Capítulo 1.
No esperas iniciar un relato en encuentros demasiado impuros y carnales, jamás esperas que una historia inicie de una manera tan indecorosa y menos por parte de una mujer perteneciente a una rama donde la reputación es importante. Pero en fin, nadie dijo que estaba del todo prohibido. Me llamo Gemma Hamslot, nieta de los duques de Hamslot y posiblemente heredera primogénita de sus recursos monetarios, Claro eso en caso de que llegue a aceptar la oferta y la abuela decida qué soy digna de portar el título. Pero lo dudo y dudarlo significa para mí libertad, realizar lo que más deseo y dejar de estar obligada a tener una buena imagen ante la sociedad.
Pues prefiero pasar mi vida disfrutando de mi ella y los tantos placeres que ella puede ofrecerme, y vaya que son demasiados…
Por ello este relato lo iniciamos en una noche tan corrida y apasionada al lado de un buen hombre, que en la actualidad es lo que cualquiera podría hacer, excepto una Hamslot, es decir yo misma. Lo cuál convierte está historia demasiado exhibicionista e impuro para cualquier miembro de mi familia o la misma sociedad. Sin embargo ya me encontraba rompiendo demasiadas reglas, una más o una menos no era nada en comparación a otros sucesos.
Tras unos minutos de liberar todas aquellas energías apasionadas, a mi lado ya se encontraba aquel rubio que por cosas indefinidas de la vida, había llegado en un buen momento a mi loca vida. Pasé lentamente mi mano por sus cabellos, admirando su rostro nítido en belleza y repleto de muchos secretos que desconocía. Solté un suspiro volviendome boca arriba, fijando mi vista en el techo decorado como si fuera la cosa más interesante mientras mis dedos se concentraban en su cabello y los otros sobre mi abdomen desnudo, tamborileando.
—No pienso perdonarte esta— murmuró volteando a verme. Le dediqué una suave sonrisa.
—¿el haberme desnudado antes de lo debido?.
—El no haberme esperado para desnudarte y bañarte. — murmuró con cierto tono encaprichado.
—lo lamento demasiado, alteza...— sonrió divertido y dejó de hacerlo en cuánto notó mi sonrisa burlona —lamento no lamerle los pies.
—no puedo creer que ya me haya adaptado a tu ironía y sarcasmo.— murmuró acercándose, sabía lo que pretendía y con demasiada eficacia y rápidez, decidí separarme.
—tanto tiempo pasando el rato, ayuda. Debo irme, tendremos un banquete.
—¿otro pretendiente que asustar?.
—para nada, está vez la abuela nos visita.— vi como una sonrisa se escapaba de sus labios y negué. —no puedes presentarte y mucho menos pretender quedarte para escabullirte en mi habitación.
—no sería la primera vez…
—la abuela no es cualquiera. — murmuré comenzando a vestirme, volviendo a mi atuendo normal cotidiano. —fácilmente se daría cuenta.
—entonces aquí mismo en una semana.
—si, no podré comunicarme, sabes que odian…
—la tecnología y todo lo ligado con esta época.— asintió volviendo a acomodarse entre las almohadas.
—tiene buena memoria, alteza— murmuré divertida dejando un beso sobre sus labios antes de caminar hacia la salida. —por cierto, suerte con la prensa el día de hoy.
Con esto último y una pequeña sonrisa de sus labios salí del pequeño apartamento destinado a nuestros encuentros casuales y momentáneos, porque nada es para siempre y sin duda algún día eso no volvería a ocurrir. Después de todo un futuro rey debe sentar cabeza. Acomodé mi saco y bufanda alrededor de mi cuello mientras me dirigía hacia el taxi más cercano con rapidez. Llegar tarde no era una opción.
Al cabo de hora y media, ya me encontraba en mi antigua habitación; terminando con los moños en mi cabello y los nudos horribles en mi corsé, los atuendos tradicionales solían ser irremplazables para nosotros. Después de todo sería futura duquesa o eso era lo que todos pensaban.
—señorita Gemma, su madre requiere de su presencia.
—Dian, dile que en unos minutos más bajo.
—no señorita, es que su abuela ya se encuentra preguntando por usted.— murmuró una de las tantas empleadas, encargadas de mi “comodidad”. —sería sabio no tardar demás.
—no te preocupes Dian, sólo termina de ayudarme con este vestido terrible. — murmuré dándole la espalda mientras ella terminaba de atarlo con la suficiente fuerza para bajarme tres kilos. Esperaba no desmayarme de pronto, una inspección médica era lo último que me faltaba.
Como siempre las charlas fueron poco duraderas, la atención estaba totalmente centrada en como mi padre manejaba las finanzas de la familia y el pequeño pueblo mientras mi madre tocaba una gloriosa melodía y yo fingía leer un libro de poesías, bastante recatadas y poco originales. Era precisamente esa la razón por la que odiaba tener que relacionarme con el mundo en el que había nacido, bastante privilegiado materialmente pero con carencias intangibles. A las dos horas, mi abuela se había despedido de nosotros con un simple “hasta pronto” prometiendo que volvería para el evento más esperado de mi familia; el baile para la recaudación de fondos destinados a la iglesia. O quizá para la boda que todos ansiaban ver con mayor rápidez pero que cada vez la veía más lejana. Estúpidas normas sociales que imponen el fin de mi libertad.
Era realmente tedioso ser una Hamslot. Ese día dormí en mi alcoba durante largas horas, con tal de evitar cuestionamientos o miradas de sospecha por parte de mis progenitores. Así de rápido había llegado el fin de mi rápida estadía, dejando a mi paso más dudas que no podía resolver. Al menos los coqueteos fueron disminuyendo con uno de los guardias de la puerta principal, después de todo su trabajo si que importaba sobre la belleza misma, pero le había costado meses en descubrirlo. Por supuesto que uno que otro desliz ocurrió pero ni él ni yo estábamos interesados en seguir para no hacer las cosas más incómodas y difíciles en la familia.