Tras la experiencia muy particular de haber quemado un sueño, literalmente, y haber quedado todos chamuscados en medio de la absoluta Nada; y especialmente después de que cada uno de ellos hubiera caído en la trampa de las quimeras y revivido sus obsesiones más profundas, era más que evidente que todos necesitaban un descanso.
En cuanto despertaron de su somnolencia y pararon de reír como desquiciados por lo absurda que era su vida, su pequeño grupo de fenómenos –Egrégora– empezó a dividirse en distintas conversaciones que se amontonaban las unas sobre las otras.
Habían vivido juntos una experiencia única, que no podían compartir con nadie más, y ello había creado necesariamente un vínculo muy extraño e imposible de replicar con cualquier otra persona externa al círculo. Habían visto sus peores miedos, sus pensamientos circulares, sus emociones más abrumadoras. Y no, no iban a hablar sobre eso, no hacía falta. Pero allí estaba, al fin y al cabo, como base en todas las charlas.
Se habían visto vulnerables, y uno no podía salir de eso como si nada hubiera pasado.
En algún punto, Will, Danielle y Raul se habían incorporado y habían ido a la cocina para preparar chocolate caliente.
En realidad no hacía frío, el invierno estaba lejos aún. Apenas empezaban a amarillear las hojas de los árboles... Aunque la suave llovizna que habían sentido de camino a la casa de Maggie se había convertido en una lluvia considerable, que levantaba mucho viento y sacudía las ventanas como si quisiera arrancarlas de sus bisagras.
Aun así, nadie se quejó. Todos tomaron una taza de chocolate alegremente y permitieron que les calentara el estómago después de aquella tarde tan movida.
Kath observaba, sorprendida y aliviada, a los grupitos que charlaban a su alrededor. Había temido que su plan no funcionara, que tantos chicos raros metidos en una misma sala provocarían una catástrofe, que acabarían matándose los unos a los otros, que no se entenderían entre sí o que los monstruos acabarían con ellos fácilmente.
Había temido que las dudas de Mike fueran tan proféticas como sus visiones. Incluso aunque él había querido ocultarlas, Kath pudo verlas con toda claridad, y en el fondo la carcomía la posibilidad de que tuviera razón. De que estaba siendo estúpidamente optimista.
Por suerte, las cosas iban bien.
Kath echó un vistazo al otro lado de la sala desde el sofá amplio en que se encontraba, bebiendo su chocolate junto a un silencioso Diego. Ambos estaban exhaustos después de todos esos saltos entre los sueños, pasando de una ilusión a otra y arrastrando a los demás consigo. Kath agradecía su compañía tranquila.
Mike, por su parte, en el otro extremo de la habitación, estaba sentado en el suelo. Sus lentes se habían empañado por el vapor del chocolate que tenía contra los labios. A su lado estaba Zac, con las enormes piernas cruzadas y parloteando con entusiasmo, como siempre. Fuera lo que fuera de lo que estuviera hablando, era evidente que debía interesarle mucho. Movía las manos en todo tipo de gestos y alegres aspavientos. Mike, sin embargo, asentía con aburrimiento, sin despegar los labios de su taza. Kath no estaba segura de que realmente lo estuviera escuchando.
Kath esbozó una sonrisa y bebió un sorbo de su propio chocolate.
Se llevaban sorprendentemente bien esos dos, para ser tan distintos. Mike, tan callado y misterioso, tan desconfiado de todo el mundo, incognoscible. Y Zac, que desbordaba entusiasmo e ironía, que era la persona más sincera que Kath conocía. Era muy curioso que tuvieran de qué hablar.
Aunque, si se ponía a pensarlo, seguramente ella y Mike ofrecían una imagen igual de particular.
Y entonces, por un momento le vino a la mente la visión que le habían mostrado las quimeras a Mike, esa en la que besaba a una chica desconocida. Kath frunció el ceño. Tenía muchísimas ganas de preguntarle al respecto, muchísimas, pero sabía que no valía la pena. No era de su incumbencia. Y conocía bastante bien a Mike para saber a ciencia cierta que jamás se lo diría voluntariamente. Tendría que vivir con el misterio.
Aunque, francamente, ¿qué podría significar? ¿Por qué las quimeras habían tomado eso de entre todos sus pensamientos? Mike era el tipo de persona que le daba vueltas a muchas cosas, seguramente tendría toda clase de ideas y recuerdos de dónde elegir. Todas las visiones, las ávidas lecturas de la biblioteca, sus dudas existenciales, incluso su estúpida afición por las matemáticas. Y aun así, de entre todo eso, lo que las quimeras habían captado con mayor claridad era una imagen suya besando a alguien. ¿Por qué?
Si a Mike le gustara alguien, Kath lo sabría, ¿no? Eran amigos, se suponía que se contaban ese tipo de asuntos. Se suponía que entre los amigos no había secretos.
Aunque Kath sabía muy bien que Mike sí que tenía secretos. Lo que ella sabía de él era simplemente la capa más externa, lo que no le importaba tanto que alguien viese. Había muchísimo más que estaba muy bien guardado y lejos de su alcance.
Kath sacudió la cabeza. De acuerdo, era suficiente. No iba a pensar más en eso. No era de su incumbencia. ¿Mike quería besar chicas desconocidas? Pues adelante.
Bebió otro trago de su chocolate, paladeando el sabor dulce y tratando de serenarse. Estaba absolutamente delicioso.