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¡Hola, gente! Les traigo noticias: ¡estoy escribiendo una nueva novela! Se llama Tiempos de Guerra y es una historia del romance prohibido entre dos cantantes famosos a lo largo de casi quince años en que tienen que ocultar su relación de los medios. Yo estoy disfrutando un montón escribiéndola, así que si les interesa vayan a chequearla. Tiene mucho drama y escenas cute. Link: https://booknet.com/es/book/tiempos-de-guerra-b215498
Nada, solo eso. ¡Buena lectura! ¡Gracias por leerme!
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El sonido del timbre despertó a Kath de su sueño intranquilo.
Miró la hora en su teléfono y frunció el ceño. Era temprano aún como para que sus hermanas hubieran regresado a casa. ¿Quién podría ser?
Se levantó de la cama a regañadientes y arrastró los pies hasta la puerta. Cuando abrió, sus ojos somnolientos se encontraron con los de Will, enormes y cálidos.
Kath bostezó y se hizo a un lado para dejarlo pasar.
–Huiste de clases –fue lo primero que dijo él. Se dejó caer sobre el sofá más grande y la miró expectante.
Kath se sentó en el apoyabrazos del sillón que tenía más cerca y se restregó los ojos.
–Hola, Will. Qué agradable verte.
Will le dedicó una sonrisita torcida que le formó un hoyuelo en la mejilla derecha.
–Hola, Kath. Huiste de clases.
Ella suspiró.
–Me pareció una mejor idea no aparecer en clase de Historia antes que dormirme otra vez. No hubiera sobrevivido al castigo.
–Lo de ayer te cobró factura. –No era una pregunta.
Kath tuvo que contener un nuevo bostezo.
–Pero creo que valió la pena.
Lo decía en serio. Aquella mañana se había cuestionado si valía la pena ir al colegio, estaba demasiado cansada y sabía que no podía volver a dormirse en clase, pero se había forzado a levantarse de todas formas, en caso de que algún dual quisiera preguntarle algo sobre la reunión que tendrían en dos días. Y sorprendentemente así había sido. Unos cuantos chicos se habían acercado a ella para asegurarse de que iba en serio, de que realmente pretendía que trabajaran juntos, de que no había sido una ilusión de sus sueños sin sentido.
Mike le había dicho varias veces que los inadaptados como ellos estaban acostumbrados a hacer las cosas por sí mismos, a sobrevivir en solitario, y que era muy improbable que les interesara colaborar con un puñado de adolescentes igual o más confundidos que ellos. Quizás ese fuera tan sólo su caso particular.
Pero ya para el mediodía se le habían agotado todas sus reservas de energía, así que en cuanto vio en su horario que la clase siguiente era con el Collins, decidió que lo mejor que podía hacer era escapar en el receso e ir a casa a dormir la siesta. Ya había cumplido con su propósito del día.
–¿Cómo te sientes ahora? –Will le estudió la cara con atención–. Te ves muy cansada.
Kath se encogió de hombros.
–Lo estoy, pero sólo necesito dormir un poco. En realidad creía que sería peor. Al menos no tengo migraña.
Will le sonrió. Atrapó un trozo de hilo que sobresalía de su abrigo y se puso a tirar de él con aire distraído.
–Has mejorado muchísimo, ¿sabes? –Le dijo con la mirada perdida–. Ayer ni siquiera estaba durmiendo y aun así capté tu mensaje.
Kath no pudo evitar la sonrisa orgullosa.
–He estado practicando –repuso con un encogimiento de hombros–. Si vamos a hacer esto, hay que hacerlo bien. No podemos detener las grietas si no aprendemos usar nuestras habilidades, ¿no? –Lo miró. Él seguía jugueteando con el hilo–. Estoy segura de que tú también debes haber mejorado estos últimos años.
Will se sonrojó. Envolvió uno de sus dedos con el trozo de hilo hasta que se puso completamente rojo por la presión.
–Sí… –murmuró, tratando de sonar casual y fracasando estrepitosamente. Sus ojos estaban fijos en la sangre que se iba acumulando en su dedo.
Ahí estaba otra vez. Esa timidez repentina que no tenía justificación, que hacía que el ambiente se pusiera tenso en un segundo. Ese retraimiento que escapaba a su comprensión. Kath lo conocía bien, no necesitaba invadir su mente para saber que algo iba mal.
Kath frunció los labios y se llevó una mano a la piedrita de su collar, dubitativa.
Will nunca había sido demasiado entusiasta de su habilidad. Ninguno de los dos lo era. Cuando eran niños, Will trataba de usarla lo menos posible porque le incomodaba jugar con la percepción de los demás. Lo hacía sentir culpable, y Kath lo entendía porque ella se sentía igual sobre su telepatía. A veces, sin embargo, Will no podía evitar la necesidad de usarla. En los malos días, cuando los chicos mayores se metían con él, cuando se burlaban de su sensibilidad y amenazaban con golpearlo. Cuando Kath no estaba allí para defenderlo.