Las horas parecían pasar lentas, la única razón por la que sabía que era de tarde fue por el diminuto reloj que descansaba en mi muñeca. Después de mi ataque preferí arrinconarme en las esquina y quedar en silencio. La señora Morgan me había acercado un pote de legumbres y queso para que me alimentara, se quedó conmigo hasta que lo acabé. Jasper en cambio solo se limitó a observarme de manera breve, a veces hablaba con su madre ignorándome por completo, pues no me molestaba porque yo trataba de hacer lo mismo.
Luego su madre se aproximó a mí nuevamente, trajo un vaso de agua que acepté gustosa, mis labios estaban secos y dolía. Me avisó que saldríamos de allí a primeras horas de la mañana ya que sería más seguro porque no sabían que ocurría exactamente o si ya había acabado, y que después veríamos que hacer, noté que hacía todo lo posible por evitar el tema de mi madre y se lo agradecía, ya estaba delirando con mis propias ideas no quería que alguien más apoyara lo mismo.
Comencé a jugar con mi cabello, lo tenía de un color muy naranja, básicamente era una autentica pelirroja, y me llegaba por encima de las caderas. Mi rostro estaba salpicado de pecas claras, mis ojos eran de unos azules no muy fuertes pero tampoco llegaban a ser celestes. Físicamente era normal, flaca, no muy alta. Una adolescente común.
Pero jamás me quise llamar normal en voz alta, porque estaría mintiendo.
Cuando llegó la noche, decidí descansar, mis ojos aún estaban hinchados y pesaban. La señora Morgan me aseguró que me despertaría segundos después que ella lo hiciera. Sus ojos me examinaron antes de que se alejara. Estaba acostada sobre la misma bolsa incomoda, ella me había ofrecido una de las camillas pero no acepté por puro capricho y orgullo.
Me giré dándoles la espalda, eché unas mechas de cabello sobre mi rostro como una manera de taparlo, no me gustaba que me miraran mientras duermo.
Podía escuchar la respiración agitada de Jasper, él estaba acostado y podría jurar que me veía y eso me inquietaba. Traté de ignorar los sonidos y cerrar los ojos.
La hierba oscura dominaba los alrededores de aquella casa de madera, todo allí parecía haberse dejado descuidado o abandonado. Mis pies parecían guiarse por sí solas entre las hojas, cuando llegué a los escalones que me llevaban a la entradilla, me percaté de que en un costado había una persona, más bien una señora, columpiándose en su sillón. Llevaba un vestido rosa pálido de mangas transparentes, tenía la vista clavada en la aguja de sus manos, tejía con audacia hasta que se detuvo. Levantó la mirada y la dirigió hasta donde yo estaba. Podía ver su rostro a la perfección, sus cejas oscuras y gruesas estaban fruncidas, parecía estar confundida, sus ojos verdes me escanearon, cuando acabó, una gran sonrisa se formó en su rostro, su piel era más blanca que lo normal, eso me dio curiosidad, así que quise acercarme un poco más.
Cuando dejé los dos últimos escalones, escuché su voz.
"Ya llegaste. Te estaba esperando"
Me quedé quieta al no comprender a qué se refería. No la conocía, no recuerdo haberla visto anteriormente. Vi sus labios separase para pronunciar algo, pero un sonido nos desconcentró a las dos. La manija de la puerta se movía, como si alguien intentara con desesperación abrir la puerta, luego le siguió unos arañazos, era un sonido torturador.
"Ayuda..."
Era una persona y estaba pidiendo ayuda. Prontamente traté de llegar hasta la puerta e intentar abrirla.
"Gemma, no lo abras"
Era la mujer de ojos verdes, ya no estaba en su sillón, sino que parada con todo su esplendor, era muy alta, su cabello negro alborotado le daba un aire salvaje y sus ojos esmeraldas relucían como mezclas de fuego.
Ignoré sus palabras preocupada por los ruidos que daba la persona que estaba en el interior de esa casa, volví a escuchar sollozos con pedidos de auxilio.
Por el rabillo de ojo pude ver a la mujer acercarse, rápidamente tomé la manija y la volteé.
Y en la oscuridad pude ver solo dos ojos amarillos, intenté alejarme, pero fui detenida por largos brazos negros con aspecto a ramas secas, pretendí gritar pero el rugido ensordecedor me disipó de mis ideas, quería correr, salir huyendo de ahí, pero sus manos me detenían.
No comprendía, nada en absoluto, solo escuchaba el llamado de aquella mujer, en ese momento quise girarme hacia ella, pero su rostro me detuvo.
Tenía la nariz chata, esos ojos amarillos, parecía no tener labios, solo podía ver sus dientes como hilos blancos. Lo que más me aterraba, era la forma de su rostro, de forma rectangular, su piel marrón oscuro como la madera vieja.
Su boca se abrió intentando gruñir en mi rostro. Con todas mis fuerzas exhalé y grité.
Mi respiración estaba agitada y las palmas de mis manos se sentían sudorosas, pestañeé apresuradamente para aclarar mi vista. Estaba en el bunker, media sentada sobre la bolsa, solo podía ver la luz titilante, miré a mi alrededor sintiendo como mi corazón palpitaba violentamente, traté de enfocar mi vista otra vez como si la luz dañara mis ojos y lo nublara. Volteé buscando encontrar a alguien, respiré profundamente al toparme con los ojos de Jasper.
Este me miraba con las cejas alzadas, en sus manos llevaba una libreta blanca y lápiz, trató de enderezarse en la camilla, cuando lo logró me sorprendí al verlo bajar y dirigirse a mí, el corazón latía aún más rápido.
—¿Estás bien? —preguntó casi susurrando.
Se acomodó en el suelo en mi costado con las piernas dobladas.
Asentí con la cabeza desviando la mirada.
—¿Desde cuándo tienes esas pesadillas? —volvió a hablar asombrándome.
Lo miré con el ceño fruncido.
—¿Pesadillas? —logré decir. El asintió un poco confundido—. La primera vez —respondí dudosa.
He tenido pesadillas, desde pequeña, más aún son los recuerdos de la muerte de Emily que me atormenta, y se hacen cada vez más frecuente en cuanto la fecha recordatoria de su descenso se acerca, en otras ocasiones sueño con ella acusándome de su partida y su dolor. Es lo más común que he tenido, pero aquel sueño fue distinto. Esa mujer era una desconocida, no recuerdo haberla visto y aquel monstruo de ojos ardientes solo me causa más intriga y temor. Esa sensación tan real que te produce, más que cuando sueñas que caes al vacío.