Las vacaciones siempre fueron mi parte favorita del año. El no tener que sumar y restar o responder preguntas estúpidas de profesores estúpidos me gustaba más de lo que debía. A pesar de que muchos suelen decir que la primaria es lo más fácil yo consideraba que era una gran mentira totalmente absurda.
Ese era un domingo cómo cualquiera. El clima era cálido y el sol brillaba asomándose entre las copas de los árboles transmitiendo serenidad.
Me deslicé en el tobogán por última vez en el día antes de correr a donde mi mamá se encontraba.
—¡Mami! ¡mami! —comencé a dar brinquitos emocionada—. ¿Puedo mostrarte un baile que hice? —pregunté haciendo ojitos.
—Claro que sí Natalie —susurró, acomodándose el cabello tras la oreja.
Con una sonrisa en mi rostro tomé su teléfono y coloqué la música. Esperé a que el cantante comenzara a hablar y moví mi cuerpo al ritmo alocado de la música. Cómo hace mucho no sucedía pude escuchar la suave risa de mi madre así que baile más alocadamente. Una sonrisa se plasmaba en mi rostro solo con verla sonreír porqué extrañaba eso de ella. Cuando la canción estaba por terminar esta se pausó en el momento que el teléfono emitió un ruido haciendo que la mujer dejara de sonreír al instante.
—Natalie ya, es hora de ir a casa cariño —la escuché murmurar.
—¡Solo cinco minutos más mami! —pedí a modo de súplica.
—Nath ya es suficiente, hay que irnos —dijo levantándose firme y tomando el mango del carrito de oxígeno.
No dije nada más. Simplemente tomé mi mochila y comencé a caminar lentamente a su lado, a veces deteniéndome al mismo tiempo que ella para que pudiera respirar un poco.
—Por esto te pedí que fuéramos al parque cruzando la calle mami —le dije, cuando hacíamos la cuarta parada.
—Si cariño, lo sé, pero quería que viniéramos juntas por última vez.
Mis orbes negros se encontraron con los suyos y vi sus ojos llenarse de lágrimas que resistía para no derramar.
—Todo saldrá bien mamá, veraz que la recaudación saldrá excelente y tendrás suficiente dinero para la cirugía —dije llena de positividad.
Ella se limitó en seguir caminando llevando a rastras consigo el carrito que la mantenía con vida. Tenía un mal presentimiento, sentía que algo malo estaba por pasar.
Cuando estábamos a unas casas de la nuestra vi un auto negro estacionado fuera de ella y fruncí el ceño pues casi nunca —por no decir jamás— teníamos visitas. Del auto bajaron dos sujetos. Uno vestía muy formal para mi gusto y el otro tenía una simple bata de médico por lo que supuse en ese momento que era uno de los doctores de mamá.
—Supongo que usted es Marlee Spears ¿o me equivoco? —preguntó el doctor en el momento que llegamos a su lado.
Mi madre se limitó en asentir.
—¿Vino por mi mamá? —le pregunté con curiosidad.
Escuché un sollozo de parte de ella el cual me asustó un poco y fue cuando el hombre en la bata blanca se agachó para estar a mi altura.
—Hemos hecho un largo viaje, pero no por tu mami, sino por ti Natalie.
Dejé de respirar por unos segundos, ¿por mí? ¿por qué? Yo no tenía nada, además, ¿cómo sabía ese sujeto mi nombre? Nunca lo había visto antes.
—Están equivocados —aseguré firme—, yo no tengo nada, han venido a perder el tiempo —murmuré lo último negando repetidas veces.
Caminé hasta donde mi mamá y le abracé las piernas, ella se puso de cuclillas con algo de esfuerzo y me sonrió. Sus ojos cafés estaban llenos de lágrimas y sus mejillas brillaban por las que se habían derramado.
—Prométeme algo Natalie —dijo mirándome fijamente a los ojos—, le harás caso al doctor Peter en absolutamente todo lo que te diga ¿entendido?
Pude sentir las lágrimas saladas caer por mi pálido rostro.
—No... mami, no dejes que me lleven con ellos—sollocé, abrazándola.
—¡Natalie Spears! ¡No hagas esto más difícil de lo que ya es! —me gritó—. ¡Vete ya con ellos!
Yo tomé una bocanada de aire y me alejé de ella en cuanto la escuché gritarme. Ella nunca lo hacía. Me sequé las lágrimas con las palmas de mis manos y di un par de pasos en dirección al doctor para decirle:
—Con una condición, o bueno, quizás dos.
Él volvió a agacharse y asintió. Continúe diciendo:
—Debe prometerme que no habrá nada de inyecciones, las odio, además de que podré ver a mi mamá así sea de la manera que veo a papá —pedí, haciendo ojos de perrito regañado.
Él miró a mi mamá levantando una ceja.
—Video llamada una vez al mes —respondió ella.
El que supongo es el doctor Peter por la bata que traía puesta me sonrió y asintió.
—Hecho —murmuró extendiendo su mano hacía mí.
Yo cerré mi mano y extendí mi dedo meñique, él me miró confundido.
—Debe ser una pinky promise, sino no cuenta —dije frunciendo los labios. Es imposible que no sepa que es una pinky promise.
Él estrechó su dedo meñique con el mío y yo dije:
—La pinky promise es algo sagrado ¿ok? No puedes romperla porque si no te consideraré la peor persona del mundo —arrugué la nariz—. El villano de mi historia —le advertí.
—Entendido capitana —dijo levantándose y guiñándome el ojo.
El sujeto de negro —del cual me había olvidado por completo— salió con dos maletas de la casa y las metió en el compartimiento del auto. Estaba por reprocharle la manera en la que había tirado mis cosas, pero me mantuve callada, no quería problemas.
—Hora de irnos doctor —habló aquel hombre con voz grave.
Yo giré enseguida hacía donde mi mamá, pero ella no estaba para despedirme, tomé la mano del doctor quien la tenía extendida en mí dirección y ambos subimos a la parte trasera del vehículo negro.
Cuando el rugido del motor me avisó que comenzábamos a andar le di un último vistazo a la casa de dos pisos que dejábamos atrás. Alejándome tanto de ella como de mis recuerdos llenos de malas noticias y separaciones sin sentido. Pensando en ello recordé a Julián, papá, ¿cómo estaría? ¿mamá le habría contado que me he ido?