Elena
Presioné el botón del elevador que daba al piso siete más veces de las que mis dedos de las manos podían contar. Odiaba a mí padre justo ahora por ponerme en este tipo de situaciones. Llevaba más de veinticuatro horas sin dormir por suplir el turno de Jeniffer en el hospital. Mi noche no había sido nada linda que digamos.
Sólo quería dormir y recostarme hasta que el cansancio desapareciera, pero cuando mi padre llamó a eso de las once y me pidió al borde del desespero que pasara por su casa a buscar unos malditos papeles para una de sus reuniones, quise morir. Sobretodo, porque la jodida reunión era en Chicago, lo que me hizo tomar el vuelo en la madrugada que me trajera hasta las oficinas de mi tío John y así poder llegar a tiempo.
El hombre me estaba debiendo más de una justo ahora.
Suspiré aliviada cuando las puertas se abrieron, mi vestido negro siendo una pésima elección cuando me cambié en el baño del avión. Hubiese preferido quedarme en mis pantalones de chándal y mi sudadera, pero sabía la política del bufete de abogados que mi tío manejaba, no hubiese pasado la entrada vestida así, por lo que Sasha había empacado en mi bolsa de viaje mi comodín y mi maquillaje de emergencia junto a un par de zapatos de tacón negros que no recordaba que tenía. La amaba por estar allí.
La mujer que me recibió me observó con desgano de arriba hacia abajo con superioridad. Sus ojos descansando más tiempo del necesario en mi cabello recogido en un extraño moño en mi cabeza. Si, mi coleta no está precisamente la mejor, pero eso no era su maldito problema.
—¿Se te perdió algo? —Su voz resaltaba lo que sus ojos me expresaban. Lo clasista y superficial que era.
—Vengo a ver a Jacob Williams y a John Williams.
Sus ojos se entrecerraron en mi dirección sin creerme.
—Si no tienes cita no puedo dejarte pasar.
Frustrada por mi falta de sueño, lo menos que quería era hacer un maldito escándalo, pero lo haría si ella no me dejaba pasar por las buenas.
—Yo que tú iría a preguntarle a tu jefe si me va a recibir. Dile que Elena está aquí.
Omití el «por favor», mi madre debía estar mirándome con reproche desde el cielo, pero esta mujer no se merecía mi educación y no habría fuerza humana que hiciera que me arrepintiera por no dársela cuando me faltaba el sueño.
—¿Disculpa? —Parecía ofendida. Rodé los ojos exasperada al verla cruzar sus brazos sobre su pecho.
—Mira... —Tragué en seco buscando las palabras correctas. Leí el nombre en su gafete y esbocé a regañadientes una sonrisa en mi rostro—. Candy
Dios...hasta el nombre me jodía por dentro. Esta mujer no tenía nada de dulce en ella. Enarcó una ceja observándome con desgano.
—No es que te importe, pero llevo más de un día entero sin dormir, hice un vuelo infernal con un niño de tres años pateando el asiento desde atrás y tengo ganas de golpear algo justo ahora. No me importaría si lo que termino golpeando es tu cara si sigues con esta mierda.
Cerré la boca para luego soltar un suspiro intentando calmarme.
—Ahora ve a la oficina de mi tío y dile a mi padre que quiero verlos, haz tu puto trabajo o me veré en la obligación de decirle a mi padre que su negocio se cayó porque eres una secretaria con delirios de grandeza que no quiso hacer su jodido trabajo y anunciarme.
Sus ojos pasaron de mostrar desagrado a evidenciar el miedo que mis palabras le producían.
— Señorita Williams —tragué en seco no queriendo arremeter contra ella por lo furiosa que me encontraba. La superioridad se había ido y había sido remplazada con temor y nerviosismo. Esperé silenciosamente a que siguiera. — Ya la anuncio. Espéreme aquí. —la mujer de cabello negro y ojos marrones asustados se dio media vuelta y caminó rápidamente perdiéndose con sus tacones resonando en mis oídos.
—Ya era hora de que alguien la colocara en su lugar. —Me giré un poco para encontrarme con una mujer sentada tras el mostrador, su mano puesta con miedo sobre su boca al notar que había sacado las palabras en voz alta—. Lo lamento mucho, señorita Williams. No era mi intención...
Sus ojos temerosos hicieron estragos en mí. Brevemente le sonreí con amabilidad.
— No te preocupes, si eso es con lo que tienes que lidiar a diario tienes más que mis respetos. —su mirada se tranquilizó mientras una pequeña sonrisa tiraba de su boca.
Escaneé el lugar con interés. Seguía igual que la última vez que vine hace dos o tres años, mi recuerdo sobre mi visita yacía confuso en lo más profundo de mi cabeza. Había tenido una de las tantas peleas con papá y acudí en busca del tío John. El hombre parecía un jodido ogro con su semblante serio y su postura rígida, pero tenía el corazón de oro bajo toda esa fachada.
El teléfono de la chica a mí lado sonó atrayendo mi atención. Tras darme una sonrisa amigable y un tanto nerviosa descolgó la llamada.
—Señor. —Había miedo en su voz. Ya imaginaba el motivo. John Williams daba miedo—. Por supuesto, sigue aquí. —Esperé pacientemente hasta que terminó la llamada. Sus ojos buscaron los míos con gracia haciéndome reír un poco—. Puede pasar, señorita. Siga por ese pasillo. —Señaló el lugar por donde su compañera se había perdido minutos antes—. La última puerta al fondo. No será difícil encontrarla. Parece un jodido salón de fetiches raros.
La observé sin comprender. Se encogió de hombros restándole importancia a sus palabras.
Sonreí y tras despedirme caminé por donde se me indicó, mis manos sosteniendo el archivo en mis manos con determinación y fuerza. Mi padre tendría que pagar caro por esto, si bien nuestra relación había mejorado parcialmente en las últimas semanas, aún no me sentía tan cómoda con su presencia. El recuerdo de mi madre moribunda demasiado vivo en mi cabeza como para dejarlo pasar. Sabía que eventualmente lo perdonaría, no lo había llegado a odiar con suficiente ahínco así que eso era un pro en nuestra futura relación.
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Editado: 19.04.2024