.
Sin embargo, sus mensajes de «buenos días, Williams», aliviaban cualquier preocupación al igual que el «buenas noches» que enviaba antes de dormir. No hablábamos mucho, pero eso enmendaba cualquier inquietud que pudiera llegar a tener.
—¿Todo bien? —Me dio una sonrisa ladeada cuando lo miré tras abrochar el cinturón de seguridad—. ¿Elena?
Al escanearlo, detecté las ojeras bajo sus ojos. Marie me mantuvo algo informada, él no había dormido en lo absoluto estos días, con los negocios de los Campbell yendo a pique y sus reuniones con mi padre, las cosas estaban buscando la forma de encajarse mejor, pero él estaba dando el cien sin preocuparse por su salud.
—¿Cuándo fue la ultima vez que dormiste ocho horas por lo menos, Edward?
—¿Viniste a regañarme? —bromeó, pero su mano encajó en la mía cuando la tomé. No me apartó—. ¿Cómo fue el trabajo?
—Estoy agotada —dije, mirándolo preocupada—. ¿Qué tal el tuyo?
—Lo que se ve no se pregunta, Williams.
—Eres un idiota.
—¿Obtengo un beso por eso? —preguntó, esperanzado. Su mano izquierda se aferraba al volante mientras sus ojos no se apartaban de los míos—. Sé que no hemos hablado, pero...
Presioné mis labios sobre los suyos, solo un roce que me instó a ahuecar su rostro entre mis manos, sintiendo la necesidad de entregarme a él en todas las formas posibles. Lo extrañaba demasiado.
—No te ganas un beso por eso —limpié un poco la comisura de sus labios con mis pulgares, plantando un suave beso nuevamente—, te lo ganas porque te extraño mucho, Edward Brown.
—¿Qué tanto?
—Lo suficiente como para pedirte que dejemos la conversación para mañana y solo me abraces esta noche.
—¿Estás segura?
Asentí, sabiendo que si se lo pedía, se tomaría el día y yo no tendría que trabajar. Hablaríamos. Lo haríamos. Necesitábamos hacerlo. Los dos queríamos avanzar, no quedarnos estancados y sabía que encontraríamos la forma de solucionarlo.
—Estaba pensando y tal vez podríamos irnos unos días —sugirió con su mano sobre mi pierna al llegar a su departamento—. Tú y yo.
Se escuchaba nervioso.
—Tengo trabajo —dije, ocultando su sonrisa en lo que su mirada caía al estacionarse en mi casa—. Y un par de días de vacaciones que puedo pedir por las horas extras que he hecho.
—¿De verdad?
—¿A dónde me llevará, señor Brown? —Quité el cinturón de seguridad, encarándolo. Él sonreía—. ¿Las Vegas? ¿Hawai? ¿India?
—Mi casa en Destin, ¿quieres?
—Bueno, no he ido a la playa en un tiempo y que mejor manera de hacerlo que verte en pantalones cortos saliendo del mar solo para mí —sonreí—. Porque es privado, ¿verdad? Nadie verá lo que es mío —bromeé.
—Nadie, cariño.
—Entonces sí, podríamos salir la próxima semana ya que pida los días y tú organices todo. No quiero verte trabajando, Edward.
Me incliné para besarlo, pero mi celular sonó en medio de ambos provocando una mueca que se volvió un gesto de preocupación al ver le número de Ness.
—Hola, cielo.
—¡Elena! ¡Menos mal te encuentro! —Ella sonaba agitada, como tuviera muchas cosas en la cabeza. Edward me hizo un gesto de confusión—. Odio tener que hacerte esto, de verdad, sabes que no me gusta incomodar y no sé si estás ocupada, pero...
—Ness, respira, cielo —reí un poco—. Acabo de salir del trabajo, llegué a casa nada mas. ¿Qué necesitas?
—Elijah está en Boston, no responde y yo estoy realmente preocupada porque no se escuchaba nada bien cuando lo llamé en la mañana. Creo que está enfermo y sabes que es demasiado terco, ¿podrías ir a comprobarlo?
Miré de reojo a Edward cuya oreja se había despegado de la mía para escuchar y encendía el auto de la nada, la mirada preocupada en su rostro no tenía con que compararla.
—Voy en camino, cielo, no te preocupes.
Edward ni siquiera me miró, solo salió del estacionamiento y volvió a la autopista, dirigiéndose al departamento de su hermano seguramente.
—Gracias, Elena.
—No tienes que darlas. Hierba mala, nunca muere, ¿recuerdas? —me burlé un poco para calmarla antes de colgar y mirar a Edward—. ¿Estás bien conmigo haciendo esto?
—Elena, es mi hermano —acotó—. Ya me quedó claro que no puedo ir contra lo que ya fue, y no voy a dejarlo solo. Además, él y yo tenemos que hablar.
—Oye —puse mi mano en su pierna al verlo alterarse—. Elijah está bien, no te preocupes.
—Es demasiado terco para su propio bien.
Fue cuestión de minutos antes de que estacionara frente al edificio donde se encontraba el departamento de Elijah, había estado aquí tantas veces que el camino se reproducía en mi cabeza a pesar de que no me había bajado del auto. Vanessa no dejaba de llamar.
—Iré a la farmacia, llámame cuando estés arriba y compraré lo que necesites —pidió a lo que asentí. Él se sentía culpable por alejarse de su hermano y yo no podía hacer nada para aminorar su preocupación—. Hablaré con él cuando vuelva, solo asegúrate de que esté bien.
#926 en Novela romántica
#378 en Chick lit
amor odio celos y rechazo, drama celos amor verdadero, boda dolor embarazo salir adelante
Editado: 19.04.2024