Nadie lo escucho, sólo la nada, la única respuesta eran las gotas de lluvia chocando contra la tierra. Sintió hambre volvió adentro, tomo un pedazo de pan lo comió con poco de agua, la casa vacía sólo él y las manchas de sangre en el piso, las cubrió con ropa no las limpio. Llegada la noche la hora de dormir su mamá no lo beso en la frente deseándole dulces sueños, sólo tuvo pesadillas.
Recordaba la muerte de sus padres, de su hermano. Escuchaba voces reclamándole, ¿Por qué no hizo nada? Sin embargo, nunca antes había escuchado esas voces de un hombre y una mujer. Toda la noche las escuchaba, se movía de lado a lado, pidiendo que lo dejarán en paz, y sólo desaparecían cuando despertaba. Completamente sudado.
El día era igual a los anteriores, pero sólo había neblina a la distancia los animales las reses pitaban, por hierba. Josué fue allá para cambiarlos de lugar con buen pasto. Miro el árbol donde los enterró, no pudo contener las lágrimas corrió a casa. Nuevamente renegaba su pérdida, su hambre aumentaba allí solo había una manzana y agua.
La noche lo atormentaba las pesadillas no paraban las voces, recriminándole no lo soportaba más y se despertó el sol no había salido, aún era oscuro. Pero si vio a dos figuras al pie de su cama, la silueta de un hombre y una mujer, completamente oscuros.
La voz salía de la silueta del hombre – me has decepcionado. Su voz era fría y dura.
También a mí – esta vez la voz salió de la silueta de la mujer.
Ambas sombras movían la cabeza en señal de decepción, aunque Josué no podía verles los rostros sentía, sus miradas frías, desilusionadas.
No pudiste protegerlos – eran las palabras del hombre.
No hiciste nada – culminó la mujer.
Josué tapaba los oídos, tratando de no escuchar sus palabras diciendo - ¿Quiénes son? No tenían derecho a culparme, sólo soy un niño.
Un niño… tu padre a tu edad ya se defendía – comentó la mujer.
Vi más de eso en David… que en ti – pronunció el hombre
Josué recordó cómo, David salió corriendo hacia su padre. – Ahh… parece que lo recuerdas – nuevamente hablando el hombre.
El sí era un Castillo, digno de mi hijo, digno de mí – dijo el hombre.
Josué al escuchar esto, levantó la mirada – abuelo, abuela… son ustedes… ustedes no me consideran su nieto. Lloro.
No los protegiste – soltó la mujer
Juan se agachó, avergonzado de su debilidad, de no haber hecho nada. Ambas sombras rodearon la cama, se colocaron detrás de él, lo toparon y le susurraron al oído.
La voz de su abuelo – si tú quieres… te podemos ayudar a reindinbincarte.
La voz de su abuela – las persona sin propósito… no merecen vivir… pero te daremos uno. Lo aceptas.
Dénmelo – respondió Josué su voz era firme.
Sus abuelos se levantaron, al mismo tiempo dijeron – ven, síguenos… y te lo daremos.
Josué se levantó fue tras ellos, puesto un pijama café al abrir la puerta el frío de la noche lo golpeó. Había Luna creciente cubierta por la neblina, su luz apenas alcanzaba a iluminar la noche. – Por aquí – dijo su abuelo. Lo siguió por la ruta se dirigía al fondo del rancho, los siguió no le importó la noche, mucho menos el frío.
Los acompaño hasta lo profundo del rancho, hasta llegar al árbol donde sepultó a su familia, ambos se posicionaron en la tumba a su derecha, su abuelo y a la izquierda su abuela.
Josué pregunto - ¿Qué hacemos aquí?
Otras sombras salían del árbol de la derecha un hombre, de la izquierda una mujer y del medio un niño. Salieron de la misma forma en que Josué enterró a su familia, la sombra del hombre habló. – me has decepcionado, hijo.
Josué reconoció la voz de su padre. – No debí salvarte Josué… talvez debí dejar que te asesinara también – esa era la voz de su madre.
Juraste, protegerme hermano… ¡No lo hiciste!... me dejaste morir – era la voz de su hermano David.
Josué cayó al suelo pidiendo, perdón - ¡Perdónenme! ¡Perdónenme! Díganme ¿Qué debo hacer? Para reparar mi error.
Te lo diremos – contesto su padre.
Cada uno dijo una frase completando lo que le pedían su padre, luego su hermano, y finalmente su madre.
Quiero… que nos… vengues.
Josué levanto la cabeza y sorprendido dijo – ¡¿Qué?!
Véngalos, Josué… venga su muerte – habló su abuelo
Ese… es el propósito… que te ofrecemos… tu razón de vivir – pronunció su abuela.
– ¿Qué dices hermano? Lo harás.
Josué recordó como ellos murieron, por un hombre a quien ayudaron y él les pago arrebatándoles la vida. Se incorporó con los puños, fuertemente apretados, con la voz firme dijo – Lo aceptó.
Pero para eso debes ser frío, sin rastro de humanidad, sin sentimientos… nosotros te podemos ayudar con eso – habló su abuelo.
Háganlo… sin embargo en este momento… me es imposible cumplir ese propósito. Necesito tiempo… para adquirir habilidades, volverme fuerte para cumplirlo.