*Lilith D'angelo*
Cepillé mi cabello, siempre me había gustado ser pelirroja. Me hacía sentir especial, aunque hoy, me sentía despreciada.
Mi padre, el gran mafioso Cristianno D'angelo, había tenido problemas con la mafia rusa, razón por la cual estuve secuestrada quince días. Quince largos días, en los que ni siquiera sabía la hora. Debía admitir que me trataron realmente bien para como mi padre trataba a los que se le atravesaban en su camino. Aún así, fue una experiencia desagradable.
Al parecer pagar dos millones de euros por el rescate y enviarme a un apartado internado en las afueras de Roma era la solución perfecta para él.
- Así no serás un problema y estarás a salvo.-
Y nadie movía un dedo para que me quedase en casa. Nadie, ni mi madre, que siempre estaba de acuerdo con mi padre, ni mi hermano, que solo le importaba sentirse respetado y superior a los demás, y complacer a su esposa.
Bueno, solo Alessandra, la sirvienta, y porque sabía que si me marchaba, Valeria, su hija, tendría que acompañarme.
No quería dejar mi casa, ni a mis amistades, ni a esa hermosa escuela a la que asistía, y menos a mi ciudad.
Pero si algo aprendes cuando vives de la mafia desde que naces, es a no contradecir a un mafioso. Nunca terminaría bien.
Abotoné el último botón de la camisa del uniforme. Al menos la vestimenta era elegante. Camisa blanca de hilo que debía estar abotonada hasta el cuello, falda por encima de las rodillas solo cinco centímetros, color rojo oscuro, corbata negra de uso obligatorio, chaqueta del mismo color de la falda, con la insignia del colegio: una espada y una serpiente, en el fondo un sol y unas palabras en latín. Medias finas y largas preferiblemente de color blanco y por último zapatos cerrados, negros, con un pequeño tacón de cinco centímetros máximo. Tenía entendido que el uniforme era único, aunque teníamos otro modelo, exactamente igual pero color celeste.
- Harás nuevos amigos, lo prometo.-
Mi madre entró a mi cuarto, calmada, como ella sola sabía.
- ¿También mi padre pagará para que las personas me hablen?.-
El impacto de su mano en mi rostro fue suficiente para querer irme corriendo de ahí y desaparecer para siempre.
- No digas eso, tu padre te ama. Si te manda lejos es por protección. Se arrepiente todos los días de que hayas tenido que vivir esa experiencia tan difícil.- Acarició mi cabello, y pasó su mano suavemente por el lugar golpeado, limpió la lágrima que corría, y sonrió.- También moldeará tu conducta ese internado, en un futuro serás la cabeza de los D'angelo, necesitas más carácter.
Su calma y tranquilidad me irritaban. Mi madre era peor que mi padre, siempre planeaba las torturas más enfermas y los castigos más trágicos para los enemigos. Según ella, y todos, lo hacía solo por proteger a la familia.
- Que no sea una víbora como tú no significa que no tenga carácter.-
Me golpeó del otro lado. La sonrisa no se había borrado de su rostro ni un solo segundo.
- Lo tienes, pero te falta. Eres poco inteligente, si tuvieras al menos un poquito de cerebro, sabrías que no te conviene probar fuerza conmigo. Soy la cabeza de esta familia, de mi depende cuando regreses a casa.-
Tenía razón. Yo no era nada, solo una carga en esta "familia". Me prometí a mi misma no llorar, ni responder.
- Baja, ya el coche está esperando.-
- Sí señora.-
Cogí mi teléfono y me pasé por los labios una ligera capa de brillo. Me juré que volvería antes de lo que todos pensaban, aunque tuviera que hacer lo imposible.
Bajé las escaleras, solamente se sentía en la casa el sonido que hacían mis tacones al pisar cada escalón de mármol.
En el salón estaba toda la familia esperando, más bien, apresurando el momento. De alguna forma u otra los odiaba a todos.
- Hermosa hermanita, los chicos se volverán locos por ti, ya lo verás.-
Mi cuñada tenía una doble cara, aparentaba ser buena, pero yo conocía su verdadero rostro. La descubrí engañando a mi hermano con el jardinero, lo conté, y les dijo a todos que lo hacía solo para llamar la atención. Obviamente, le creyeron.
- No soy tu hermanita, y tampoco soy tan zorra como tú para querer que todos los hombres se fijen en mi.-
Estaban en silencio, no me reclamaron, supuse que sabían que en cuestiones de segundos se liberarían de mi.
- ¡Qué linda!.-
Mi hermano me plantó un beso en la frente, y me susurró al oído:
- Ojalá y te pudras en ese infierno, perra.-
Me tenía mucha rabia, sabía que aunque no era nadie en la mafia, el abuelo me había dejado toda la herencia, y a él nada.
- Yo también te quiero, hermanito.-
Caminé hacia mis padres, les guardaba tanto rencor.
- Es por tu bien...-
- Ahórrate tus excusas, papá. Aunque ahora no lo sienta, sé que en ese internado estaré mejor que aquí, con ustedes.-
Su rostro se tensó. Jamás le había hablado así a nadie.
- Lilith, espero que cuando vuelvas seas toda una mujer.- Mi mamá intentaba fingir que nada de lo sucedido en mi cuarto había pasado. - El coche está fuera, no puedes llevar teléfonos al Peregrinno.-
- ¿Es en serio?.-
- Sí, la directora es muy conservadora.-
Apagué mi móvil, no lo vería en mucho tiempo.
Sin mirar a nadie, salí por la gran puerta hacia la entrada, con la frente en alto, prometiendome muchas cosas, y estaba totalmente dispuesta a cumplirlas, aunque mi vida dependiese de ello.
Alessandra besaba y abrazaba a su hija, lloraba en silencio, pero sabía que aunque quisiera detenerla, nunca podría pagar una educación tan cara para Valeria, y en el fondo, quería lo mejor para ella.
La imagen me daba envidia, nadie de mi familia había salido para verme partir, y por ninguna de las ventanas se veía algún rostro nostálgico oculto entre las cortinas.
- Hola Alessandra, Valeria, tenemos que partir.-
La chica estaba triste, pero de su rostro se escapaba un atisbo de emoción. Para ella esto, lejos de ser un castigo, era una gran oportunidad.
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Editado: 08.10.2021